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‘Al sur del pozo’, el hincha ecuatoriano al desnudo

‘Al sur del pozo’, el hincha ecuatoriano al desnudo
23 de diciembre de 2013 - 00:00

¡Se comen el tallarín con las manos de la desesperación! El comandante, que olvidó a propósito dejarles cubiertos, observa con asombro su miseria, pero lejos de sentir lástima por ellos lo que experimenta es un placer indescriptible. Les tiene odio desde que llegaron a la celda aquel domingo de Clásico del Astillero.

“¡Monos tenían que ser!”, se le escucha decir con su inconfundible acento serrano constantemente, hastiado de verlos pelear por las diferencias que se generan entre ellos en ese espacio de tres por tres. El hincha azul ya casi termina el fideo, el amarillo lame el plato sentado en un rincón de aquellas paredes garabateadas al 100% con obscenidades y frases ‘guayacas’.

“¿Terminaron?”, pregunta el guardia liguista mientras se acomoda el tolete, fiel a las manías que tienen los carceleros de Centros de Detención Provisional adonde llegan, entre otros, hinchas conflictivos de equipos representativos de Guayaquil, como ese par.

“¿Quieren repetir tallarín?”, pregunta con lo que parece un poco de altruismo. Los presos extienden los platos por los barrotes, muertos de hambre aún y con la esperanza de que ese segundo plato llegue de forma inmediata.

El guardia toma los recipientes. Fija su mirada en ellos y les propone: “A ver, repitan: ta-lla-rín”. No se conforma con eso y empieza a cantarles al estilo barra brava: “¡Tallarín!, ¡tallarín!”. Mientras pronuncia cada palabra se aleja con una sonrisa maliciosa de la celda hasta desaparecer del área.

Una estruendosa carcajada se deja oír en el MAAC la noche del pasado sábado al observar al personaje al que Álex Vizuete le da vida en una de las escenas de la obra ‘Al sur del pozo’, que el grupo teatral Actantes estrenó en ese escenario y tenía previsto presentar por segunda y última vez la noche de ayer.

La trama sigue la desesperación de Víctor Arauz y Fernando García, que actúan como hincha amarillo y azul, en ese orden. Ellos están allí por haberse peleado al salir de un partido de sus equipos favoritos y tienen que tolerar la idea de que la rivalidad, de a poco, deberá quedarse en la cancha, por el bien de su sobrevivencia.

El primer día de encierro, el amarillo jura que saldrá rapidísimo. El azul, en cambio, siente dudas de la efectividad de la ley, pero su compañero de celda lo alienta: “Mi vieja es ‘bochincherísima’. Vas a ver que mañana está aquí afuera con ese José Delgado y ese man trae su cámara y ya está, ¡nos vamos!”.

Su anhelo, sin embargo, está lejos de hacerse realidad. Y eso se sabe desde que entra a escena un labioso abogado que más que experto en leyes parece vendedor de seguros de salud, por su demagogia comercial casi creíble.

La primera vez que Ney Calderón llega a visitarlos en la piel de ese personaje es para pedirles dinero con el fin de evitar que un reo de alta peligrosidad los viole. “¡No le des plata, oe!”, previene el azul. “Cállate, oe, ¡tú como estás acostumbrado a las violadas! ¡Ja, ja! ¿Te acuerdas ese 5-0?”, le responde su cuasi ‘pana’.

La gente en el auditorio del Centro de Convenciones llenó los sitios disponibles la noche del estreno. La obra duró poco más de hora y media, pero el argumento transcurría durante toda una vida. Tanto que el equipo de producción, comandado por Jéssica Páez, debió valerse de videos de noticias relevantes, como la elección del actual Papa o los saqueos del histórico 30S.

Pudo durar menos, pero es que, como en todo caso de este tipo, el abogado le dio largas al asunto. Llegaba con discursos alentadores, pero que no tienen efecto: “Ustedes son ecuatorianos, ¿no? Y como ciudadanos de este país tienen derechos implícitos en la Constitución. Derechos que yo haré valer, porque este es un Ecuador democrático, capaz de dar lecciones históricas de humanismo, trabajo y libertad. Este es un Ecuador Amazónico, desde siempre y hasta siempre. ¡Viva la Patria!”.

El amarillo recordó que la última parte de ese discurso fue tomada de las palabras del ex presidente Jaime Roldós Aguilera. Al recordarlo, le sugirió: “Habla bacansísimo, abogado, pero no se vaya a subir a un avión ahorita, por favor, si no, la ca…”.

Lejos de lo que el espectador esperaba para el final, el sufrimiento de los hinchas encerrados no acabará. El abogado que los representa, que nunca leyó el caso, llega a ser compañero de ellos por corrupción. Al final, y después de un apagón, un viejo guardia de celda de acento serrano aparece decrépito como guía turista apoyado en un bastón, contándole a un grupo de visitantes que en esa celda, alguna vez, existieron dos monos a los que “les quería mucho”.

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