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El Telégrafo
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Facundo Cabral siempre será el Mensajero de la Paz

Facundo Cabral siempre será el Mensajero de la Paz
09 de julio de 2012 - 00:00

Facundo Cabral caminaba lentamente por un breve trecho entre el telón y el escenario del Teatro Centro de Arte aquella noche del 3 de junio del 2008. La pinta era la misma de sus últimos años: chaqueta café de cuero, camisa ‘jean’ algo desabotonada y pantalones de la misma tela, más un bastón para apoyarse y las rojizas gafas redondas a lo John Lennon que sobresalían entre su cabellera y barba nevadas por los 71 años que entonces tenía.

Aquella imagen quedó perenne en la memoria de los seguidores de ese mensajero argentino de la paz que, sin sospecharlo, había pisado suelo guayaquileño por última vez. Lo que entonces rondaba por su cabeza eran sus anécdotas, esas que contaba una y otra vez.

Y es que en realidad Cabral no se consideraba un músico, sino un contador de historias, un oficio que, según él, venía de Simón, aquel vagabundo que conoció en Mar de Ajó (un balneario de la provincia de Buenos Aires) cuando tenía 17 años.

“Un vagabundo me saludó: ‘Hola, príncipe’. Pensé que me estaba cargando’. Se llamaba Simón, era un médico judío. Se había cansado de su vida mediocre, dejó a su familia y se dedicó a caminar. Tendría la edad que yo tengo ahora. ‘¡Hola príncipe!’. ‘¿Cómo príncipe?”, le respondí. ‘¿Y cómo llamás al hijo del Rey?’. Señaló el cielo, casi me desmayo.

Le creí y eso me cambió la vida”, decía Cabral, quien no solo conoció a Dios aquella vez, sino que para entonces sostenía una conexión profunda, muy cómplice con Sara, su madre fallecida en 1984. De ella siempre habló en sus recitales y aquella vez en Ecuador no fue la excepción. Se reflejaba con un reiterado “mi madre decía...”.

Aquella noche, el trovador, quien en sus inicios -allá por 1959- se hacía llamar el Indio Gasparino, soltó otra de sus anécdotas, precisamente relacionada con aquella mujer.

“Mi madre decía: cuando el Señor me llame, quiero llevarme a mis amigos. Ella siempre quiso compartir lo mejor (se refería a la vida eterna) con la gente que quiso. Y Dios le hizo caso. A la semana siguiente falleció su mejor amiga y otros allegados”, relató Cabral, aquel tipo que en el escenario lucía sereno, pero que alguna vez fue encerrado en un sótano del Palacio de La Moneda por desafiar en un noticiero chileno a Pinochet con un “Vengo a decirle al dictador lo mismo que le dijo Moisés al faraón: ¡Deja en libertad a mis hermanos!”.

Salvador Moro, trovador argentino que reside en Ecuador, recuerda un consejo que Cabral le dio: “Seguí la línea y en 100 años somos una comunidad. No dejes de cantar para que yo no desaparezca, entonces te pasará lo mismo que a mí con Atahualpa Yupanqui”. (En muchas entrevistas lo reconocía como su influencia folclorista).

Desde hace 26 años Moro atesora aquel consejo que recibió en un antiguo café de Buenos Aires, al que llegaban poetas, periodistas, escritores y demás gente vinculada con la cultura. De hecho, hace pocos meses rindió un homenaje póstumo a Cabral, con el que se cumple aquella sentencia de 1986.

Hoy, hace un año, ‘Mensajero de la Paz’ (nombrado así por la Unesco en 1996), fue asesinado a tiros cuando se dirigía hacia el aeropuerto de Guatemala donde había cumplido varios recitales. Los disparos iban dirigidos contra el nicaragüense Henry Fariñas, el empresario que había llevado a Cabral a Guatemala.

Con el paso de los meses se estableció que Fariñas, quien había quedado gravemente herido durante el atentado contra Cabral, está vinculado con una red centroamericana de narcotráfico y por eso, presuntamente, estaba en la mira del costarricense Alejandro Jiménez, ‘El Palidejo’, quien también es procesado.

La justicia nicaragüense decidió el pasado 3 de mayo que Fariñas sea procesado junto a su hermano Pedro y algunos amigos cercanos, quienes probablemente están vinculados con el narcotráfico y el asesinato de Cabral, mientras que ‘El Palidejo’ fue citado como supuesto autor intelectual del atentado.

Cabral, nacido el 22 de mayo de 1937 en Balcarce (La Plata), era un hombre sencillo que, acompañado por una guitarra de palo, soltaba extractos de canciones que se mezclaban con mensajes que, a ratos, lo asemejaban a un pastor evangélico, sin serlo, pero citando parábolas como Jesucristo.

A donde iba reflexionaba sobre cómo el materialismo puede cegar al ser humano. “Un día, Dios convertido en hombre (Jesucristo), se le apareció a un zapatero, quien necesitaba ayuda. Jesús le dijo que podía ayudarlo. El zapatero le pidió un millón de dólares y Jesús le pidió sus piernas a cambio. El zapatero dijo: ‘¿para qué quiero un millón si no podría caminar? Jesús le ofreció 10 millones a cambio de sus manos, pero el zapatero no aceptó porque de qué le serviría tanto dinero si no podría utilizar sus manos. Jesús le propuso 100 millones a cambio de sus ojos, mientras que el zapatero replicó: ¿para qué quiero 100 millones si no podría nunca más ver a mi esposa e hijos. Jesús le respondió: ¿Ves cuán millonario sos y no te das cuenta?”, contaba Cabral para presentar ‘Vuele bajo’, la canción que él consideraba como de cuna y que dice: “El hombre ambiciona/ cada día más/ y pierde el camino/ por querer volar...”.

Cabral, quien era amigo de personajes como el escritor colombiano Gabriel García Márquez o los también argentinos Piero y Alberto Cortez con quien grabó discos, decía siempre que era “un triunfo de Dios” porque siempre salía airoso de las adversidades, desde su propia infancia, como el abandono de su padre Rodolfo cuando aún estaba en el vientre de doña Sara.

Fue ella quien se hizo cargo de él y de sus seis hermanos. Juntos vivieron un éxodo por varias localidades argentinas, desde Buenos Aires hasta la Patagonia durante nueve años. “Era como Moisés (quizás de ahí lo de ‘No soy de aquí, ni soy de allá’)”, rememoraba en el lobby de los hoteles donde se hospedaba o directamente en el escenario.

“Mi vida fue una fiesta”, fue una de sus últimas reflexiones que tenían mucho que ver con la forma que Facundo aprendió de su progenitora para soportar las adversidades como su cáncer, la muerte de su esposa e hija en un accidente aéreo, y más.

“Madre, en esos años duros nunca te vi llorar. ¿Qué hacías en lugar de llorar? Me contestó: ‘Vos lo tenés que saber’. Cantaba”, compartía, sin empacho, a todos durante los 74 años que vivió.

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