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La entrega de Marthita y Blanquita será certificada

Martha Rodríguez trabaja desde hace 30 años con niños. Por falta de dinero no estudió en la universidad.
Martha Rodríguez trabaja desde hace 30 años con niños. Por falta de dinero no estudió en la universidad.
Fotos: Carina Acosta / El Telégrafo
14 de septiembre de 2016 - 00:00 - Redaccion Sociedad

Blanca Chipantiza y Martha Rodríguez tienen la ternura de una madre y la comprensión de una abuela.

Ellas son las dos educadoras con más experiencia en el Centro Infantil del Buen Vivir (CIBV) Manuela Cañizares, del norte de Quito. Y también las más queridas por los niños y sus padres.  

Ambas, Blanquita y Marthita (como las llaman los niños), pasan el medio siglo de vida, pero su carisma y entrega se mantienen, como si fuera el primer día.

Desde jóvenes se dedicaron al cuidado infantil. Empezaron en las guarderías.

Pese a que solo terminaron la secundaria tienen una experiencia que pronto será reconocida.  La Secretaría Técnica del Sistema Nacional de Cualificaciones y

Capacitación Profesional (Setec) las certificará como educadoras de calidad. Hay 2.000 más en el país.

Blanca Chipantiza, además de educadora, es maestra artesanal de tejido. A diario elabora sacos o bufandas de lana y recibe a los niños del CIBV.

A ellas la difícil situación económica de sus hogares y la pronta maternidad las dejaron sin cursar la universidad.

Blanquita y Marthita se autoeducaron con libros y revistas para potenciar las habilidades de los más pequeños. Hoy se capacitan de forma continua en la plataforma virtual del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). “Es un gran beneficio contar con esa ayuda”, expresa Marthita, guayaquileña de nacimiento, quien desde los 3 años vive en Quito.  

Hoy es educadora de los niños de 12 a 24 meses. A diario les enseña aspectos básicos: alimentación e higiene a través de canciones (que a la vez estimulan el habla).

Su energía es contagiosa y mantiene intacta la sonrisa en cada actividad. “A guardar, a guardar, todo el mundo a guardar” entona con una voz melodiosa. Todos corren y dejan los juguetes en los cestos.

Después encolumna al grupo para que se lave las manos antes de comer. Es hora del lunch matinal. Junto a su ayudante logra que los chiquillos se acomoden en las sillas e inicien la aventura de masticar y distinguir sabores.

La fruta del día es una granadilla.  Marthita les ayuda retirando un pedazo de cáscara y comienzan a deleitarse con los pequeños y afilados dientes de leche. Eso sí, la supervisión no cesa y también el apoyo para quienes aún están tímidos y no pueden completar esa tarea con éxito.

Una cuchara y una servilleta ayudan a que culminen con esa aventura gastronómica y se preparen para disfrutar de los juegos infantiles o de un simple paseo por el césped de la institución.

En la sala de los más pequeños (de 12 a 18 meses), Blanquita con  susurros logra que dos de sus angelitos caigan rendidos en la colchoneta. Es la hora de la siesta para estos infantes que deben recuperar energías a la hora del almuerzo.

Con delicadeza los cobija y pasa su mano por esas cabecitas para confirmar que duermen.

Tras el sueño reparador, el grupo está listo para disfrutar también de la fruta.

‘La abuelita’ o la ‘Mamita’, como también la llaman, lleva 13 años dedicada a los infantes y le restan 4 para jubilarse. Mas no quiere pensar en esa posibilidad porque ni en las vacaciones se desconecta por completo de sus pequeños.  

“Soy como una maquinita programada que está pendiente de las horas y de las actividades que les tocan a mis guaguas y cuando no estoy con ellos siempre me pregunto si estarán bien”.

Para Blanquita, quien supera los 60 años, lo más complicado que afrontó en su vocación es el manejo de la tecnología. Confiesa que hace 2 años estuvo a punto de dejar su trabajo porque no sabía nada de computadoras. “Con apoyo de mi familia y de las amigas logré aprender”. El día no termina para esta educadora sin tejer. Bufandas y sacos son parte de los accesorios que confecciona y de los que varios de sus niños ya se han beneficiado.

Ella recibe a diario a los infantes y conoce la expectativa con la que llegan cada nuevo amanecer. (I).

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