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En busca del paraíso perdido (2)

En busca del paraíso perdido (2)
28 de noviembre de 2014 - 00:00

Si en la Edad Media no hubo nada, no hubo pensamiento: ¿para qué perder el tiempo en estudiarla? Es un agujero que hay que saltar para encargarse de épocas interesantes donde sí se pensaba como la Antigüedad y la Modernidad. Inútiles los esfuerzos que hicieron historiadores como George Duby y Jacques Le Goff, que dedicaron toda su vida a estudiar los diversos procesos que confluyeron en el período más largo de la historia. Inútiles los esfuerzos de la historiografía marxista de las décadas del 50 y 60 en Inglaterra (Eric Hobsbawm, Maurice Dobb, E.P. Thompson, etc.), que se preocupó por investigar los movimientos de las clases sociales, el modo de producción feudal y las rebeliones campesinas. Inútiles los esfuerzos de la filosofía que comenzó con la Patrística y tuvo en San Agustín de Hipona a su primer filósofo de cabecera (preocupado además por las ciencias), continuando con la Escolástica y Santo Tomás de Aquino como máximo exponente. Incluso el mismo Michel Foucault indagó en esta porción de la historia buscando elementos para fundamentar su notable teoría del poder.

¿Por qué es importante señalar esto? Porque no podemos comprender el pensamiento contemporáneo si no vemos los puentes que están detrás nuestro y que unen el pensamiento antiguo con el medieval y éste con el moderno. Ejemplo de esto es la concepción teleológica (el estudio de los fines) que tenía San Agustín de la historia, desarrollada en su célebre ‘Ciudad de Dios’ (siglo V) y donde la historia humana finalizaba en el Reino de los Cielos con Dios como principal protagonista. Cuestión que es tomada por Hegel en la ‘Fenomenología del Espíritu’ y por Marx desde el materialismo histórico, pero con el fin de la lucha de clases.

El marxismo clásico sin estas contribuciones no hubiera tenido los mismos planteos.

Si no esto no se entendería, no tendría sentido hablar de ello.

Asimismo, el filósofo alemán Franz Brentano en la postrimería del siglo XIX tuvo como una de sus principales inquietudes comprobar científicamente la existencia de Dios.

Una empresa ambiciosa en pleno apogeo de la modernidad y la historia era el itinerario para llegar a este objetivo. Para Brentano, la filosofía está conformada por tres ciclos del pensamiento: antiguo, medieval y moderno.

A partir de su teoría del movimiento cíclico, buscaba afirmar la persistencia de Dios como sujeto histórico y conciliar la ciencia y la fe a contracorriente del pensamiento hegemónico moderno que desembarcó en la historia universal para barrer con todo rastro de teocentrismo y poner en el centro del devenir al hombre. Misión un tanto imposible.

El sujeto medieval de la historia convive con el de la modernidad como su huésped. A veces indeseable. Otras confluyen y se complementan.

Se niegan el uno con el otro y alimenta un maniqueísmo que pervive en el seno de la sociedad contemporánea.

Al mismo tiempo que Brentano abría el paraguas de la incertidumbre respecto al carácter progresista que tenía la ciencia moderna. Con este mismo criterio, Karl Polanyi, ya en los albores del siglo XX, consideraba que la ciencia era una consecuencia natural de la sociedad religiosa, y en particular, del cristianismo.

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