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Política para mujeres

En la Asamblea Nacional, el Grupo Parlamentario por los Derechos de las Mujeres trabaja por la erradicación de la violencia de género.
En la Asamblea Nacional, el Grupo Parlamentario por los Derechos de las Mujeres trabaja por la erradicación de la violencia de género.
Foto: Tomada de la Asamblea Nacional
15 de diciembre de 2019 - 00:00 - Jessica Jaramillo

La política es un lugar tradicionalmente masculino, en el que las mujeres hemos ingresado paulatinamente, desde la opinión, la militancia, la propuesta; y sin duda, requiere de seres valientes. Requiere de mujeres que se reconocen en el voto femenino, en el plan de gobierno de un partido, liderando instituciones, decidiendo en favor de la gente.

Pero es difícil construir una carrera pública o disputar un escaño, hacerlo es un riesgo que trasciende la vida familiar, personal y hasta la integridad sexual, dado que los ataques de sus enemigos pueden llegar a ser inmisericordes, quebrando incluso lo único que guardamos como zona de acogida y descanso, nuestra intimidad. La razón, se trata de la disputa del poder, en donde algunos creen que el fin justifica los medios, hechos que se ventilan en noticieros y redes sociales.

Cuando hablamos de mujeres políticas, por lo general nos enfocamos en lo electoral, pero poco se dice de nosotras en la administración del Estado, municipios, prefecturas o espacios de dirección; y se suele invisibilizar a expertas, conocedoras de temas que pueden cambiar la vida de los ciudadanos.

Más aún cuando sigue siendo una noticia el nombramiento de mujeres en altas responsabilidades, a cargo de las finanzas nacionales, el presupuesto público, la recaudación de impuestos o comandando la seguridad ciudadana y la defensa nacional, pues nuestra sociedad machista nos ha formado para otros ramas menos “duras”, más “suaves” y estereotipadas al rol de acompañante o de segunda a bordo.

Esas mujeres en los ejecutivos nacionales o locales no solo que no están sujetas a reglas de paridad como sí existen en partidos o movimientos políticos, sino que pugnan también por espacios de poder y en ocasiones están sometidas a presiones.

En este contexto -debo relatar-, fui invitada a ocupar un cargo dirección en la municipalidad, el mismo que acepté para intentar cambiar la situación del 84% de mujeres de los mercados de la ciudad. Y aquí palpé la violencia machista que de forma soterrada es usada en la administración pública.

Un día un funcionario directivo empezó a decirme “mijita”, término usado para minimizar y manipular con el fin de conseguir “favores”; al no acceder a lo solicitado, pues era ilegal y recordarle mi nombre a este individuo, me había ganado un enemigo.

Mi primera reunión de trabajo fue con 23 varones, personal operativo a mi cargo. Además de darme la “bienvenida” me hicieron sentir su inconformidad con mi género; uno de ellos de forma burlesca me llamaba “magister”, o decían “no ha de aguantar”; a otro de ellos debí iniciar proceso de visto bueno por irregularidades.

Evidencié en esta institución que en pleno siglo XXI se mantiene la división sexual del trabajo vía contrato colectivo; todos los inspectores y administradores de mercados son varones y las 15 funcionarias de limpieza eran mujeres. Nada más sexista que eso.

Posteriormente conforme mis conocimientos, advertía y cuestionaba todo aquello contrario a la norma; así que los funcionarios poderosos empezaron a mover la “estructura” en la que se asientan sus privilegios. Los actos de acoso los operaban servidores funcionales en puestos estratégicos.

Como Directora estaba obligada a trabajar, gestionar pero estaba prohibida de comunicar mis logros, no podía aceptar entrevistas y debía dar explicaciones de mi agenda; cuando tomaba la palabra ya sea para inaugurar un evento o dar un mensaje, mi superior se mostraba poco amable y en una ocasión de forma altisonante me recordó que no estoy autorizada a hablar en público.

Debí incluso preparar discursos para que otros muestren el trabajo de mi equipo como su fuera suyo. Adicionalmente me retiraron presupuesto, personal y funcionarios de otros departamentos se negaban a firmar documentos por disposición verbal de uno de estos poderosos. Enfrentaba a una mafia, a la que nadie ha denunciado antes; les incomodaba una mujer capaz y honesta.

Finalmente en una última reunión de trabajo escuché gritos, ofensas a mi trayectoria personal; me llamaron “política” como si eso fuera un insulto, “funcionaria golodrina”, frente a lo cual no respondí por educación, pero usé la vía administrativa para reclamarlo. A estos hechos relatados se suma la censura de un medio de comunicación, situación vinculada a mi reciente gestión y a la posible influencia de un consejero de la autoridad que dirige este ejecutivo.  

La intención de mi relato no es quejarme, es evidenciar las distintas formas de violencia hacia las nosotras. Ejercer la política finalmente es pugnar por poder, pero no para beneficio personal sino para mejorar la vida de la gente. En ese camino estamos expuestas a situaciones como las que he citado, al desprestigio, insultos, que no deberían existir pero que están ahí como parte de la desventaja de nuestro género en un lugar tradicionalmente ocupado por el patriarcado.

Todo esto solo puede ser entendido desde esas relaciones de poder, dominación y privilegio establecidas en la estructura social, lo cultural y profundamente político, cuyo único mensaje es que nosotras no podemos, no debemos.

La disputa por el poder no es un camino de rosas, es una dinámica que los liderazgos femeninos debemos enfrentar, no para pactar con mafias, sino para gobernar para el bien común. Habrán victorias y derrotas, pero no quiero imaginar legislativos, municipios o la administración pública sin nosotras. La democracia se construye con la diversidad, capacidad y valentía de las mujeres. (O)

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