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Fiestas clandestinas son reflejo de la autoestima
Un evento en Facebook promociona “una tarde exclusivamente para ellas donde la locura y la diversión no pararán”. Se trata de una matiné (como se conoce a este tipo de encuentros realizados a horas tempranas) en donde esta vez “las mujeres son las que mandan”.
Aunque el escenario será una discoteca en Guayaquil, promete la no venta de alcohol, ni cigarrillos y disfrutar de una pista de baile con cuatro tarimas y dos jaulas. Hasta ayer, 1.700 usuarios de la red social indicaban que asistirían y entre ellos adolescentes de 12 a 17 años.
Los bailes con presencia de menores de edad, que muchas veces no cuentan con un debido control, cada vez se tornan más visibles.
En marzo pasado 14 adolescentes fueron sorprendidos por la policía mientras bebían alcohol en una fiesta dentro de una vivienda al sur de Guayaquil. En cambio al suroriente de Quito, en el Valle de los Chillos, la Dirección Nacional de Niñez y Adolescencia (Dinapen) impidió que se llevara a cabo un evento que no contaba con los permisos.
Alrededor de mil adolescentes esperaban el denominado ‘Rakata 4’, que se convertiría en “la fiesta más grande del país”.
Henry del Pozo, jefe provincial de la Dinapen de Pichincha, manifiesta que las fiestas clandestinas son una nueva forma de “distracción”, convocada en la mayoría de los casos, a través de las redes sociales.
Solo en el primer trimestre de este año se han detectado cuatro. Los menores han sido aislados y los padres aseguran desconocer de las actividades de sus hijos.
Para el psicólogo clínico Jorge Luis Escobar, presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos, la aceptación de este tipo de fiestas es un reflejo de la autoestima juvenil.
“Se suele decir: a mi hijo lo inducen a ir a las fiestas, a consumir drogas o alcohol; pero un ser humano con una autoestima adecuada no es fácilmente susceptible ni manipulable. Y esto parte desde los siete años”, asegura.
El sociólogo Carlos Tutivén considera que la dificultad en frenar este tipo de casos se debe a que la autoridad (padres, profesores, Estados, normas sociales) está desacreditada.
“Se han perdido las capacidades racionales de moderar un deseo en función de un bien superior. Esa reflexibilidad de decir voy a parar porque estoy haciendo tonterías”, añade el experto.
Escobar menciona que es importante detectar lo que los jóvenes quieren expresar con su comportamiento e implementar otro método que no sea el de prohibición sino el de educación.