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Los 534 días más inciertos de Juan

Los 534 días más inciertos de Juan
06 de noviembre de 2013 - 00:00

La lucha de Juan Ortiz ha sido infatigable. Su vida transcurre entre juzgados, comisiones parlamentarias y análisis de documentos. Han sido 534 días de incertidumbre. Él solo quiere saber la verdad: qué sucedió la mañana del 21 de mayo de 2012, cuando su esposa falleció en el quirófano de la clínica Gastromed, en Quito. 

Sonia García tenía 49 años cuando se sometió a una operación de manga gástrica que -según los médicos- tomaría menos de tres horas. Nadie imaginó que no volvería a casa. Durante la intervención, una de sus arterias fue cortada por equivocación y murió a causa de una hemorragia interna aguda.

Sonia  pagó  8.480,11 dólares    por la cirugía. Entregó dos cheques y canceló un valor con tarjeta de créditoAunque en octubre de este año fue condenado a un mes de prisión Juan Pablo Torres, el médico que la operó, su esposo no está conforme. “¡Un mes! Eso parecía burla. Y los otros involucrados resulta que son inocentes. Fue desastroso enterarnos de esto”, reconoce Juan, quien asegura que no descansará hasta conseguir que en el país entre en vigencia una legislación sobre la mala práctica médica, se esclarezca su caso y se haga justicia.

“Un día antes de la operación, ella se guapeó. Yo le pregunté: “¿A dónde vas tan guapa? ¿A una fiesta? Estaba tan bonita. ¡Qué me iba a imaginar que no la volvería a ver!”, recuerda el hombre visiblemente acongojado.

Según cuenta, aquella mañana hubo irregularidades. Juan narró que Sonia fue operada a las 5:15 de la madrugada, pese a que la cirugía estuvo programada para las 09:00; también explica que Max Torres, el cirujano que operaría a su esposa, no llegó a tiempo y autorizó a su hermano, Juan Pablo Torres, para que inicie la intervención. Y le ofende recordar que los médicos abandonaron a Sonia en la clínica.

“Entré y la vi sola. Todavía sonaba la máquina artificial con los latidos de su corazón. Todos se habían ido, no había nadie ahí. Y el piso lleno de sangre. Tuve que llamar a la Policía”, describe con indignación, pues la escena sigue intacta en su mente.

Juan está obsesionado. Se ha convertido en detective, abogado y perito. Analiza cada detalle una y otra vez. El jueves redactó un documento de 18 hojas, en el que colocó cronológicamente los hechos con fotografías, artículos y recortes de prensa del caso.

Hace dos semanas participó de una reunión en la Comisión de Salud, en el piso sexto de la Asamblea Nacional. Elegante (terno oscuro), llegó a las 12:30. Cargaba una maleta con el expediente de 2.600 hojas del caso. Además, llevaba propuestas que podían ser incluidas en el proyecto de Código Orgánico Integral Penal que redactó la Comisión de Justicia de la Asamblea.

Propuso que se aprueben leyes, reglamentos, procedimientos y protocolos que garanticen la vida de las personas; que se instalen circuitos cerrados de televisión que monitoreen las operaciones; y que se valore a los cirujanos antes de iniciar una operación. “¿Quién nos garantiza que el médico durmió bien o no estuvo bajo los efectos del alcohol?”, se cuestiona.

Juan quisiera que las penas de prisión que se fijan sean de 9 a 11 años, tal como se estipuló en el proyecto de ley de 2011. “Yo me mantengo en eso, es la vida de una persona. Que me vacíen la casa, que me roben, y al final en 5 ó 10 años recuperaré las cosas, pero la vida de una persona no se recupera”, dice.

Juan también se ha movilizado para buscar apoyo institucional. Ha dirigido cartas a la Presidencia para que se atiendan sus demandas y ha solicitado veeduría a la Defensoría del Pueblo y al Ministerio de Salud.

Ahora pretende llegar a instancias judiciales porque no está de acuerdo con la sentencia al galeno que operó a su esposa. Tampoco comprende por qué faltando pocos días para el juicio los fiscales fueron cambiados, y se pregunta por qué las notificaciones para que los involucrados atestigüen llegaron con retraso. “Hemos gastado como 20 mil dólares. Pero así tenga que vender mi carro, mi casa, lo haré. Aquí importan los valores y la honestidad. Voy a sentar un precedente”.

La vida sigue...
“Ahora hay un eco en la casa”, dice Juan, mientras toma una taza de café y mira el jardín por la ventana. Desayuna después de un paseo con Martina, su perra golden de ocho años que ahora le hace compañía.

“Sonia era una artista, hacía bromas, era bailarina, ocurrida. Muy disciplinada en su vida, demasiado exigente con ella misma, con un carácter fuerte. Si tenía que remangarse la blusa y darse de puños, ella lo hacía. Yo era quien la apaciguaba. Fue mi compañera total”, recuerda.

A Sonia la conocían como “La reina del corsé” por sus habilidades para la confección. En el piso inferior de su casa, ubicada al norte de Quito, todavía están los maniquíes con vestidos color turquesa, rojo y morado, las máquinas de coser y las tablas para cortar tela.

Juan abre uno de los cajones del escritorio y lee un poema escrito por ella en francés. Sus ojos color miel se maravillan cuando reconoce nuevamente los rasgos de aquella delicada escritura. “También hablaba muy bien francés.

Y si usted le decía hábleme en chileno, ella lo hacía. Tenía una capacidad impresionante para imitar los dialectos”.

“¿Qué es lo que más extraño? Seguro son las conversaciones y los planes que ya no serán posibles. Decíamos que en cinco años tendríamos un taller montado en París, y yo la acompañaría en la travesía. También nos íbamos a cuidar el uno al otro. Y ahora, ¿qué haré yo dentro de 20 años? No lo sé”, piensa Juan.

Confiesa que en muchas ocasiones se cuestiona que les haya sucedido un hecho tan doloroso a él y a sus hijos Juan, Gabriel y Andrea.

“Yo me pregunto, ¿por qué? En algún momento alguien me dijo: cambié ese por qué por un para qué. Posiblemente, Dios me encomendó una tarea que no estaba en mis planes. Y la acepto. Aunque este proceso ha sido desgastador, necesita tiempo”, se confiesa Juan, mientras dirige la mirada hacia el portarretratos donde está Sonia.

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