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Genoveva Ortega: “Mi hija me pidió que la deje morir”

Foto: Mario Egas / ET
14 de abril de 2019 - 00:00 - Carla Maldonado

“Mi hija tiene 20 años y se llama Laura Maldonado. Estudiaba en el colegio Nacional Tabacundo, en la provincia de Pichincha, cuando el 30 mayo de 2015 su colegio fue convocado por el Cuerpo de Bomberos para cumplir con el mandato del Ministerio de Educación de hacer 120 horas de servicio comunitario.

En esa visita les obligaron a pasar por debajo de la motobomba, un bombero le echó agua y ella quedó sin visibilidad. Su pelo se quedó agarrado del motor del vehículo, y un bombero, para salvarla, le desprendió el cuero cabelludo, el párpado y le dañó una oreja, de modo que no escucha nada por ese lado.

Allí empezó nuestra tragedia porque los bomberos se demoraron en llevarla a un médico. Primero fueron a un centro médico en Tabacundo y después al Hospital Eugenio Espejo, en Quito.

Le internaron y cosieron el cuero cabelludo, pero este se pudrió porque habían pasado ya cuatro horas desde que eso ocurrió. Le trasladaron a terapia intensiva porque estaba muy mal y pasó tres meses hospitalizada. Yo dejé de trabajar para acompañarla día y noche. Los médicos recomendaron que regresáramos a vivir a Quito porque yo no podía viajar con otras personas en los buses.

Mi hija corría el peligro de contagiarse con algún virus de los pasajeros.

Dejamos Tabacundo y nos fuimos a vivir a Tumbaco. Allí alquilamos un departamento pequeño y después nos cambiamos a un barrio del norte de Quito, La Keneddy.

Los médicos dijeron que mi hija estaba muy grave y que había el 95% de probabilidades de que muriera durante la intervención. También me recomendaron pedirle a Dios por su salud porque estaba muy mal.

Mi hija pasó por muchos tratamientos y varias veces casi se muere. Una vez le afectó una bacteria del hospital y quedó como un cadáver viviente, vomitaba, tenía diarrea y no comía nada.

La medicación que recibía era tan fuerte que tuvo problemas con los riñones, se hinchaba y estuvo a punto de que le hicieran diálisis.

No se recuperaba, no servían los injertos del cuero cabelludo y su cráneo quedó vacío. Por eso se demoraron y al final le dieron el alta para evitar que se contaminara con alguna bacteria y muriera. Nuestros recuerdos del hospital son tristes porque pasó enferma mucho tiempo, pero también agradecemos porque la atendieron muy bien.

El cirujano plástico, Édison Rodríguez, hizo todo lo que pudo por salvarle la vida. Pasamos un tiempo muy difícil porque no tenía trabajo y quedé llena de deudas. Tenía que pagar por las medicinas y los exámenes.

¿Cómo pagamos todo eso? Con la ayuda de la gente de Tabacundo, los vecinos del barrio y algunas instituciones que nos ayudaron.

Gracias a eso también pagamos al abogado para el juicio en contra de los Bomberos porque no hicieron nada ni reconocieron lo que ocurrió en sus instalaciones.

Vendí algunas de nuestras cosas para tener dinero. El juicio empezó el 30 de mayo de hace cuatro años; ha pasado de fiscal en fiscal y han suspendido las audiencias.

Después, me recomendaron llevarla a un hospital privado y pedí ayuda económica al jefe de Bomberos de Tabacundo, Wilmer de la Torre, pero él contestó que no tenían dinero y que fuera a pedir ayuda al Gobierno.

Fui al hospital pagado y pidieron que depositara un cheque de 50.000 dólares, dinero que no tenía. Yo también estoy enferma, tengo cáncer de mama, en el lado izquierdo.

No recibimos ninguna ayuda del Gobierno.

El Ministerio de Salud nos envió información sobre un hospital de beneficencia en Ohio, Estados Unidos, para las cirugías del cuero cabelludo y de párpado.

Hicimos un hornado solidario para pagar los pasajes y la comida en Estados Unidos.

Allí pasamos más de tres meses, nos trataron muy bien y el personal fue excelente.

Pero esas operaciones no fueron un éxito, hicieron lo que pudieron, le pusieron injertos en la cabeza porque los que tenía ya estaban dañados. También le operaron el párpado, que salió bien, pero ya está dañado otra vez y necesitará de cirugías durante toda su vida.

Regresamos a Ecuador y nuevamente se puso muy mal porque se le dañaron los injertos de la cabeza y la llevé a un hospital privado.

Saqué un crédito para pagar los nuevos injertos de su cabeza porque si no le operaban le daba cáncer, según el médico que la vio.

Mi hija me dijo: “mami, ya no gaste en mí y deje que me muera”, pero me esforcé tanto que conseguí que la operaran y ahora está mucho mejor.

El problema es el párpado, no puede cerrar el ojo al dormir y se le daña la córnea, pero necesitamos dinero para tratar eso. No sé cuánto cuesta y tiene que usar lentes y colirio permanentemente.

Mi hija quiere estudiar e ir a la universidad, pero no tenemos dinero y no puedo ayudarla. Hoy su vida no es normal, tiene que cuidarse mucho, no puede ir a todos lados. No hace actividades físicas, pasa en la casa y me ayuda a vender helados en un localcito que alquilo en Tabacundo. También arregla la cocina y limpia su ropa.

Su aspecto físico quedó mal, no tiene frente porque todo se voló. Se tapa la cabeza y el ojito afectado para que no la miren. Le destruyeron la vida y ambas vamos a un psicólogo.

Pero mi hija tiene buen carácter y acepta lo que le pasó. Pensaba estudiar Medicina Forense, sin embargo, eso es imposible por la contaminación de los cadáveres y ahora prefiere la psicología clínica.

Dios me da las fuerzas, pero a veces ya me caigo. Sigo endeudada, mis otros hijos ya tienen compromisos, niños y no pueden ayudarme. El papá está sin trabajo y no le puedo obligar a pasarnos algo. Han pasado cuatro años desde la tragedia, vivimos en un cuarto, no tenemos casa.

He pedido indemnización y no he recibido nada. Mi hija pensaba morirse y me dijo que la llevara a casa, fue terrible, ha sido lo peor que me ha pasado en la vida”. (I)  

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