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“Mi vida ha sido muy triste, pero no hay que desanimarse” (Video y Galería)

Gladys Quinga camina 2 horas (entre ida y vuelta) al cerro donde tiene el sembrío de uvillas. Las vende a la empresa Terra Fértil, en Tabacundo. Foto: FERNANDO SANDOVAL/EL TELÉGRAFO
Gladys Quinga camina 2 horas (entre ida y vuelta) al cerro donde tiene el sembrío de uvillas. Las vende a la empresa Terra Fértil, en Tabacundo. Foto: FERNANDO SANDOVAL/EL TELÉGRAFO
25 de agosto de 2014 - 00:00

El camino empedrado es largo. Desde la curva no se divisa el final de los parajes llenos de sembríos, donde también corre libre el ganado. Se escucha el silbido del viento y también las pisadas de Gladys Quinga que ha llegado a la cumbre de un cerro en San José de Yaruquí (parroquia de Quito). Airosa, sin el corazón acelerado, trepa una pequeña elevación de tierra apoyada con sus manos. Da vuelta y mira el valle en 360 grados.

Tiene 45 años, pero parece una veinteañera que va por la vida al paso del viento. Todos los días camina desde su casa durante 1 hora hacia el cerro para visitar su plantación de uvillas. Esto la mantiene activa aunque, en los últimos años, quebrantos de salud hayan llamado a su puerta.
Gladys es delgada, de facciones fuertes y marcadas. Sus manos, resecas por los rayos solares y la tierra, tienen la capacidad de dar y recibir. Esta mujer de larga cabellera, ojos cafés y madre de 2 hijas logró salir de la pobreza con su trabajo. Y eso la hace sentirse orgullosa. “Cuando uno está en lo peor, sí puede salir con el esfuerzo de uno mismo”, afirmó con la mirada en alto.

Recibió el bono de desarrollo humano desde hace 7 años, cuando el valor era de $ 35 mensuales. Su esposo José Morales trabajaba como peón de albañil y también recibía esta misma cantidad semanalmente, pero cuando Gladys tuvo que someterse a una operación para extirparse el útero, esos ingresos simplemente se esfumaron.

Gladys no se dejó vencer y recurrió a su fortaleza. Pensó que si toda la plata que recibía del bono se destinaba para su salud, ella debía idear cómo conseguir dinero. Así, solicitó un préstamo de desarrollo humano para iniciar un sembrío de frutillas. Compró 20 mil plantas. “Pensé que me iría bien, pero me vendieron plantas enfermas, todas murieron y nos fuimos a la quiebra. También nos quedamos más endeudados”, recordó con tristeza.

Gladys tiene 2 hijas: Paola y Jeimy, la más pequeña estudia en un colegio agropecuario y también le gustaría seguir los pasos de su madre, pues ama la agricultura. La mayor, en cambio, selló un compromiso y hace 2 años tuvo una niña, quien también está al cuidado de Gladys. “Mi vida ha sido muy triste, pero no hay que desanimarse. Así que manos a la obra me dije”.

Fue su último pensamiento antes de pedir nuevamente un crédito de desarrollo humano en junio del año pasado. “¿Otra vez?, me preguntaban todos. Yo respondía: ‘Sí, otra vez, ahora me tiene que ir bien. Y así fue’. Ahora estoy más que contenta”, aseguró.

A Gladys le aprobaron nuevamente un bono de $ 500, con descuentos de $ 50 mensuales. Con el dinero en mano, le pidió un pedazo de tierra a su cuñado y así empezó la siembra de uvillas con 300 plantas y con un sistema de riego a goteo.

Hoy tiene 2 mil plantas y vende, cada 15 días, entre 100 y 150 kilos de uvilla a la empresa Terra Fértil, en Tabacundo. Cada kilo lo comercializa a $ 1,25. Al mes logra ganancias por más de $ 200.
En junio de este año, Gladys terminó de pagar su última cuota y, sin deudas, logró superar la pobreza. Ya no recibe el bono de desarrollo humano, ahora subsiste por sí misma. 

Gladys se apresura y baja del cerro. Le espera una cita en el hospital de Yaruquí.
Quiere estar bien de salud para hacer deporte el fin de semana. Ella formó el equipo de fútbol femenino ‘Pumas’ y, además, pudo comprarse el uniforme, por primera vez con sus ingresos.

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