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El tabú del género desaparece en la cancha

El tabú del género desaparece  en la cancha
30 de mayo de 2012 - 00:00

“Viva Babahoyo, carajo. Mil veces carajo”. Un grito a todo pulmón que repica en cada esquina del malecón de la capital de Los Ríos indica que  la sesión solemne por los 143 años de fundación ha terminado, lo que se confirma con la retirada -entre fotos, abrazos y carcajadas- de las autoridades cantonales, encabezadas por Kharla Chávez, alcaldesa de la urbe.

Un poco atrás y con  paso  parsimonioso cerca de dos centenares de “ciudadanos de a pie” también se alejan del malecón; sin embargo, en esta tarde de domingo no todos regresan al hogar. Muchos se desvían hasta la calle 27 de Mayo, en pleno corazón del casco comercial. Allí  hay otro centenar de personas sentadas,  como un  racimo,  sobre las veredas; unas decenas más sobre motocicletas -el medio de transporte por excelencia en Babahoyo- y varios  acodados en los balcones de sus hogares.

Las calles adyacentes, la 5 de Junio y García Moreno, lucen acordonadas por policías y conos anaranjados que no son impedimento para que más de uno decida parquear su camioneta y pararse sobre el balde para ver lo que sucede en la 27 de Mayo.

El desorden es notorio  por la cantidad de gente aglomerada en la reducida calle y el ambiente se vuelve aún más denso por el ruido que emiten varios parlantes y por la excesiva cantidad de cerveza que se expende. Pero por un instante el silencio envuelve la calle, la gente ubicada atrás se pone en puntas de pie para ver qué pasa  adelante...

Hasta que llega el momento: Un “tsunami” de chiflidos le dan la bienvenida a una voluptosa figura que sale del zaguán de la Peluquería Ecuador. Su minifalda provoca las sonrisas y miradas esquivas de más de un hombre en el lugar, sus coqueteos y besos volados son atrapados de forma sarcástica por un grupo de adolescentes.

 

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Roberto, escultural “trans” de Babahoyo, fue electa reina del campenato.

 

Es la Susie, una rubia imponente, de piernas torneadas, manos gruesas y prominente manzana de Adán, que resulta ser   una vieja conocida del barrio y  amiga de varios de los presentes. Agitada se dirige a una de sus compañeras, que se encuentra en una boutique vecina, para pedirle un uniforme. “Apúrate,  que ya mismo empiezan los partidos”, es el “aliciente” que le lanza a su amiga para que le entregue la camiseta, pantaloneta y polines.

De a poco  otras siluetas igual de voluptosas y chifleadas llegan en grupos numerosos a la sede en que se ha convertido esta tarde la peluquería. “Don Juan”, un menudo regordete con camiseta ligera y  aliento a fiesta de tres días les indica a las jugadoras dónde se pueden cambiar. “No es la primera vez que hacemos un campeonato, pero sí uno al que vino tanta gente y hasta tenemos equipos de otros lados”, y seguidamente explica atropelladamente la metodología de este torneo de indor fútbol de gay que,  esta tarde, reúne  equipos  de Guayaquil, Babahoyo, Vinces y Quevedo.

“Yo /soy rebelde porque el mundo me ha hecho así /porque nadie me ha tratado con amor /porque nadie me ha querido nunca oír”... En los parlantes  gigantescos se escucha  la pueril voz de la inglesa nacionalizada española Jeanette, que, se crea  o no, se transforma en el himno de desfile de los equipos.

Para cuando los dos primeros planteles ya están en la cancha,  los labios de las jugadoras tararean: “el muchacho de los ojos tristes /ha encontrado al fin una razón /para hacer que su mirada ría /con mis besos y mi gran amor”. El primer cotejo enfrenta a las “Hormiguitas” de Quevedo contra el “Real Madrid” babahoyense.

Las primeras están ataviadas con equipo rojo entero de franjas negras laterales -“pagadas por nosotras mismas”, afirma una de sus jugadoras-. Las segundas presentan un uniforme similar al del equipo de la capital española, pero con una leyenda en su espalda que dice: “Marcos Troya, Prefecto, Héctor Hurtado Soriano, Viceprefecto, apoyando el deporte”. “Yo sabía, yo sabía, mierda. El prefecto juega por la ‘izquierda’”, suelta uno de los asistentes, que ya está al borde de la intoxicación alcohólica. 

Minutos antes del pitazo inicial, Kathy, presidenta y back central de las “Hormiguitas”, realiza la calistenia de rigor, pero esto provoca que desde las “tribunas” se lancen besos y hasta frases como “caliente bien mijita”... Las burlas provocan que la jugadora, que  por este día solo conserva del “cliché”  de lo femenino   la amarillenta cabellera y el rimel de sus pestañas, cambie su actitud. Desde ese momento no regalaría una sonrisa más, ni siquiera a sus compañeras que, al contrario de ella, están en jolgorio total estimuladas por la salsa, que ahora domina la escena relegando a Jeanette.   

“Estos campeonatos son buenos, porque ayudan a que las personas se acostumbren a lo que somos, porque hay mucha gente  homofóbica y que nos discrimina, pero nosotros somos como cualquiera. Si nos cortan, nos duele”, son las últimas palabras de la capitana de las “Hormiguitas” antes de arrancar el partido.

El encuentro transcurre con normalidad, salvo un alarido de una delantera local cuando se perdió un gol y una reacción acrobática de la portera de las quevedeñas. El final muestra una superioridad indudable, las “Hormiguitas” golean 3 a 0 a las “madrileñas” y se instalan en la final del torneo.

El siguiente partido -entre  guayaquileñas y  vinceñas- también  se desarrolla con tranquilidad, hasta que en el segundo tiempo una fuerte falta contra una de las porteñas deriva en una reyerta  que provoca la invasión de los asistentes y de los policías. Las “guayacas” tienen  que refugiarse en  su arco para evitar que la bronca se extienda.

“Ni mi marido me trata así, conchetu...”, le grita la afectada, que debido al incidente se negó a dar su nombre. La respuesta que recibe -“Ay mamita, así y más duro te han de dar”- ocasiona una reacción, pero los ánimos se apaciguan con unos vasos de cerveza  que se les suministra a las peleadoras.

La final está lista: las “Hormiguitas” se las ven con las guayacas en  un partido que será apreciado -a esas alturas- por más de 400 personas, entre las que se confunden familias enteras, los novios  de varias de las jugadoras y una que otra  persona  que reprocha el espectáculo en la 27 de Mayo con muecas, pero que, curiosamente, no se pierde ni una jugada.

El partido presenta emociones de ida y vuelta, tanto así que a los primeros cuatro minutos ya hay un empate 1 a 1. Pero al llegar al quinto, otra vez hay trifulca. Esta vez su origen no está en la cancha sino en los exteriores. Uno de los “maridos” de las jugadoras que no llegaron a la final acusaba al hombre a su lado de estar “acosando” y “morboseando” a su mujer.

Esta vez el incidente es más  con golpes  que van y vienen, lo  que motiva que las finalistas se replieguen y que en la cancha luzcan más chalecos fosforescentes -de los policías- que uniformes de indorfutbolistas.

Tan grande resulta el “relajo” que los organizadores del torneo deciden dar por terminado el partido y pasar de inmediato a los penales.

En un espacio reducido -atiborrado de espectadores- la tanda arranca con muchos nervios de parte y parte. Haber fallado el tiro penal provoca un ataque de risas a la jugadora de las “Hormiguitas”, postura que molesta a su capitana, Kathy, ensimismada, tensa y preocupada por el resultado. Para suerte de las quevedeñas, la puntería de las porteñas tampoco estaba afinada y la serie se extendía y daba visos de no terminar pronto.

A esta altura de la tarde -más de las 17:00- y luego de más de tres horas de campeonato aún no hay  equipo ganador. Sin embargo, una concreción del último penal a favor de las “Hormiguitas” hace  estallar en júbilo a sus integrantes. Los improperios que se habían escuchado a lo largo de la jornada deportiva por parte de los  aficionados -la mayoría hombres heterosexuales atestados en cerveza- cambiaron por un festejo que culminaba con besos y abrazos para las nuevas campeonas.

La encargada de recibir el trofeo, como es lógico, es Kathy. La expresión de seriedad y hasta de desencanto por haber acudido esta tarde hasta el campeonato cambia radicalmente. Sus ojos se abren a su máximo al ver la brillante copa y, de inmediato, llama a sus compañeras para celebrar.
Las fotos muestran a campeonas y vicecampeonas fundidas en un abrazo. La fiesta de celebración pinta para largo, otra vez, al son de Jeanette.

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