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Por una sociedad abierta y plural

Por una sociedad abierta y plural
Carlos Almeida / El Telégrafo
31 de enero de 2021 - 00:00 - Fausto Segovia Baus

Existen dos tendencias claras en la sociedad de hoy: la crisis de la democracia representativa y el resurgimiento de la sociedad civil. Una reflexión sobre el Estado y los ciudadanos.

Una visión retrospectiva del Estado puede ayudarnos a ubicar el tema. Bien es sabido que el Estado liberal, desde Locke hasta Rawls, fue concebido como un Estado mínimo, una suerte de “vigilante nocturno minimalista”, calificado por algunos como un mal necesario.

Otras teorías

Más tarde, con el encuentro –feliz o infeliz- entre el liberalismo y la democracia, surgió la concepción del Estado democrático –conocido como Estado de derecho- dentro de los principios y valores del libre mercado, el sufragio universal y la representación de los ciudadanos a través de estructuras de intermediación, pero la mercantilización llegó a tal extremo que todas las actividades humanas, incluyendo la política, cayeron dentro de las fuerzas del mercado.

Y surgió la teoría marxista del Estado, que concibió al Estado capitalista como un instrumento de clase, encargado de reproducir y garantizar la explotación de la clase proletaria por parte de la denominada clase burguesa. El fin sería erigir una sociedad sin clases, en la que el Estado tendería a desaparecer para dar lugar a una autogestión entre los individuos.

En una concepción distinta prosperó otra visión que consideró al Estado como un Leviatán –figura bíblica monstruosa mencionada por Hobbes y Schmitt-, que ayudó a unificar las naciones y neutralizar los conflictos, sobre la base de un Estado totalitario, que prosperó durante el nazismo.

Y por último, en esta rápida síntesis, se puede advertir la propuesta del Estado social de Keynes. El modelo keynesiano intentó garantizar el equilibrio económico, el empleo pleno y el crecimiento sostenido. Y al no cumplirse en los hechos estos postulados, “por la incapacidad del Estado de satisfacer un creciente número de demandas alentadas por su propia concepción social de su actividad”, volvió a cobrar fuerza desde los años noventa la visión neoliberal del Estado mínimo, pero en su versión más radical y conservadora.

Desestatización de la política

La alternativa es ahora la desestatización de la política – mencionada por Maestre, Dubiel, Arendt, Castoriadis y Lefort- que concibe a la democracia como un dispositivo simbólico, una creación histórica de una colectividad consciente de sí misma.

En una concepción distinta prosperó otra visión que consideró al Estado como un Leviatán –figura bíblica monstruosa mencionada por Hobbes y Schmitt-, que ayudó a unificar las naciones y neutralizar los conflictos, sobre la base de un Estado totalitario, que prosperó durante el nazismo.

Al haberse transmutado el mercado económico a la actividad política –dicen- se desnaturalizó la democracia, por lo cual está naciendo una cosmovisión distinta que proclama, a contracorriente, que en cuestión de democracia todo está por inventarse, y que el poder no es algo que se conquista una vez y para siempre, sino un espacio vacío que puede ser llenado por la sociedad civil.

No basta la ingeniería política

Pero las demandas de la sociedad, como es obvio, no han tenido la respuesta apropiada en el Estado, cuya crisis institucional va de la mano de la crisis de la modernidad.

La ruptura individual y colectiva es entonces un hecho; subsiste la disidencia, el conflicto, la quiebra de la autoridad, mientras la representación oficialista no oye ni ve ni comprende las nuevas visiones y estrategias que se van formando, ya no desde el “aparato” jurídico del Estado -que intenta responder a los problemas con instituciones de socialización (en su fase preventiva), con instituciones reguladoras de los conflictos (en su fase política) y con instituciones de control (en su fase punitiva)-, sino mediante procesos que operan desde nuevas visibilidades, donde no bastan la ingeniería política y social y las leyes para resolver los problemas de la pobreza, la exclusión, el atraso y la ignorancia.

Cuando las instituciones balbucean, la inutilidad del diálogo, tal como está planteado, es manifiesta. Hay que crear un nuevo espacio para la negociación, más creativo y profundamente democrático, basado en la reciprocidad y la solidaridad, en la confianza y no en la intolerancia o el recelo, con todas las fuerzas sociales, productivas y culturales de la nación.

Acuerdos de gobernabilidad

Se trata de buscar acuerdos de gobernabilidad, que no enfrenten al Estado con los ciudadanos. La crónica de las equivocaciones va a repetirse hasta la ruptura, si no se ponen en práctica algunas “meta estrategias”: la contención, la confrontación, la conciliación y la colaboración, esta última entendida como una estrategia para trasladar a las partes más allá del conflicto y trascenderlo, que consiste en comprometerlos en una relación creativa.

Agenda mínima

Una agenda mínima es entonces necesaria. Un acuerdo marco de gobernabilidad –como queda dicho-, y varios acuerdos específicos con los sectores sociales, económicos y políticos, sobre la base del bien común y el principio de subsidiaridad. Esta agenda debe recoger, por lo menos, los principios del desarrollo humano sostenible y sustentable, refrendados por las Naciones Unidas: salud y nutrición para todos; educación de calidad para todos y toda la vida; y empleo seguro, dentro de un sistema que respete la naturaleza y una ética civil anclada a los derechos humanos.

Hay que crear un nuevo espacio para la negociación, más creativo y profundamente democrático, basado en la reciprocidad y la solidaridad, en la confianza y no en la intolerancia o el recelo, con todas las fuerzas sociales, productivas y culturales de la nación.

El problema del Ecuador profundo –todos lo sabemos- no pasa, necesariamente, por las leyes y decretos, sino por procesos de cambio mental y cultural: de una sociedad patriarcal a una sociedad participativa, equitativa y democrática; de una sociedad centrada en el lucro y el mercado a una sociedad marcada por la solidaridad; de una sociedad clientelar a una sociedad de libre pensadores, emprendedores y respetuosos de los derechos y deberes propios y ajenos. ¡E intentar “ciudadanizar” la política!

El nuevo gobierno tiene retos fuertes. Pero ninguno será más fuerte que la voluntad de los ciudadanos que han asumido la conciencia crítica de cambiar por dentro, dentro de nuestras familias, con nuestra vecindad y ciudad, que libere las potencialidades adormecidas y construya nuevos sistemas de participación más solidarias y fraternas.

¿Queremos, entonces, más sociedades abiertas y menos Estado obeso, concentrador y perseguidor? (O)



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