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La violencia sexual en contra de las mujeres y las niñas es un mal moral

La violencia sexual en contra de las mujeres y las niñas es un mal moral
28 de abril de 2019 - 00:00 - Mónica Maher

El cristianismo reconoce la dignidad inviolable de cada ser humano. Por ende, es un deber cristiano crear las condiciones adecuadas para que todas las personas puedan vivir libre de violencia. Esto incluye la obligación ética de eliminar todas las formas de maltrato en contra de las mujeres y las niñas.

En caso de la violación de una mujer o una niña, la primera prioridad cristiana es la atención a la víctima a nivel físico, psicológico y espiritual. La víctima tiene derecho a acceder a servicios de salud inmediatos:brevisión de su estado físico, prueba de embarazo y acceso a  atención médica profesional para interrumpir un embarazo producto del ataque sexual.  

Las preocupaciones cristianas por ofrecer tales servicios médicos a una víctima de violación son varias. 

Entre ellas están: el compromiso de aliviar el sufrimiento humano, sobre todo de las personas más discriminadas, vulneradas y juzgadas; el reconocimiento a los derechos humanos básicos incluyendo el derecho a acceder a servicios de salud; la condenación de la violación y el embarazo forzado como armas de guerra y formas de tortura; y finalmente el respeto a la conciencia informada de cada persona como fundamento de su dignidad y, por ende, el rechazo a la maternidad obligatoria como violación a la dignidad de la mujer.

A lo largo de la historia del cristianismo, varios teólogos han manifestado la opción moral de interrumpir un embarazo no deseadoSanto Tomás de Aquino, por ejemplo, argumentó a favor del aborto durante los primeros meses de gestación. Esto porque él reconocía que la vida en curso no tiene el mismo estatus moral que la mujer. 

Desde una perspectiva cristiana actual, una violación es un ataque en contra  de la dignidad humana tanto a nivel psicológico y espiritual como físico. El enfoque de la pastoral cristiana es apoyar a la víctima a recuperar su sentido de seguridad, integridad y bienestar. 

No es tarea fácil. Muchas veces el violador es alguien conocido que aprovecha la confianza con la víctima para abusar del poder que tiene sobre ella en el ámbito familiar, laboral o aún religioso-espiritual.  

El daño psicológico-espiritual que provoca este tipo de agresión cuando se da por parte de un líder religioso es muy profundo y difícil de superar dado que a menudo se ejerce la violencia en nombre de Dios, hasta en nombre del amor de Dios, aprovechándose la fe de la víctima para agredirla sexualmente. 

Justificar la violencia en contra de las mujeres y las niñas en términos teológicos es un  pecado grave. Es una manipulación de los principios más básicos de la fe.  

Como respuesta, alianzas interreligiosas e internacionales se han formado para erradicar la violencia en contra las mujeres y promover sus derechos.  

El Consejo de Paz, un organismo internacional, por ejemplo, logró unir a los líderes religiosos católicos, protestantes, hindúes, budistas, musulmanes y judíos de seis continentes. Lo hizo en 2004. En ese año se publicó  la Declaración Chiang Mai “Religión y mujeres: Una agenda para el cambio”. 

El documento señala que “las mujeres son sujetas y no objetos en sus propias vidas. El derecho a decidir cualquier rol, incluyendo la maternidad, debe ser apoyado social, económica y políticamente...”.

Dada la preocupación moral que envuelve la interrupción de un embarazo y la diversidad de posiciones morales que existen, la visión de una religión en particular no debería imponerse sobre la conciencia de otras personas.

La despenalización del aborto es una respuesta mínima a esta realidad y un medio razonable para proteger la vida y la salud de las mujeres  en situación de riesgo.

Una violación es un mal moral que va en contra de la dignidad humana y en contra la voluntad de Dios. Negarle a la víctima el acceso a servicios de salud seguros e inmediatos para interrumpir un embarazo forzado, si así lo desea, es convertirse en cómplice en un continuo de violencias contra ella. 

Dios no condena a ninguna mujer o niña a un interminable ciclo de tortura, sino le invita a vivir con plenitud y florecer física, psicológica y espiritualmente. 

Somos responsables de crear las condiciones que lo hacen posible. (O)    

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