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El Telégrafo
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“Para ser un ‘lagarto’ de la Bahía hay que tener el verbo del guayaco”

En las que fueron las instalaciones del hotel Humboldt ahora funcionan locales de venta de lavadoras, refrigeradores, microondas, acondicionadores de aire. Todos requieren los servicios de un enganchador para atraer clientes.
En las que fueron las instalaciones del hotel Humboldt ahora funcionan locales de venta de lavadoras, refrigeradores, microondas, acondicionadores de aire. Todos requieren los servicios de un enganchador para atraer clientes.
Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
18 de febrero de 2018 - 00:00 - Edward Lara Ponce

Es sábado, casi mediodía. El sol brilla con intensidad sobre el sector de Malecón y Olmedo, en el corazón del puerto principal.

La brisa del ‘manso Guayas’ mitiga los efectos del calor.

En los bajos del olvidado Hotel Humboldt -donde en la década del 70 se filmó Romance en el Ecuador- el griterío aturde.

Las letras de las canciones de salsa se entreveran con el palabrerío de la gente. 

Héctor Lavoe suena más fuerte: “La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, cómo no...”.

Con él los cantantes desempleados de la ciudad han encontrado la forma de ganarse entre $ 15 y $ 100 diarios actuando como ‘lagartos’. 

Su trabajo consiste en persuadir a ‘todo el mundo’ sin distinción de raza o apariencia física. Los negocios y el dinero son así, totalmente desprejuiciados. ¿Su ‘arma’? Una jerga coloquial fundida con clichés que pretenden ser chistosos e ingeniosos.

Xavier Ochoa conoce del oficio. Por tres años ha recorrido callejones, rincones y pasajes de la bahía, la zona comercial más agitada del puerto principal.

Aquí los negocios siguen extendiéndose entre los edificios hacia las calles Manabí, Ayacucho, Huancavilca y Capitán Nájera.

El hombre se reconoce ‘un poquito’ pasado de peso. Llegó con la ‘membresía’ de un amigo con quien ganó y perdió oportunidades de negocios, pero sobre todo que lo inició en el arte de convencer con ese estilo ‘verbal’ del guayaco.

“¿Hey, amigo, amiga, qué buscaba? Tenemos coches para bebés, cunas, televisores, refrigeradoras, aires acondicionados, teléfonos, laptos, ropa, zapatos. Nosotros le ofrecemos lo que necesita, somos distribuidores con precios muy bajos, no camine ni repague. Venga, le mostramos buenos productos, sin compromiso”.

La época no es buena y aunque el día está soleado, para el negocio tiene un tinte gris, se lamenta Ochoa, quien sin embargo no pierde la esperanza de que algunas monedas caigan en su bolsillo al final del día donde ahora solo está su libreta, en la que registra sus ingresos para calcular si le fue bien o mal.

Ochoa se asegura de que su historia se conozca: “fui enganchador, ahora vendedor y el siguiente paso es ser dueño de un local, aunque deberé aprender a ser ahorrador”.  Comenta y suspira al paso de un vendedor de lotería.

“Quién sabe, la suerte puede llegar de cualquier manera”, sugiere entre risas.

Esta mañana estuvo particularmente mala para hacer negocios, son las 12:00 y aún no cae nada para el almuerzo.

De repente aparece en la esquina Carlos Beltrán, quien pregunta por precios de refrigeradoras.

Un ‘lagarto’ (enganchador) lo reconoce de inmediato como posible cliente y le entrega la tarjeta del negocio para el que trabaja.

La desconfianza del cliente es notoria, de ahí su renuencia a dejarse llevar. Beltrán desconfía de las ofertas, no cree en los precios que le canta el desconocido, quien lo aguarda paciente, sin agitarse, tal como el reptil a su presa.

Un segundo ‘lagarto’ se acerca: “amigo, vaya, ellos son distribuidores directos, él trabaja aquí”. Al final, Beltrán accede y descubre que el local es como cualquier otro, con precios muy similares.

El ‘enganchador’ hizo un buen trabajo, pero el vendedor no logró convencer a Beltrán de invertir $ 800 en una refrigeradora de dos puertas.

El hombre acudió a la bahía atraído por los comentarios de unos amigos sobre la posibilidad de encontrar algo más barato. Pero confiesa que tras dar unas vueltas prefiere ir a un almacén, “tal vez pague más, pero compraré algo con garantía”.

Los ‘enganchadores’ miran hacia todos lados, pero saben que si no es ahora más tarde  se ganarán esa comisión de $ 30.

Esto pasa con frecuencia, es la perseverancia la que les da buenos resultados.

Los ‘lagarteros’ se reconocen entre sí, pero los visitantes poco frecuentes de la bahía los ubican cuando reciben una tarjeta del o los locales con los que trabajan.

En la esquina una agente de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) limpia el sudor de su frente y frota su perfilada nariz mientras saluda a un compañero en bicicleta y frunce el ceño por las desavenencias entre automotores y transeúntes impetuosos.

Matilde Viteri aprovecha la hora del almuerzo para comprar una memoria portátil.

La que tenía le fue sustraída al subir en un alimentador de la Metrovía, de esos en los que se necesita fuerza de luchador para abordarlos.

Viteri labora como recepcionista hasta las 13:00 los sábados en una oficina ubicada en las calles Boyacá y Sucre, centro de Guayaquil y a pocas cuadras de la bahía.

Ella asegura que carga $ 20 en el bolsillo, pero que no puede gastarlos todos porque además necesita una calculadora para trabajar en la tesis que prepara para obtener el título de economista y conseguir un mejor trabajo.

La mujer de 28 años de edad se detiene y pregunta por unas prendas de vestir, pero lo hace por curiosidad, ya que su tiempo y dinero son limitados. Además debe volver a la oficina antes de que se percaten de su ausencia.

Es la hora del almuerzo pero no todos comerán a tiempo. 

Son las 12:30 y otro tipo de griterío se percibe: “lleve a $ 1 seco de gallina; arroz con carne apanada; menestra con pollo al horno...”.

La vendedora de maduro asado pasa despacio y en silencio, casi inadvertidamente ante la presencia de un guardia metropolitano que pretende mantener el orden en una zona controlada por el desorden y la informalidad.

Un ‘colero’ se divierte repartiendo a $ 0.25 su producto en vasos plásticos, al tiempo que se esconde del garrote municipal.

Juan Barahona es uno de sus clientes habituales y dependiente de uno de los tantos locales que hay dentro del viejo hotel Humboldt.

El hombre de contextura delgada, piel blanca y gruesos lentes narra con su hablar ligero que sueña con tener un negocio propio, uno que no tenga intermediarios, pero sí buenos ‘lagartos’.

Barahona aprende el oficio en su tiempo libre y comisiona con los conocidos que dominan los locales del lugar.

Fuma sin tregua a pesar de que la temperatura de la calle llega a los 36 grados centígrados. Por ahora Barahona consigue las camionetas ‘seguras’, esas que le garantizan al local que el cliente llegue a su destino sano y salvo  con su artículo.

Las ofertas van desde bicicletas y monopatines hasta botas para la lluvia, teléfonos, cargadores y películas en formato Blu-ray. Pero también hay perfumes ‘reconocidos’.

La cotidianidad del sitio se interrumpe. El rumor se esparce como pólvora: algunos venezolanos están comisionando $ 1 por cada venta realizada. Un vendedor de cuadros que pasa por el sitio suelta un sabio refrán: “cuando la necesidad apremia, la vergüenza se aleja”, pero para Carlos Martínez esto no es justificativo para dañar el negocio. El riosense de 42 años de edad refunfuña.

“Los dueños de negocios dejarán de ‘contratarnos’ por culpa de ellos. Algo parecido sucedió en la época de la “invasión” cubana, insiste con amargura. Desde este sitio hasta el edificio Miami se cuentan más de 300 enganchadores sin contar a los extranjeros que, entre mitos y verdades, se confunden con los locales.

A pocos metros, en el pasaje comercial (antiguo hotel) artículos como lavadoras, televisores, equipos de sonido, ventiladores o microondas dominan el paisaje.

En un local poco visible está Enrique Lara, quien también empezó atrayendo clientes como ‘enganchador’ a finales de la década del 90, cuando se casó y ante la falta de trabajo y con una deprimente economía vendió -en un local alquilado- los regalos que recibió en su matrimonio. 

Lara cuenta que colocó cada obsequio junto a la caja correspondiente dando la sensación de que el local estaba surtido. Las ventas eran variadas, días buenos y otros no tanto, pero la persistencia le dio frutos y amplió su negocio, aunque la deuda con su esposa sigue latente y ella se la restriega en la cara cada cierto tiempo. Lara se emociona y su voz se entrecorta al recordar que su buen arranque se tambaleó durante el feriado bancario de 1999, pero contra todo pronóstico se recuperó a pesar de la debacle del sucre y la adopción del dólar en el siguiente año. 

Este guayaquileño no se limita al sector de la bahía.

Él colocó en el norte de la ciudad un local de venta de computadoras para aquellos que prefieren no acudir al centro y buscar precios económicos. Lara se para al borde de su negocio, respira profundo, ve a su alrededor y dice: “este es un lugar de mucha competencia y para estar aquí hay que prepararse”.

Es economista de profesión y vendedor por excelencia.

Supervisa con atención el mantenimiento de componentes de una computadora, mientras asegura que el futuro para él estará en explorar otros mercados usando internet y redes sociales. Y es que la bahía está conformada por laberintos que conectan unos negocios con otros que se aglutinan en más de 90 asociaciones de manera intrincada, incluyendo a los célebres ‘lagartos’. (I)

2→La esquina de Malecón y avenida Olmedo es uno de los puntos más conflictivos de la bahía. Vigilantes

de tránsito, guardias metropolitanos e infractores conviven impulsados por el negocio y los deseos de superación.  

3→Los ‘lagartos’ no discriminan. Ellos no se dejan llevar por las impresiones, atienden a todos con el mismo esmero porque no saben cuánto dinero cargan en el bolsillo.

El negocio no sabe de color de piel o de apariencia física. 

Detalles

Personas que laboran  

→La mayoría de ‘lagartos’  llegan acompañados por algún vendedor   o amigo que permanece en la misma actividad, caso contrario no se les permite trabajar.  Los auspiciantes son los responsables de ellos hasta que aprendan. 

10 dólares es la comisión base de los enganchadores por cada venta que logren concretar.   

Horarios de trabajo  

El tiempo que se labora depende de cada persona, algunas permanecen desde las 07:00 hasta las 19:00 de lunes a viernes y otras trabajan incluso los domingos hasta cuando hay actividad.       

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