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Telares e hilanderas, sellos de identidad de la etnia salasaca

Los rodillos y más elementos de los telares son fabricados con maderas, como eucalipto. Todas demuestran mucha habilidad para el oficio.
Los rodillos y más elementos de los telares son fabricados con maderas, como eucalipto. Todas demuestran mucha habilidad para el oficio.
Foto: Roberto Chávez | EL TELÉGRAFO
19 de mayo de 2018 - 00:00 - Redacción Ecuador Regional

En el kilómetro 12 de la vía Ambato-Puyo, uno de los principales accesos hacia la Amazonía, se encuentra un conocido, llamativo y tradicional pueblito andino habitado por una etnia indígena.

Se trata de Salasaca, parroquia rural del cantón tungurahuense Pelileo, el cual es visitado por decenas de turistas nacionales y extranjeros cada fin de semana debido a su riqueza cultural e histórica.

Entre sus principales atractivos está la Plaza Llicacama, centro ceremonial y vitrina de productos artesanales; plantaciones orgánicas, el museo de la comunidad y los telares ancestrales.

En estos dos últimos espacios se conservan casi intactas dos actividades antiguas que han convertido a Salasaca en una enorme pinacoteca etnoantropológica y cultural a cielo abierto.

“Nos referimos a la hilandería y la labor en los telares. La primera está a cargo de las mujeres salasacas y la segunda está en manos de los varones; ambas ocupaciones son herencia de nuestros antepasados, quienes llegaron a Ecuador desde Bolivia y Sur de Perú hace varios siglos”, contó Wenceslao Chisaguano, anciano de la etnia.

Telares añejos
Al igual que él, sus hijos, nietos, sobrinos y demás hombres del pueblo se dedican a dar mantenimiento, montar y enseñar a los más jóvenes las actividades que a diario se realizan al interior de estos coloridos talleres.

“Tienen un diseño muy rudimentario, son montados con piezas de maderas locales  y rodillos hechos de árbol de eucalipto. Si bien muchos de los telares se han modernizado en los últimos  años, todos guardan su esencia artesanal; allí se manufactura toda clase de ponchos, tapices, gorros, guantes, camisas, bolsos, y demás prendas y artículos de uso diario con fibras animales”, dio a conocer  Manuel Chisaguano, hermano menor de Wenceslao.

Este apellido es muy conocido en la parroquia, muchos de quienes lo llevan son famosos por su destreza en el  perfeccionamiento de técnicas para la fabricación de hermosos telares.

“Los conocimientos sobre este trabajo también han sido legados por nuestros antepasados, y transmitidos mediante una arraigada tradición de comunicación oral. A excepción de algunos extranjeros, especialmente norteamericanos y alemanes, quienes hacen estudios antropológicos en la etnia, esta labor es exclusiva de los salasacas”, señaló Ana Gómez, antropóloga ambateña.

Una de las estrategias utilizadas por los padres de familia de esta localidad, para despertar en sus hijos el interés por el trabajo en los telares, es regalarles un pequeño poncho u otra  prenda de vestir con una figura colorida que guarda un mensaje cuidadosamente codificado.

“A primera vista parece un dibujo simple y sencillo, que adorna la indumentaria, no obstante, tiene información valiosísima. Y dicho mensaje es descifrado solamente cuando el joven ya tiene la suficiente experiencia para deshilar el poncho y volverlo a armar”, aseguró Juan Carlos Caizabanda, de 56 años, padre de la etnia salasaca.

Como él, todos los hombres de su generación descubrieron el recado que su padre, abuelo o tío en caso de fallecimiento del progenitor,  quisieron transmitir deshilando la prenda que recibieron en su niñez.

Hilandería
La materia prima con la que se trabaja en los telares de esta parroquia es la lana de ganado ovino y camélidos andinos. Si bien la cría de estas especies y obtención de este producto lo realizan tanto hombres como mujeres, la preparación de la lana está a cargo de las matronas de la etnia, ellas a su vez enseñan esta labor a las más jóvenes.

“Luego de trasquilar al borrego o llamingo, la fibra es lavada en grandes tinajas a fin de quitar la humedad y suciedad. A continuación se seca el material en el patio de cada hogar, a cielo abierto; y después se lo deposita en shigras (bolsa femenina)”, explicó Gertrudis Manobanda, anciana de la etnia.

Una vez en la bolsa, la lana es hilada con un delgado trozo de madera que las matronas dan vueltas con ambas manos. (I) 

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