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Las máscaras siguen vigentes en los festejos de las poblaciones andinas

Luis Humberto Vinueza muestra la vestimenta del Diablo Huma, que es muy utilizada en la fiesta de San Juan, en la provincia de Imbabura.
Luis Humberto Vinueza muestra la vestimenta del Diablo Huma, que es muy utilizada en la fiesta de San Juan, en la provincia de Imbabura.
Fotos: Fernando Machado / EL TELÉGRAFO
16 de julio de 2019 - 00:00 - Rodrigo Matute Torres

Las fiestas religiosas de las parroquias y cantones en la provincia de Azuay se matizan con danzas, bandas de pueblo, bailes  populares, entre ellos las comparsas, donde hombres y mujeres utilizan máscaras y bailan sin descanso.

Todos estos elementos son inseparables en las festividades, según se describe en la página de Los Pueblos Indígenas. “Pueden embriagarse sin descanso y bailar en las calles con desenfreno durante toda la noche. El triste se alegra, el tímido se vuelve atrevido. El disfraz permite la liberación de los deseos reprimidos”.

Los danzantes representan distintos personajes que cumplen un rol particular en la festividad. Tradicionalmente, sus trajes eran confeccionados con pieles y plumas, pero con el paso del tiempo sus vestuarios se han simplificado, hasta reducirse solo a algunas partes fundamentales; asimismo, sus materiales se han perdido poco a poco.

En el caso de las máscaras, en su mayoría son elaboradas con telas, arcilla o materiales livianos, como la hojalata, y hasta con fina malla de metal.

Para el historiador Juan Cordero, las máscaras traen consigo una historia de las distintas culturas del mundo y del país, sin embargo, no considera que sean parte de la identidad cuencana.

“Por ejemplo, en la cultura Tolita se encuentran varios ejemplos de máscaras usadas en bailes, para atraer la atención de los dioses; otras de tipo mortuorio que trataban de presentar a los dioses una imagen diferente y buena, distinta a la que tuvo en vida”, dice Cordero.

Luis Humberto Vinueza, artesano de Otavalo, relata  que las fiestas con máscaras aún sobresalen en el país, y en especial en la provincia de Imbabura.

Señala que la máscara, en especial del Diablo Huma (personaje de la tradición indígena), es la más utilizada en las comunidades de su provincia, tanto por los adultos, cuanto por los niños.

“Nosotros bailamos en el Inti Raymi y en las fiestas de San Juan, tanto en Otavalo como en Cotacachi y Cayambe; son nuestras fiestas, el blanco solamente nos acompaña”.

Vinueza fabrica máscaras del Diablo Huma y son las que más se venden, su valor depende del material.

“La mejor cuesta $ 120, ya que su diseño es único, se utilizan materiales más caros para dar mayor vistosidad a la vestimenta”.

Agrega que la confección le toma una semana completa, mientras la máscara de $ 10 es hecha a base de hilos de color, pero también es muy utilizada en las fiestas anteriormente mencionadas.

El Diablo Huma lleva toda una vestimenta, donde la máscara va primero, luego una camisa blanca bordada, también un látigo llamado “chicote” por los indígenas. Viste pantalón blanco, pero por encima lleva un zamarro (atuendo que cubre desde la cintura hasta parte del muslo) de cuero de borrego.

Los viejos y sus máscaras
Son personajes que se visten con ropa de varios colores y bailan sin descanso en las fiestas de los pueblos. Llevan máscaras de tela con una nariz muy larga y son hechas muchas veces por ellos mismos.

En el cantón Guachapala, provincia de Azuay, en homenaje a su patrono del mismo nombre, los “viejos” de la fiesta usan máscaras multicolores y ropajes especiales, danzan y saltan entre las comparsas que integran las familias nativas del lugar.

El escritor Teodoro Jerves, nativo de este cantón, los describe de esta forma y señala que son parte de las fiestas populares, por lo tanto, no pueden faltar.

Los más jóvenes, adultos y mayores de las familias priostes se visten y hacen el papel de “viejos”, ellos son la atracción de las festividades, muchos de ellos van con sus hijos en brazos y otros sobre los hombros; algunos de ellos son nombrados priostes.

“La tradición se comparte desde temprana edad”, comenta el empresario azuayo Arturo Ramón, quien no quiere perderse un momento de las tradiciones que aún existen en los cantones ubicados en la parte oriental de la provincia.

Él siempre recorre Paute, Guachapala, Sevilla de Oro y El Pan, donde su gente no deja morir estas costumbres que las vivieron también sus padres, abuelos y quieren dejarlas a sus hijos. (I)  

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