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Rockeros ‘salsearon y moshearon’ en el 16° VergaraFest

Se había dicho que sería un concierto, que era gratis, que estaría a ‘full’, que la diversión estaba asegurada. Todo se cumplió, pero nadie le avisó a la gente que a la una y algo de la madrugada se efectuaría la más extraña de todas las bodas. Es más, nunca se mencionó si quiera que esa noche habría un matrimonio.

Para sorpresa del mundo under, a esa hora apareció en la tarima del VergaraFest un mediador que enunciaba contento la unión estrambótica, que -para muchos- era vista como el agua y el aceite, como un amor que estaba condenado a ser imposible.

Los casados eran, ni más ni menos, el rock y la salsa. Fungió como mediador Gustavo Enrique, reconocido exponente de este último género musical en Guayaquil. “¡Se dio el matrimonio! ¿Quién diría?”, pregonaba el músico sobre lo que en ese momento consideraba inaudito: ver a melenudos, hippies, punkeros y metaleros bailando al ritmo de ‘No le pegue a la negra’.

Allí estaban los ‘rockers’: en veredazo salsero, al puro estilo de citas como las que se convocan para las fiestas porteñas en Pollos El Encanto o en el exterior del colegio Guayaquil. Bailando con “biela” en mano los más ‘malos’ y con un coctelito de a dólar los más finos.

En tarima, la voz de Enrique estaba acompañada -además de vientos, baterías y percusión- por el bajo del ‘Jefe’ Vergara, la cabeza principal de esa cita cultural que este año celebró su edición número 16. La banda completa formaba la orquesta Guayaquil All Stars, uno de los 9 nombres que se enunciaron entre las presentaciones artísticas.

Lo que vino después retomó la actitud rockera que predominó toda la noche, de la mano de G.O.E, banda encargada de despedir de espectáculo de más de cinco horas que por última vez se efectuó en la ciudadela La Atarazana, en el patio de la casa que vio crecer a Juan Carlos Vergara.

Los punkeros optaron por un repertorio más bien clásico para despedir el show, al punto que enlistaron a ‘La 38’, una de las favoritas de los seguidores de este grupo que recientemente lanzó su ‘Portal del Tercer Mundo’.

Con G.O.E. se armó el mosh, ese baile desordenado del que los no conocedores se asustan por considerarlo violento, y que representa -más bien- aquella camaradería que caracteriza a los afines del género.

Aunque ‘zumbó la biela’ -y el humo. No se registraron ni botellazos, ni pleitos, ni ningún desmán, algo que al parecer no sorprendió a los policías, que acostumbrados al pacifismo de los shows de este tipo solo por si las dudas parquearon una patrulla a un par de casas del sitio.

Se escuchó música para todos los gustos. La fiesta la iniciaron los integrantes de Mangosaurios, a quienes siguieron Ángeles y de Monos, una propuesta blusera comandada por el productor Ángel Duarte (Eusebio Presidente), que dejó ‘como los locos’ a algunos melómanos que cayeron al concierto.

En orden cronológico, fue la banda Naranja Lázaro la que continúo la fiesta. Llegó con barra propia: un grupo de chicas que se colaron a la primera fila a corear canciones como ‘Amanecer cordial’. “¿Se la saben? ¡(Canten) fuerte!”, dijo Juan Carlos Coronel, el vocalista, pedido que fue contestado a todo pulmón con un coro que pregonaba: “¡Es tan vulgar el día…!”.

Mientras ‘Segovita’ se preparaba para entrar a escena, se escuchaba entre los espectadores extractos de conversaciones como: “El 17 viene Molotov, loco…”, “¿tienes encendedor?”, “¿dónde están los baños?”, “está bacán esta movida…”.

Por más de 20 minutos se prolongó la presentación del músico. Algunas instrumentales -con saxo incluido-, otras cantadas, todas aplaudidas. Lo mínimo que puede uno esperar después de ver en escena a un artista que tiene 40 años haciendo lo que le gusta.

Después de él vino el grupo que muchos tildaron como “de otro nivel”: Pasajero, con un rock experimental que empezó con ‘Hunde tus labios’, una de sus canciones más sonadas, y continuó con ‘Ella no quiere parar’ y ‘Cerebro’.

La psicodelia de este grupo fue reforzada por D.O.P, que llegó a tarima con el espeso álbum ‘Dark side of the moon’, de Pink Floyd, en una presentación que se prolongó por más de media hora.

El gran ausente de la tarima fue el hermano de Juan Carlos, Antonio Vergara, quien según se dijo llevaría su blues al festival. Se dejó ver -no obstante- entre los asistentes, y jamás se mencionó una excusa por micrófono.

Aunque es casi seguro que el ‘Jefe’ buscó una solución al amanecer, lo único lamentable de la noche fue el estado en que quedaron las veredas al final, llenas de vasos de plásticos y cajetillas de cigarrillo, que tomaron el papel de testigos silenciosos de la ‘jarana’ que se armó. Así terminó el show gratuito que hace 16 años empezó como un pequeño festejo de cumpleaños del anfitrión.

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