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La música aterrizó en el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre
Riberas de personas desocupaban el parque Bicentenario, nuevo hogar del Quitofest que cerró su primera jornada alrededor de la una de la mañana.
“Muy temprano agarré mis trapos y me monté en una cooperativa para ver a Dread Mar I”, narra Liz Ribilla (18 años) que vino de “la ciudad blanca”, Ibarra. Ella, al igual que otros asistentes, disfrutó el festival desde el arranque al mediodía del sábado hasta cuando la voz de Emiliano Brancciari (vocalista de No te va a gustar) dio término a la primera parte de la décima edición de este certamen internacional de música independiente.
Quito estuvo nublado y pareció anochecer más temprano que de costumbre, pero la lluvia solo acechó la instalación del Quitofest. Cinco accesos peatonales al concierto se establecieron por las calles Capitán Ramos, Alfonso Yépez, Luis Tufiño y la avenida Amazonas, que tuvieron un flujo de gente similar al de los night markets chinos.
De acuerdo a lo previsto, fanáticos de la música se trasladaron desde El Puyo, Guayaquil, Guaranda, Loja y otros puntos del Ecuador hasta la Capital para conocer y reunirse con bandas que, a través de oleadas musicales, los pusieron a zapatear y pensar en una pista donde hace poco resonaban las turbinas solamente.
Cada grupo tenía 45 minutos para desplegar su talento y un monitor indicaba el tiempo que les quedaba.
El escenario contenía seis pantallas en que giraban armoniosamente formas coloridas y, también, los logotipos de las agrupaciones que se movían con un efecto similar al latido. El repique de luces violeta, escarlata, plateada y dorada, visto desde lejos, dotaba al aspecto de la tarima un aire centelleante y “parece una nave espacial esta nota, socio” aclaró Gabriel Pérez, seguidor que no se pierde un Quitofest.
Luego de que en el entorno prevalecieron canciones feministas, gritos estridentes, mensajes en pro del medioambiente, remolinos de mosh o bailarines improvisando pasos de toprocking, baile típico del hip hop, se presentó la agrupación Mamá Vudú a las 18:40. Su sonido psicodélico y la voz trágica del vocalista fungió preguntas existenciales.
Creada en 1992, esta banda catalogada “de culto” tocó una selección de sus siete discos. Ellos prefieren entregarse a la música antes que recaer en la admiración que suscitan, “con su ritmo abren vuelo a dimensiones que superan esa fama de estar cerca de convertirse en leyenda”, defendía la fan Anita Suárez, diseñadora gráfica. “Todo lo que vi / todos los escombros que / aún debo recoger / y empiezo a entender el fin / las secuencias de una vida que pude evitar / quisiera saber de ti / hay recuerdos que aún debo arrastrar”, dice parte de su canción más aplaudida esa noche, ‘Retorno’.
Aproximadamente a las 20:00, Carlos Andrés Valdivieso, vocalista de Suburbia despojó un carisma proporcional a la mezcla de reggae y ska que dieron sus compañeros, mientras el público volvió a mover el esqueleto en una fiesta que seguía. Por ejemplo, en ‘El beso de la mujer araña’ cantaron una frustración que los trombones y percusión hacen bailable : “...me vendiste un falso amor / solo te interesaba mi dinero / y que Dios te perdone / pues yo no. / Oye tú tan tarántula”.
Después de una pausa de veinte minutos, alaridos de emoción retumbaron porque apareció el argentino Dread Mar I en escena vistiendo un bonete blanco de hilo. Minutos antes de presentarse anunció que tocaría 26 temas. Instantáneamente la gente se identificó y coreó sus canciones: “Soy tu soldado / estoy muy fuerte ahora / hoy la maldad no cabe en los cauces de mis horas”, es una de las letras de su disco Transparente (2012). Muy cosmopolita, Dread Mar I, que ha dado conciertos en diversas tarimas y países, manifestó “me maravilla cantar en un aeropuerto, siempre uno está de tránsito en estos sitios pero no me imaginé esta experiencia”.
En la multitud se apreciaban círculos de fans bailando los animados temas de este artista cuyo nombre es Mariano Javier Castro. Cecilia Meyer, estudiante sudafricana, explicó “el reggae es una vida, hay que bailar, Dread es conocido en todas partes”.
Interpretó ‘Yo no te amo’ que dice crudamente: “Si me dices que me quieres / no pretendas que te quiera / pues de mi corazón se ha ido eso que por ti sentía / fue muy lindo nuestro amor...”; una chica le decía al novio: “mi ex me dedicó esta, pero me vale y la bailo”. Finalmente, su voz y la del público convergieron en el tema ‘Tú sin mí’, que según Dread Mar I no estaba planeada para ser un éxito; “Y qué hago con mi amor / el que era para ti / y con toda la ilusión / de que fueras solamente para mí”, llora el coro. Dread bailoteaba, como la Pantera Rosa, con movimientos pausados y su interpretación tuvo tanta acogida que, una vez que se despidió de Quito, una muy buena parte del público desalojó el parque.
“Después de verle a este man ya nada es igual”, exclamó Rodrigo Guachamín, quien encontró la fuerza para continuar estudiando música.
Es que hay espectáculos, libros, lluvias, personas o días que mutan la forma en que uno vive o se desplaza por las vías de la realidad. El Quitofest constituye un espacio en que amantes de la música, artistas y ritmos se reconocen y distinguen sus diferencias a favor de una experiencia fraterna y mancomunada, así lo demostró el grupo uruguayo No te va gustar, que gritaban “Todos debemos un día mirar para adentro / para ver hay que mirar... / para salir no hay que golpear”. Familias enteras compartían en sus espacios acompañados de las tonadas de rock con que cerraron el recital estos artistas de Montevideo, quienes entonaron sus mejores creaciones: ‘Cero a la izquierda’, ‘Arde’, ‘De nada sirve’.
Líneas largas de gente desnudaban la pista en que permanecieron carpas de amigos que son asiduos al festival, incluso varias personas yacían cubiertas con mantas mirando a los restos de un concierto donde primó la revolución de la fiesta.