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Hugo y Ana llevan 26 años de casados y tienen 3 hijas

Ana Vivanco le ayuda a su esposo, Hugo Galarza, a salir del vehículo que lo llevó hasta su casa en el sur de Quito.
Ana Vivanco le ayuda a su esposo, Hugo Galarza, a salir del vehículo que lo llevó hasta su casa en el sur de Quito.
Foto: Álvaro Pérez / ET
14 de abril de 2019 - 00:00 - Amanda Granda

Durante tres años Hugo Galarza, quien vive con distrofia muscular de Becker, un trastorno genético que debilita y reduce progresivamente los músculos del cuerpo, le ocultó a su esposa Ana Vivanco que padecía esa enfermedad. Lo hizo porque no quería que ella se diera cuenta de que, con el paso del tiempo, sus piernas perderían fuerza y ya no lograría sostenerse por sí solo. 

Su miedo radicaba en el pensamiento popular que dicta que el hombre, fuerte, es el sustento del hogar y que si él ya no cumplía con esos estereotipos su esposa se alejaría. 

Ana notó los cambios en su esposo y un día lo encaró, entonces él le confesó su diagnóstico médico. 

Han pasado casi 10 años desde esa conversación. Es miércoles. Llueve en el sur de Quito y Ana escucha que un carro se estaciona afuera de su casa. Sabe que su esposo llegó y sale para ayudarle a bajar del vehículo. Desde hace tres años Hugo se moviliza en una silla de ruedas. Ana le acomoda sus pies y toma los mangos de la silla y la conduce hasta su casa. 

Ambos se conocieron cuando Ana tenía 18 y él 21. En ese tiempo ellos trabajaban como comerciantes en un centro comercial ubicado en el casco colonial de Quito. En los 90, cuando Hugo, en su calidad de reservista, fue a actualizar sus datos personales en la oficina de Movilización de las Fuerzas Armadas, le sumaron al grupo que fue parte del conflicto armado contra el Perú y viajó a la frontera. Durante dos meses su esposa y su hija recién nacida no supieron nada de él. 

Hugo volvió y mientras siguió con su trabajo de comerciante apoyó a Ana para que terminara la secundaria. Lo hizo en Esmeraldas, pues cuando el hombre de 47 años empezó a sentir los síntomas de su enfermedad, los galenos no le daban un diagnóstico y su mamá creía que era víctima de brujería, por ello durante largo periodo un chamán buscó -sin éxito- curarle. Ellos regresaron a

Quito. Arrendaron un pequeño departamento y se casaron. 

En la actualidad Ana y Hugo tienen tres hijas. La primera, Karen nació en 1994; la segunda, Sholey llegó al mundo en 2003, y Astrid lo hizo en 2007. 

La pareja comenta que en los 26 años que llevan juntos han tenido problemas como cualquier otra pareja. Mientras Hugo habla, Ana le mira fijamente y dice que siente la misma atracción física por él como cuando ella era adolescente. La esposa de quien creó la Fundación Ecuatoriana para la Distrofia Muscular y Enfermedades Raras asegura que las secuelas de la enfermedad que padece su conviviente no han sido impedimento para que ellos disfruten de su vida de pareja. 

Al preguntarles sobre su sexualidad ambos sonríen y concluyen que no han experimentado problemas para disfrutar de su intimidad. “Cuando se quiere, se buscan formas y se puede”, dice Ana mientras le pasa una taza de café a su esposo. 

En su juventud, ambos disfrutaban de ir al cine, en la actualidad ya no lo hacen con regularidad, pues muchas veces los centros comerciales y las salas del séptimo arte no están adecuadas para que Hugo acceda o permanezca en estos sitios. 

El exmilitar que continúa trabajando como comerciante sostiene que su condición sí generará, en un futuro, problemas en su relación. Su argumento es que debido a la ayuda que requiere de su esposa, ella algún día se va a cansar. Ana le escucha, mueve su cabeza de un lado al otro, pone su mano sobre la de él y le dice que nunca se alejará porque ella lo ama. (I)

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