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El Telégrafo
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La violencia marcó la vida de mujeres adictas a las drogas

En el centro “Luz de la vida”, ubicado en el sur de Guayaquil, las mujeres que cayeron en el consumo de estupefacientes hablan frente a un grupo de sus objetivos futuros, sus progresos y las sensaciones de su doloroso pasado.
En el centro “Luz de la vida”, ubicado en el sur de Guayaquil, las mujeres que cayeron en el consumo de estupefacientes hablan frente a un grupo de sus objetivos futuros, sus progresos y las sensaciones de su doloroso pasado.
Foto: José Morán / EL TELÉGRAFO
06 de febrero de 2019 - 00:00 - Redacción Sociedad

Nicole C. se levanta a las 06:00. Hace 35 días baja de una litera, limpia y ordena la habitación decorada de rosado, donde un cartel en la pared reza: “Las muñecas en recuperación”.

A diario acude a una pequeña sala del centro de rehabilitación para mujeres “Luz de la vida”, uno de los espacios de Guayaquil que trabaja con el colectivo femenino. Allí la esperan 10 chicas que intentan alejarse del consumo de alcaloides.

En una pizarra, uniformadas con blusas de color fucsia, responden a las preguntas: ¿cómo se sentía al consumir?, ¿cuáles son sus logros en la rehabilitación? y ¿cuáles son sus aspiraciones?

Nicole tuvo su primer contacto con la “h” (heroína) cuando estudiaba en el colegio. Así estuvo cuatro años.

Ella  buscaba en la sustancia aliviar el sufrimiento ocasionado por violaciones: a los 8 años fue abusada por su hermano de 15 años, luego lo hizo su primo y  su tío. “También consumía porque estaba cansada de que mi papá, borracho, maltratara a mamá”.

Su adicción la llevó a estar con mujeres y prostituirse con hombres. A los 17 se convirtió en madre y su bebé nació con síndrome de abstinencia. Lo abandonó a los tres meses.

Hoy, a sus 19 años, cuenta que uno de sus objetivos es asistir a la universidad para cursar enfermería, pues desea que su hijo no la vea como adicta. El 31 de diciembre de 2018 celebró su primer fin de año sin drogas.

Las cicatrices
Vanessa se para frente al espejo y ve a una señorita limpia; y en sus extremidades cicatrizaron las heridas.

Transcurrieron seis meses desde que la rescataron debajo de un puente del suburbio, entre cartones viejos.

Ella, a sus 14 años, “encontró” en la “h” el camino para olvidar los maltratos.

A los 8 años fue abusada por un vecino. “Mi madre nunca me creyó”.

En la niñez, para tranquilizarse, aprendió, en videos de Facebook, a lastimarse. “Cortarme me tranquilizaba”.

Esas mismas sensaciones   tuvo cuando probó la “h” a los 14 años. Vanessa huyó de su casa y dejó el colegio. Recogió  basura y comió desperdicios. Para  comprar drogas se prostituyó.

Hoy, a sus 18 años, ya no se ve como mendiga. Su deseo es concluir su formación en el colegio y estudiar para tecnóloga en electrónica.

Las estadísticas del centro “Luz de la vida”, que funciona hace seis años, muestran que el 50% de los casos de sus pacientes sufrió abusos en la niñez y se prostituyó a causa de los alucinógenos.

Según el psicólogo Kléber Urgilés, las mujeres se sienten desvalorizadas en esos casos. El tratamiento que ellas reciben -detalla- consta de tres fases: adaptación y concientización de la enfermedad, manejo de las emociones, plan de vida y terapias ambulatorias.

La curiosidad
Diana, de 28 años, trabajaba y estudiaba en la universidad. Eso hasta que su pareja, con la que vivía en Quito, le dio a probar cocaína.

Los ocho años de consumo -desde que se despertaba de la cama- vinieron acompañados de pérdida de 90 libras, desvío de su mandíbula y abandono de todo. Su madre tuvo que atraparla y obligarla a que se rehabilitara.

El doctor Gustavo Montero explica que las jóvenes llegan al centro deshidratadas, con bajo peso, diarreas y dolores musculares. “Cuando salen, lo hacen transformadas”.

Diana, a quien actualmente le gusta maquillarse y arreglarse, volverá a la alma mater. (I)

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