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“¿Por qué vamos a tolerar que nos digan fishficas?”

“¿Por qué vamos a tolerar que nos digan fishficas?”
26 de febrero de 2012 - 00:00

“¡Somos putas!, porque no nos dejamos someter. Somos putas, porque rechazamos el maltrato...”, exclamó Adriana Barahona, alzando el brazo con el puño cerrado, para darle a sus palabras una firmeza doble.

Como integrante de la organización Elogia Marginal, Adriana se reunió el pasado jueves con una docena de compañeras que comparten su causa, para pulir el manifiesto que leerán el próximo 10 de marzo cuando realicen la denominada “Marcha de las Putas”.

El tiempo se les viene encima y todavía hay muchas cosas por hacer. Desde hace varias semanas se reúnen para organizar una movilización que busca reivindicar a la mujer, explicó Ana Almeida, integrante del programa Transgénero y coordinadora del movimiento.

En las tardes, las activistas llegan en grupo a la Casa Trans, ubicada en el sector La Floresta (norte de Quito). Cada cual lleva lo que puede: cartulinas, pinturas y marcadores para armar carteles, otros se organizan para presentar una coreografía y diseñar el vestuario.

“Queremos protagonizar una protesta con cultura, donde las personas se den cuenta de cómo se ha atentado contra los derechos de las mujeres”, reiteró Adriana, alumna de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Ellas se muestran firmes en sus propuestas. Como lo hace la periodista argentina Ana Wajszczuk, cuando dice en su texto “Son todas putas: Te cortan la pollerita (minifalda) en TV para que muestres el culo porque sí, porque son todas putas”.

La gente de la Casa Trans habla también “sin pelos en la lengua”. “Queremos apropiarnos de ese término de cuatro letras y transformarlo en algo positivo. La palabra puta ha etiquetado a las mujeres y a las personas de diversa condición sexo-genérica como algo que nosotras no debemos ser”, explicó Valeria Andrade.

Ella estudia antropología. En esta cátedra aprendió que el maltrato contra el género femenino inicia desde los apodos o frases ofensivas como “fishficas”, “carishinas”, “machonas”, “zorras”... “¿Por qué debemos tolerar esas expresiones?”, cuestionó.

Esos adjetivos tiene que escuchar a diario “Daniela”, una trabajadora sexual y transgénero. La mujer de 26 años labora en el sector de La Y (norte de Quito).

Hace un año, una de sus compañeras fue brutalmente asesinada. Le abrieron el abdomen con una botella de vidrio y también golpearon su rostro.

Daniela y sus amigas denunciaron la agresión en la Policía Judicial de Pichincha (PJ-P); un mes después se movilizaron en protesta. Todo sigue igual y hasta peor. “Casi todos los días nos insultan, otros nos arrojan botellas…”.

Violencia psicológica

Este grupo no solo habla de violencia física, agresiones sexuales o violaciones. Son conscientes de que la intimidación puede tomar otras formas.

Mariuxi Campoverde (23 años), integrante del Colectivo Salud Mujer, compartió la experiencia que tuvo con un ex novio.

“Él hacía lo que quería conmigo. Nunca me golpeó, pero no me dejaba estar con mis amigas, con mi familia. Cuando yo le pedía espacio, me decía que no lo quería. Me hacía sentir mal”. Con el tiempo -contó la joven- se dio cuenta de que “exigir respeto no significa que tú no quieras a tu pareja”.

Los hombres también se sienten involucrados

Este tema no es algo que solo les preocupa a ellas. Dentro del colectivo se han sumado varios hombres que expresan su indignación ante el problema.

Ciro Toapanta, estudiante de teatro en la Facultad de Artes de la Universidad Central, reconoció que esta propuesta es poco común, “pero acertada”.

“Hay que llamar la atención de la gente para que reflexione que no hay santas ni prostitutas, ante todo son mujeres”, expresó convencido este joven, quien es padre de una niña de cuatro años.

Roberto Cerpentegui, también estudiante de teatro, manifestó su preocupación respecto a que en las calles las personas son indiferentes cuando hay maltrato a una mujer, a una trabajadora social o a transexuales. “Las autoridades tienen que crear políticas para eliminar el femicidio. Y agregó: “No es posible que todavía hoy las mujeres sigan siendo víctimas de sus parejas”.

La violencia no la vivieron ellos, pero algunos sí la vieron desarrollarse en discurso, frente a sus ojos. Sergio Carrillo (21 años), estudiante de agronomía, sentía que su corazón se desgarraba cuando miraba a su padre golpear a su madre. “Le daba cachetadas y puntapiés. Yo no sabía cómo ayudarla”, recordó con indignación.

Pero un día cumplió 17 años. Su padre había participado en un partido barrial de fútbol y regresó frustrado con la derrota a cuestas. Sergio dedujo que, como era usual, se desquitaría con su madre. Cuando vio que  se acercaba a ella para agredirla, el joven saltó sobre él y le propinó un puñetazo. “Si la vuelves a tocar, te mato”, le advirtió. Las agresiones terminaron.

Propuesta que cruza fronteras

La “Marcha de las Putas” forma parte de un movimiento global que nació en 2011 en protesta por las declaraciones del jefe de la Policía en Toronto, Canadá, contra una joven de dicha localidad.

Los medios de comunicación norteamericanos reseñan que el policía dijo a un grupo de estudiantes: “Las mujeres deben evitar vestirse como putas, para no ser víctimas de la violencia sexual”.

En la  protesta latinoamericana de marzo también participará la argentina Ana Wajszczuk, periodista, quien escribió un texto  que describe, para ella, la situación de la mujer, con frases como: “Perseguís hombres en las propagandas de desodorantes porque cuando no son obsesivas de la limpieza o madres, para el mundo publicitario son todas putas”.

Para Wajszcuk, en el párrafo final  de una de las 24 premisas que describen una serie de condenas, se resume todo: “En la bolsa de gatos de un mundo donde la subordinación sexual de la mujer muta por una cadena de significantes que van del relativismo cultural a la ‘liberación femenina’, pasando por los lugares comunes más enquistados y recalcitrantes, con el mismo estereotipo de fondo, apenas bastan dos sílabas para ocultar la denigración de todo un género”.

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