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El uruguayo Jorge Drexler mostró su duende coplero
Una bombilla eléctrica pende desde lo alto, en el centro del escenario; tres esferas opacas se adivinan detrás y dos guitarras electroclásicas reposan debajo de la tenue luz.
Al salir de los camerinos, Jorge Drexler desató un ensordecedor recibimiento por parte del público. Él, con zapatos deportivos, un jean, su camisa blanca, su corbata negra y delgada, y una leva, también negra, empezó a decir: “Ella entra, cierra la puerta tras de sí / y cruza el cuarto en diagonal / parten dos escafandristas, en la penumbra / rumbo al mundo abisal...”, dijo cantando, así como dio instrucciones a los técnicos cuando faltaba volumen para las cajas de retorno, cuando necesitó escuchar más su guitarra, dijo también cantando, improvisando los versos y las melodías como lo haría un decimero montubio o un coplero afrodescendiente.
Las primeras canciones sirvieron para que los asistentes descifraran los gestos del uruguayo, para entrar en confianza, lo cual no tardó en ocurrir. Antes de “Inoportuna” hizo un preludio improvisado extenso; Gabriela Mesías, una guayaquileña de 21 años que viajó en avión desde su ciudad para asistir al recital, no pudo contener un grito y, registrándolo en video con su móvil, cantó bajito, como para no dejar de escuchar la afinadísima voz de Drexler.
“Quien no lo sepa ya lo aprenderá deprisa / la vida no para, no espera, no avisa...”. Luego sonó “Que el soneto nos tome por sorpresa”, un tema que fue parte de la película Lope, dedicado a Lope de Vega, y “una especie de metasoneto ”. Drexler apretó el ritmo de su canto, apuró los versos sin descuidar la precisión de los tonos, se alejó del micrófono para hacer una de las estrofas como si estuviera en segundo plano, mientras la luz del escenario se reducía a un solo rayo blanco sobre él. Suele hacerlo en sus actuaciones y el efecto sonoro es eficaz, por su belleza y por la familiaridad que consigue.
Al terminar cada tema, los presentes soltaban sus peticiones: “Blanco y negro”, “Causa y efecto”, “Al otro lado del río”, “Al sur del sur”... Fue “Blanco y negro” la que siguió. Después, llegó “Tres hologramas”, un tema nuevo que ameritó una presentación muy descriptiva sobre la constitución fractal de un holograma, la representación del todo en cada parte, y el silencio hondo en el auditorio, como si se tratara de una conferencia magistral.
Gabriela Mesías escuchó los acordes que sonaron y volvió a dejar escapar un emocionado suspiro: “Soledad, aquí están mis credenciales / vengo llamando a tu puerta, desde hace un tiempo...”. El tema terminó con un silbido colectivo que reprodujo la melodía principal, antes de dar paso a una versión interactiva de “Mi guitarra y vos”, con la participación de Campicampón, coproductor de la gira, interpretando el eterófono. Al llegar al verso “Uno solo conserva lo que no amarra”, el tono subió, la gente lo cantó casi a gritos, y Drexler repitió el verso. En el coro el teatro fue una sola voz.
De nuevo, los gritos: “¡Causa y efecto, por favor!”, “Todo se transforma”, “¡la que quieras!”, ante lo cual el uruguayo dijo: “¡Qué bien, qué bien, me encanta el proverbial exabrupto ecuatoriano!
El resto de la noche fue una fiesta de canciones que incluyó un homenaje a George Harrison por el que hubiera sido su cumpleaños 69, cantó “Something”, y hacia el final, Campicampón apareció en un balcón, tocando el solo en serrucho.
Dos veces más salió Drexler a escena, conmovido. Buscando siempre ser igual que cualquiera en el público, horizontal, honesto y sencillo. Lo demostró hasta el final, cuando hizo, a capella, “Al otro lado del río”, promoviendo el duelo coplero de decir para recibir la respuesta de la gente, así, la canción se hizo diálogo y dejó de ser solo suya.
Dio un beso volado al teatro entero, se golpeó el pecho y desapareció tras los telones, en medio de aplausos que no dejaban de escucharse.