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Tapia: "Soñaba con ser guardaparque; Galápagos es mi hogar, mi todo"

Wacho (como se lo llama) Tapia siempre sintió empatía por los reptiles (c), especialmente por las tortugas e iguanas. Conoció de cerca al Solitario George.
Wacho (como se lo llama) Tapia siempre sintió empatía por los reptiles (c), especialmente por las tortugas e iguanas. Conoció de cerca al Solitario George.
Fotos: Andrés Morales y Cortesía
06 de octubre de 2019 - 00:00 - Silvia Murillo

“Galápagos es mi hogar, mi vida, mi todo. Creo que es responsabilidad de todos nosotros aportar desde donde podamos y como podamos a la sostenibilidad de este archipiélago”.

Con esta frase es como resume Washington Tapia a las Islas Encantadas, por las cuales se preocupa y no quiere -por ninguna razón- que se conviertan en algún tiempo en Hawái o las islas Canarias.

“Los seres humanos no coevolucionamos con la naturaleza como los huaoranis o los taromenanes o cualquiera de estas tribus. Los seres humanos somos nuevos en Galápagos y no tenemos que esperar que el ecosistema se adapte a nosotros, sino nosotros adaptarnos a la capacidad de los ecosistemas”.

Tapia forma parte desde 2014 de la ONG Galapagos Conservancy, pero su cercanía con este archipiélago surgió el 1 de febrero de 1997 cuando se vinculó oficialmente al Parque Nacional Galápagos (PNG).

Nació hace 48 años en la isla Santa Cruz, hijo de padres latacungueños. Su progenitor llegó como tripulante del barco Lina A, en 1969.

Uno de los pilares fundamentales de Tapia en el trabajo de conservación ha sido su familia, quien también se ha involucrado en este tema (foto).

En su niñez hubo intermitencia entre Latacunga, donde vivían sus abuelos maternos e Ibarra, donde actualmente reside su madre y las Islas Encantadas.

Siempre le fascinó la naturaleza, pero sobre todo los reptiles. “Cuando fui creciendo preferí a las tortugas e iguanas, pero todo reptil a mí me encantaba”.

En esta remembranza señala como anécdota que cuando estudiaba en el internado en Otavalo, en el colegio técnico agropecuario Carlos Ubidia Albuja, un día halló una culebra bebé, la envolvió en su brazo y se subió al bus. “Un par de señoras se asustaron, pero yo feliz (se ríe)”.

Sus ganas de estar cerca de la naturaleza creció conforme llegó a la adolescencia, etapa en la que decidió estudiar agronomía porque no tenía recursos para la universidad.

“Como agrónomo podía trabajar, entonces estudié con una beca y cada año adelantaba mis exámenes para irme, en mis vacaciones, a hacer voluntariado en Galápagos y así me fui vinculando con la conservación”.

Sin embargo, su primer trabajo remunerado no tuvo que ver con la conservación sino con hacer un plan de negocios para una granja productora de truchas, cerca de la zona de Intag, en Imbabura. Convertido en bachiller decidió irse al archipiélago y trabajar en lo que se pudiera.

“Estando acá lo primero que hice fue intentar conseguir trabajo en el PNG; yo soñaba con ser guardaparque, porque los había visto de antaño y eran personajes que admiraba como a don Fausto Llerena. El Intendente del parque, en ese entonces, me mandó a terminar de estudiar porque no podían contratar menores de edad, estaba a punto de cumplir 18 años”.

En la Charles Darwin

Con las ilusiones a cuesta, Tapia siguió el consejo de su padre de que aplicara para voluntario en la estación científica Charles Darwin.

“Me fui a hablar con varias personas y nadie quería aceptarme porque la política de aquel entonces era que como mínimo debía tener segundo año de universidad, pero el director científico creyó en mí y me cogió a prueba”.
Por dos semanas laboró en el área de biología marina hasta que un día le dijeron que necesitaban que se vaya por dos semanas a la isla Isabela a un campamento de tortugas marinas para poder estudiarlas.

“Esas dos semanas se convirtieron en seis meses. Yo juré que nunca más terminaría trabajando con tortugas marinas (se ríe)”.

Desde pequeño Wacho Tapia sentía interés por los reptiles, especialmente las tortugas e iguanas. Fue testigo del intento de reproducir a George (foto).

Reconoce que en ese tiempo era muy joven e inexperto y que el trabajo no era fácil. Al siguiente año trabajó seis meses más en la isla Santiago haciendo lo mismo.

Su voluntariado duró año y medio. “Además de tortugas marinas pasé un poco por botánica, invertebrados, vertebrados, hasta que llegué a herpetología (estudio de reptiles), me fascinó y ahí es donde he estado toda mi vida”.

Pero había un tema pendiente que era estudiar en la universidad. Un amigo suyo envió su carpeta a un concurso de becas que se abrió en la estación Darwin; la ganó y pudo obtener un título de tercer nivel.

Estos estudios los cursó en la Universidad Técnica del Norte en Ibarra.

Cada año en el PNG lo esperaban para las expediciones de campo con iguanas y tortugas. “Me quedaba entre dos y tres semanas después de haber empezado clases y así todos los años hasta que terminé la universidad. Regresé a Galápagos para hacer mi tesis como becario de la Charles Darwin”.

La experticia que para entonces tenía, lo que incluyó trabajos en el volcán Cerro Azul, lo llevó a que se convirtiera en coordinador del Programa de Control y Erradicación de Animales Introducidos, que “no tenía mucho que ver con reptiles, pero me quedaba poco para terminar mi tesis y necesitaba un trabajo, quería ser guardaparque, así que no lo pensé dos veces”.

Un año después se fue de viaje a donde está el volcán Alcedo, también en la isla Isabela y allá recibió dos noticias que lo marcaron profundamente: el deceso de su abuela María Felicidad Carrera y del jefe técnico del PNG. “Con tremenda carga emocional me notificaron que tenía que hacerme cargo del Departamento Técnico”.

Asume dirección del PNG

Entre el 2005 y 2006, “por obligación” asume la dirección del PNG. “Odio la administración porque soy un científico”. En ese entonces -recuerda- la situación era tan crítica que hubo como 13 directores hasta que llegó la ministra del

Ambiente de esa época, Ana Albán y le notificó que era el nuevo director.
Después de un tiempo renunció y volvió a su anterior cargo hasta que el 11 de febrero de 2014 decide desvincularse por completo de la institución pues sentía que profesionalmente no crecía.

De allí se llevó experiencia, conocimientos y un cúmulo de gratos momentos como cuando en 1993, le tocó hacerse cargo, por dos meses, de los centros de crianza y palpó el intento de un grupo de científicos por reproducir al Solitario George.

Retirado del PNG y enfocado en terminar su Phd y en trabajar como consultor de ambiente, a los dos meses recibió el llamado de Galapagos Conservancy para que dirija un programa de investigación y manejo de tortugas gigantes.

“Desde entonces ya son cinco años que llevo trabajando con esta organización”.

Tapia destaca que le encanta su trabajo actual, “no puedo tener mejor suerte porque, primero, es una organización que todos los fondos que recauda los invierte en la conservación de Galápagos; segundo, porque me ha permitido compatibilizar mi trabajo con mis estudios y estoy rodeado de un equipo que no se preocupa por si trabajo ocho, 10 o 12 horas sino por resultados y eso nos permite ser bastante eficientes”.

Un problema latente que detecta en la provincia insular es su modelo de desarrollo, pues indica que siendo un lugar especial necesita ser manejada de forma diferente.

“Lo que es aplicable en Quito, Guayaquil, Ibarra, Cuenca, no es necesariamente aplicable en Galápagos, pero lamentablemente las leyes y decisiones políticas se hacen en función del número de habitantes”. (I) 

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