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A pulso y con fuerza se forjan las cruces para el enteche

Amadeo Vásquez elabora cruces de hierro en su taller ubicado en la Bajada del Padrón, donde exhibe sus trabajos. Aprendió el oficio a los 12 años y comenzó con la fabricación de barretas, picos, rejas y arados para los bueyes.
Amadeo Vásquez elabora cruces de hierro en su taller ubicado en la Bajada del Padrón, donde exhibe sus trabajos. Aprendió el oficio a los 12 años y comenzó con la fabricación de barretas, picos, rejas y arados para los bueyes.
Foto: CNN
02 de junio de 2019 - 00:00 - El Tiempo de Cuenca

Amadeo Vásquez aprendió el oficio de forjar el hierro a los 12 años. Aunque al principio elaboraba barretas, picos, rejas y arados para los bueyes, hoy a sus 65 años se especializa en construir grandes y coloridas cruces.

“Quienes compran la cruz me dicen que es para colocarla en el techo de la casa para bendecirla, es una creencia religiosa; pero otros dicen que es para el Wasipichana”, explica el obrero, en alusión al ritual ancestral de purificación del espacio de convivencia diaria, que está vinculado a la cosmovisión andina.

Con las manos toscas y curtidas por el trabajo, Amadeo pondera de que no hay otras técnicas más que “la habilidad y la fuerza”. Sus herramientas son las láminas tool de hierro, la entenalla, el yunque, los combos, la suelda y el compresor para pintar.

“Me concentro para trabajar, los modelos son de mi inspiración y son únicos, no se repiten y eso les gusta a mis clientes”, manifiesta el obrero en su taller ubicado en la Bajada del Padrón, una calle peatonal, donde exhibe   cruces de diversos tamaños.

Sus principales clientes son los extranjeros y los migrantes azuayos, quienes le piden cruces “adornadas y con bastantes colores: una cruz viva”.

“Como tienen unas hermosas casas, con esto queda más hermosa”, asegura Amadeo, cuyos adornos ha vendido a habitantes de El Valle, Nulti, Ricaurte, Baños, Turi, entre otras localidades.

Trabajo
En la fabricación de un crucifijo grande se tarda hasta 15 días y en los pequeños una semana. Los precios son según la dimensión y lo laborioso del diseño, pueden costar entre $ 100 y $ 500.

Primero hace los dibujos, como palomas, flores, estrellas y figuras religiosas, los cuales plasma en la plancha tool y los recorta con tijeras y un punzón. Para moldear algunas piezas usa el yunque y un combo de mango pequeño, aunque depende del trabajo emplea un combo grande que pesa unas 20 libras.

Para forjar los espirales o churos utiliza la entenalla y, a “pulso y con fuerza, lo voy torciendo para darle forma”.

Al final suelda y forma la cruz en una sola pieza, le pone vidrio catedral y la pinta. En la parte inferior destaca el año que se estrenó la casa.

Costumbres
La tradición es que estas cruces sean un obsequio de los compadres del dueño de la vivienda. “Por lo general es un vecino que viene a comprar y lleva para la bendición de la casa, cuando se termina de construir”, dice Amadeo.

Según el historiador Juan Cordero, la costumbre de colocar un símbolo en los techos data de la época de la colonia. Con él coincide el investigador de las culturas andinas  Pedro Janeta, quien en su obra “Memoria Ancestral” señala que “con la llegada de la religión cristiana se elegían padrinos para la bendición de la casa con un sacerdote”.

En su obra, Janeta se refiere a la ceremonia ancestral del Wasipichana o Wasipichay, que consistía en “hacer una ofrenda al espíritu de la vivienda” para lo cual mantenían colgado un borrego y cuyes pelados en el interior de la casa, con lo que se alimentaba a los presentes, pero dejaban una pierna durante el tiempo que el dueño creía conveniente.

Amadeo recuerda que en el Wasipichana se realiza una minga, donde “abunda el cuy con papas y fuerte chicha o vino”. El dueño invita a los amigos y familiares, y el compadre es el encargado de subir y colocar la cruz en el denominado “enteche”.

Una investigación que reposa en los archivos del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural señala que las cruces sirven también como delimitación del territorio y ubicación, porque no solo están en los techos de las casas, sino  en plazas, parroquias e iglesias. La autora del estudio, Ana Abad Rodas, subraya que con esas figuras se “pide ayuda, perdón y clemencia”.

Entre los modelos se destacan los que tienen un gallo en la parte superior, además de las veletas, que indican la dirección del viento y los puntos cardinales.

Según Amadeo Vásquez, las cruces de metal sirven también como pararrayos. (I)

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