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Punto de vista

En busca del paraíso perdido (1)

Pensar la historia desde la educación como el principal dispositivo de conocimiento se torna esencial en estos tiempos que corren, donde el saber se constituye en un poderoso instrumento para conocer la realidad y cuyas raíces las encontramos en ese subsuelo que representa el pasado. Un saber que mora en el eterno reverdecer del paraíso, pero que una vez más se ha perdido de nuestra cartografía cotidiana.

Sin embargo, uno a medida que pasa el tiempo cree haberlo oído todo, pero se encuentra con algunos pequeños hechos que lo sorprenden, y eso -aunque suene paradójico- es alentador en una humanidad que ha transitado los umbrales del pesimismo y la apatía en la que la “sorpresa” parecía dormir la siesta de fin de siglo. Veamos el episodio que convoca esta nota. Hace unas semanas en la ciudad argentina de Posadas se llevó a cabo una clase de historia medieval en una escuela secundaria desarrollada por un grupo de estudiantes universitarios en el marco del último tramo de las prácticas docentes de la carrera de historia para graduarse. El supervisor de estas prácticas era el profesor Héctor Jaquet, responsable de la cátedra y testigo clave de lo que iba a suceder. En el comienzo de la clase dirigida a un joven curso de estudiantes secundarios, una de las expositoras plantea la siguiente aseveración: “En el medioevo no hubo filosofía, ni pensamiento, ni pensadores (sic)”. Espetó al aula como un imperativo categórico.

Héctor Jaquet quedó conmocionado por semejante afirmación. Una conmoción que pronto se convertiría en indignación, pero no una indignación trivial y efímera que se lleva el viento de la rutina académica, sino en “pathos de la indignación” -como diría Karl Marx-, que es la más genuina, la más profunda, la que constituye el ser mismo de la condición humana, de una condición humana hastiada de tanta ignominia tras atestiguar el deterioro de la formación académica que pone en evidencia la falta de filtros que hacen que cualquiera obtenga un título universitario. La enseñanza de los contenidos básicos es fundamental para cualquier docente que tiene como función formar y orientar pedagógicamente la subjetividad de las jóvenes generaciones. Errores conceptuales como estos no se pueden cometer. Estamos jugando con fuego y el presente, pero sobre todo el futuro, corre el riesgo de incendiarse. A esto estamos expuestos en esta parte austral de nuestra América, como también lo están en otras latitudes del continente.

No obstante, con este imperativo para la educación se clausuran siglos de debates. Se cierran las puertas entreabiertas que insinuaron por largo tiempo que en el medioevo sí se pensaba, sí había algo por qué preocuparse desde el campo intelectual. Ahora es solo la nada, el vacío de la historia que hay que olvidar para fruncir las pestañas en épocas donde habitan los pensamientos vividos y florecientes y no gastar energías en encontrar agua en un río seco y muerto.

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