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El debut de los neoyorquinos en Ecuador fue la noche del domingo

KISS hizo gala de su luminosidad en la capital

Foto: Marco Salgado
Foto: Marco Salgado
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Los últimos días de la semana pasada, miles de personas en Quito sintieron una emoción inusual. Con la alegría que sentiría un niño al descubrir que sus héroes de caricatura han cobrado vida, los seguidores de KISS esperaban la llegada del grupo que sobresalió desde la década del 70 con una estética y escenografía que se distinguían de las presentaciones minimalistas de la época.

Sea con los trajes blanquinegros que usaron para debutar en 1973, más la pirotecnia de la década siguiente, o las luces robóticas del 90 y hasta con la incorporación de efectos digitales y enormes pantallas a sus shows, la banda estadounidense ha sabido mantener las expectativas de una muchedumbre multigeneracional que disfruta por igual sus discos de vinilo, casetes, discos compactos o en formatos más modernos.

Los soportes quedan de lado a la hora de verlos en vivo y las reacciones que provocan van del aplauso cómplice al furor de los gritos. Más todavía cuando Paul Stanley, el glamuroso Starchild, se disculpa por su español “no tan bueno” para declarar, enseguida, que sabe bien lo que su guitarra rítmica hace sentir.

El telón que anunciaba su histrionismo característico cayó luego de su introducción habitual, aquella en la que la garganta del demoníaco Gene Simmons los autoproclama, sin ambages, como ‘la mejor y más caliente banda del planeta’. ‘Detroit Rock City’ marcó el inicio del concierto, en el cual un público enfebrecido no dejaba de saltar y corear sus temas ni cuando algunos desmayos ocurrían en la parte delantera de la localidad KISS box.

La irrupción de las 4 ‘criaturas de la noche’ por vez primera en Ecuador tuvo un desarrollo ininterrumpido a lo largo de 90 minutos que duró su puesta en escena, la cual tuvo como tercer tema a otro de los clásicos con que han nombrado a uno de sus discos, ‘Psycho Circus’.

Entonces, el Chico Estrella saludó a la afición que se hizo eco de su estética en camisetas estampadas, rostros pintados, chompas de cuero y botas adornadas con chapas metálicas.

En su interpretación de ‘I Love It Loud’, Simmons dio cuenta de la repartición de protagonismo vocal que el cuarteto ha mantenido desde su formación, hace más de 4 décadas pese a que la noche del domingo Tommy Thayer se limitó a arrancarles riffs y solos a las 6 cuerdas de acero de su Gibson Les Paul Custom, con un momento inolvidable que lo tuvo solo sobre las tablas.

El baterista Eric Singer, en cambio, sí uso sus cuerdas vocales, en ‘Black Diamond’ que tuvo como antesala el sobrevuelo del guitarrista rítmico del escenario hacia la torre de sonido. Con un pie dentro de un aro metálico, Stanley se deslizó colgado de la cuerda que desprendió cintas blancas, las cuales se enredaron en su guitarra al inicio del show sin causarle problemas.

La pirotecnia fría que mostraron completaba la magia circense que los convirtió en íconos del rock and roll desde que abandonaron el nombre Wicked Lester e integraron a los entrañables Peter Criss y Ace Frehley, en 1972.

La cadenciosa ‘War Machine’ devolvió el primer plano de las 3 pantallas gigantes -una tras la batería y dos a los lados- al bajista que se elevó hacia una rampa colgada en la parte más alta del escenario para, luego, escupir sangre durante su solo y fuego sobre una espada que clavó cerca de los amplificadores.

‘Parasite’ mostró su apego a la época que los vio aparecer como estrellas duras, en que se colocaron junto a bandas como Rolling Stones. En su despedida desplegaron clásicos predecibles y aclamados, en lo que fue su punto más álgido junto a una pirotecnia que mostró su gratitud.

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