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La sensualidad del tango se adueñó del Teatro Sánchez Aguilar

La sensualidad del tango se adueñó del Teatro Sánchez Aguilar
04 de julio de 2013 - 00:00

Dicen que el tango es machista por el hecho que el hombre es quien lleva el compás del ritmo en cada movimiento que realiza su pareja.

Sin embargo, esto no le resta importancia ni protagonismo a las bailarinas, quienes no solo se dejan guiar por su compañero sino también por la sensualidad de los sonidos del piano, contrabajo, violín y por supuesto... el bandoneón.

Esto quedó demostrado en la presentación que hizo el colectivo Buenos Aires Tango, en la sala principal del Teatro Sánchez Aguilar, bajo la dirección de la bailarina y coreógrafa Nélida Rodríguez Aure, y el compositor y pianista Atilio Stampone.

En este espectáculo, cuatro parejas hicieron gala de su destreza para danzar este popular baile rioplatense, que se ha convertido en la carta de presentación artística de Argentina.

Y aunque el tango ha evolucionado a lo largo de las décadas, desde sus primeras manifestaciones en 1900, la presentación ambientó la década de los sesenta cuando se bailaba en grandes pistas de las tanguerías y en las veredas de los arrabales bonaerenses.

Los bailarines deleitaron a los espectadores transmitiéndoles todo el sentimentalismo popular de intérpretes como Mariano Mores, Aníbal Troilo y Ástor Piazzolla.

La primera parte del show estuvo amenizada por la orquesta integrada por cinco músicos, quienes, poco a poco transportaban al espectador a las calles de la capital argentina, a través de la melodía rítmica y armónica de sus instrumentos, siendo protagonista el bandoneón.

Mientras tanto, la improvisada tanguería se fue llenando. Las esbeltas mujeres hacían su entrada triunfal robando las miradas de los caballeros, quienes ya estaban instalados y disfrutando, entre amigos, una copa de vino, un buen cigarro y, por supuesto, de música en un vaivén de risas efervescentes.

El coqueteo y la galantería no podían faltar en esa noche. Los caballeros invitaban a la pista a la muchacha que más le gustaba y ellas aceptaban la propuesta estirando sus brazos, entregándose por completo al baile.

Apretones de cintura, pronunciados escotes y saltos cual trapecista fueron los ingredientes que componían cada cuadro de baile.

Las bailarinas giraban alrededor de su compañero como si se tratase de un tótem, al que acariciaban con sus brazos, lo envolvían con sus flexibles piernas y lo sometían al vaivén de sus caderas.

Los cruces de piernas, miradas fulminantes y los quiebres que rozaban el suelo eran las armas que estos ágiles bailarines utilizaron para competir entre sí.

Fue difícil encontrar a un vencedor porque cada pareja que salía a la pista entregó su vida a este ritmo, dejando al público extasiado.  

Al final, los espectadores fueron los únicos vencedores por ser testigos de este apasionante ritmo que cada vez gana más adeptos y admiradores alrededor del mundo.

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