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Luis castillo es uno de los 19 docentes que brillaron en evaluación del ineval

El profesor que rompe el mito de la matemática

Hace dos años Luis Castillo da clases de matemática en el Colegio 24 de Mayo, en el norte de Quito.
Hace dos años Luis Castillo da clases de matemática en el Colegio 24 de Mayo, en el norte de Quito.
jhon guevara/el telégrafo
06 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Sociedad

Es la última semana de clases en el Colegio 24 de Mayo, en el norte de Quito. Las chicas de tercero de bachillerato lucen su uniforme de parada (tacos, medias nailon y la tradicional capa azul). Jaqueline López camina apresurada y nerviosa, está a punto de rendir el examen de matemática. Dice que no es su fuerte, pero que los dos últimos años de secundaria contó con la ayuda de un “buen profe”, que además de enseñarle a resolver ejercicios la ayudó a romper un mito. “Los licenciados de matemáticas no son aburridos, no hay por qué tenerles miedo, a ellos o a lo que enseñan”, dice la joven, de 18 años.

Jacky, como la llaman sus amigas, se refiere a Luis Castillo, su profesor de matemática, quien hace 5 años ejerce la docencia y obtuvo una de las mejores calificaciones en las últimas pruebas de Ser Maestro. Según el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineval), Castillo obtuvo 960 puntos. Mientras el docente camina por los pasillos del colegio explica que no es necesario mostrar un mal carácter para ganarse el respeto de los estudiantes. Tampoco es amigo de las tareas largas, las considera importantes porque refuerzan lo aprendido y permiten evidenciar lo que los alumnos no captaron en la clase, pero enfatiza que no hay que abusar de ellas.

Para “amenizar” las clases, Castillo se alía de la creatividad y las actividades lúdicas. Su estudiante Andrea Colango recuerda que una vez le pidió que traiga una libra de maíz. La razón: “fallé en una simple suma y, para no equivocarme de nuevo, me dijo que sume uno a uno, como una niña de primaria”, sonríe la joven. Esta actividad se convierte en un momento recreativo entre los chicos, quienes refuerzan su precisión para no ser el siguiente “chico del maíz”.

Pero no siempre las clases de Castillo fueron relajadas. La primera vez que estuvo al frente de un grupo de estudiantes fue a sus 21 años. Ese día, su tutor de prácticas estudiantiles, Fabián Pozo, tuvo una complicación y no llegó al Instituto Nacional Mejía donde enseñaba matemática y física en los últimos cursos de bachillerato.

En ese tiempo, Pozo estaba a cargo de las pasantías de tres alumnos de la facultad de Filosofía de la Universidad Central, uno de ellos era Castillo, quien recuerda que ese día Pozo, vía telefónica, le dio una sola indicación: “la clase planificada es la Ley de Coulombe”. El docente, que en ese entonces era un aprendiz, tuvo una hora y treinta minutos para preparar la clase. “Era un tema que lo dominé de estudiante. Solo fue cuestión de refrescar la memoria y aplicar la metodología de enseñanza que se adquiere en la universidad”.

La clase fue un éxito, Castillo se graduó y ya con su título, el primer establecimiento en el que dictó clases fue el Centro Educativo El Rocío, ubicado en el sur de Quito, en donde estudió la primaria. Ahí trabajó dos años y luego optó por enseñar a jóvenes de secundaria en el colegio menor de su “alma mater”, la Universidad Central. En mayo de 2014 inició un proceso para obtener su nombramiento como maestro y lo logró con éxito.

Pero la docencia, de la que se enamoró con el tiempo, no era con lo que soñaba de niño, él quería ser ingeniero o estudiar contabilidad, pero en ese entonces no contaba con los recursos económicos necesarios y optó por una carrera que lo mantendría cerca de los números, profesor de matemática. Mientras estudiaba la universidad, trabajaba de mensajero en una empresa de alfombras, pues debía sustentar sus gastos. En febrero de 2015 se casó. Su esposa, quien cursa el noveno semestre de contabilidad en la Universidad Central, admite que Castillo también es su profesor. Cuando le surge alguna duda él está listo para ayudarla.

Después de salir del salón de clase, camina hasta el aula en la que están sus colegas. Ahí se observan pequeños pupitres verdes que cumplen la función de escritorios, también hay una ruleta, un dado, reglas y escuadras de madera y otros materiales didácticos referentes a esa asignatura.

Castillo informa que el colegio vive una etapa de repotenciación, y por ello permanecen en una improvisada oficina. Son las 16:00, y en el colegio ya se han retirado los estudiantes. Castillo cruza el portón azul para dirigirse a su vivienda, en el norte de la ciudad. Cerca de la institución en la que labora está el Estadio Olímpico Atahualpa. Cada vez que el Nacional juega de local lo hace en esa cancha. Esos días, Castillo puede estar cerca de su otra pasión: el fútbol y el ‘Nacho’, como llama a su equipo. (I)

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