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El neuropediatra vienés Hans Asperger descubrió el síndrome en 1944
No tratar el asperger puede llevar al suicidio
Desde que le diagnosticaron asperger a su hijo Alejandro, que tenía 8 años, los intentos de María González por lograr que lo incluyan y que dejen de verlo como raro se han convertido en un desafío diario. “He buscado sicopedagogos, terapias con caballos, de todo. Alejo un día llegó de clases y contó, en mi clase me dijeron que no soy normal, pero yo quiero ser normal”, recordó.
El asperger es un síndrome de origen incierto que limita la capacidad del niño para hablar y relacionarse. En Ecuador funciona una fundación que alberga a un grupo, de 50 menores y adolescentes, con este trastorno. Ayer en conmemoración al Día Mundial del Asperger, que se cumplió el 18 de febrero, fue desarrollada una casa abierta. Allí con la participación de padres de familia con sus hijos que tienen asperger se explicaron las conductas, características y sospechas relacionadas a la enfermedad.
Diagnóstico evita pensar en el suicidio
La presidenta de la Fundación Asperger, Claudia Amat, indicó que un buen diagnóstico es importante, “cuando esto no ocurre puede llegar a pensar en el suicidio por la depresión en la que están inmersos. Ellos quieren ser parte de este mundo, ser integrados, pero no saben cómo”.
Ese pensamiento suicida pasó por la mente de Daniel Martínez, quien a los 30 años le diagnosticaron el trastorno.
“Me deprimí mucho y sí pensé en acabar con mi vida. Lo supe muy tarde. Sabía que algo andaba mal, por alguna razón no soy sociable y solo he tenido una novia en mi vida. En la escuela y en el colegio no tenía grupos de amigos. Tener asperger es una vida dura sin tratamiento. Ahora los niños que lo reciben tienen la esperanza de un futuro mejor”, indicó Martínez, quien es docente universitario.
La terapeuta de la fundación, Yadira Ibarra, explicó que a través de los talleres les enseñan el sentido de pertenencia que tienen las personas similares a ellos, para que así puedan entablar relaciones sociales.
Aseguró que el tratamiento en los adolescentes puede resultar más difícil y se lleva más tiempo que en un niño, en quien se puede mejorar ciertas habilidades y conductas.
“Un niño con asperger no demuestra sus expresiones, no sabe identificarlas y eso hace que corporalmente y facialmente no lo reflejen”, indicó.
Otra de las características es que no saben cómo relacionarse, ellos no pueden identificar sus emociones, además siguen patrones repetitivos. Por ejemplo, a ellos si les cambian la rutina de levantarse, cepillarse los dientes o desayunar reaccionan de forma violenta.
María González lo vivió. Contó que su hijo Alejandro, quien hoy tiene 11 años, no hablaba a los 3 años, pensaba que era mudo, “hasta que lo llevé a una terapista de lenguaje, quien me dijo que él no quería hablar, porque en su mundo no le hacía falta. Hasta que a los 7 años empezó a hacerlo”. Agregó que antes tenía miedo de cómo iba a ser la adolescencia de su hijo y cómo se defendería cuando creciera, pero “veo que pueden lograr todo y ser profesionales”.