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Las técnicas ancestrales evitan la desertificación de suelos en el país
Las técnicas ancestrales (tajamares o albarradas y los pilancones) permiten a Ecuador enfrentar el proceso de degradación que al momento afecta el 47% del territorio.
El problema es originado por la acción del hombre y por agentes naturales (acelerado crecimiento poblacional y necesidad de más alimentos, efectos hídricos, eólicos, entre otros).
“La degradación antecede a la desertificación en provincias naturalmente secas como El Oro, Manabí, Loja, algunas zonas de Chimborazo, Tungurahua, Guayas y Pichincha”, explicó Tarsicio Granizo, actual ministro del Ambiente.
Los tajamares o albarradas reducen los efectos de la sequía en estas zonas a través de la recolección de agua y su posterior distribución entre la comunidad beneficiada por dicha obra.
“La técnica permite regar los cultivos durante la época seca y asegura la hidratación básica del ganado mediante abrevaderos (bebederos)”, informó el Ministerio del Ambiente (MAE).
Esta medida de adaptación al cambio climático ayuda, a través de la infiltración subterránea, a abastecer los ‘ojos de agua’, ubicados en tierra baja del sitio donde se halla la albarrada.
Según la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), el método se utiliza desde la época precolombina y ayudó a sostener la vida en territorios donde el agua dulce era considerada un bien escaso.
“Hoy es una tecnología que aún se reproduce y, en algunos lugares, la única fuente donde la población tiene acceso”.
Los pilancones, en cambio, son pequeños diques o muros de hormigón similar a una pequeña represa, construidos de forma artificial, pero que en la mayoría de los casos se aprovecha el entorno propio del cauce donde se lo construye.
“Este dique genera una acumulación de agua que permite la introducción de mangueras o sistemas eficientes para utilizar el líquido recogido para riego agrícola y abrevaderos de animales”, explicó la ingeniera agrónoma Judith Álvarez.
La autoridad ambiental reconoció que es vital prevenir la degradación antes que actuar por los costos incuantificables que esto demanda.
“Lo importante es recuperar las técnicas ancestrales de manejo de suelo. Recordemos que las grandes civilizaciones preincaicas se asentaron en áreas desérticas y supieron usar sosteniblemente el agua”.
En el estudio ‘Aprendiendo a luchar contra la desertificación, degradación de tierras y sequía en el Ecuador’, realizado en 2013 por el MAE, se aclaró que el problema es la extensión de los desiertos a tierras anteriormente productivas.
“Lo más grave es la degradación de las tierras hasta el punto en que son incapaces de prestar un soporte adecuado a las comunidades que habitan en esos espacios, por lo que deben salir a otros lugares”.
Eso precisamente lo confirmó el ministro Granizo. Él considera que la desertificación tiene implicaciones sociales como la migración de los pobladores, que deben moverse a otras regiones de Ecuador para asegurar su vida.
“Recordemos que en los años 60 hubo grandes migraciones de lojanos y manabitas a la Amazonía por eso se llama Nueva Loja”.
A nivel mundial, de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), este tipo de terrenos -expuestos a sobrexplotación y a un uso inadecuado- representa un tercio de la superficie del planeta.
“Los efectos de la desertificación los sufren directamente 250 millones de personas, mientras que 1.000 millones se hallan en zonas de riesgo repartidas en más de 100 países. Entre ellos se encuentran las personas más pobres, marginadas y sin representación política”, indicó el PNUMA. (I)
La región debe cuidar del agua y la tierra a la vez
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y agricultura (FAO), América Latina y el Caribe tienen las reservas de tierra cultivable más grandes del mundo. Cerca del 47% del suelo se encuentra aún cubierto por bosques, pero esta cifra se está reduciendo rápidamente producto de la expansión del territorio agrícola. Durante los últimos 50 años (1961-2011), la superficie agrícola en la región aumentó notablemente, pasando de 561 a 741 millones de hectáreas, con la mayor expansión en América del Sur: de 441 a 607 millones de ha.
El manejo del suelo puede afectar la cantidad y calidad de agua disponible en una cuenca. El balance hidrológico se ve alterado por la deforestación, los cambios del uso del suelo y la cobertura vegetal, la sobreexplotación de acuíferos y el drenaje de cuerpos de aguas naturales. En las tres últimas décadas la extracción del líquido se ha duplicado en la región con un ritmo muy superior al promedio mundial.
En esta región, el sector agrícola y, especialmente, la agricultura de riego, utiliza la mayoría del agua, con 70% de las extracciones.
Según la FAO, el suelo es un excelente reservorio de humedad, lo que reafirma la conveniencia de manejar integralmente suelo y agua. El 14% de la degradación mundial ocurre en este continente, mientras que el 40% de las tierras más degradadas en el mundo están en zonas con elevada tasa de pobreza. (I)
Datos
El MAE expidió en 2014 una normativa para generar políticas sobre la desertificación, degradación de tierras y sequía registradas en todo el país.
Al momento, está en ejecución un proyecto de fortalecimiento de comunidades locales en temas de resiliencia al cambio climático en la cuenca del río Jubones y en la provincia de Pichincha.
El MAE, además, prevé una estrategia binacional con el Perú para las cuencas del Catamayo-Chira y Puyango-Tumbes; a fin de que las condiciones de estos ríos se mantengan y ayuden a las comunidades.
También, se trabaja en el código orgánico de tierras rurales y territorios ancestrales. No existen sanciones porque estos espacios son vulnerables e importantes para las economías sostenibles de familias pobres.(I).