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El cántico de las Tres Marías

El cántico de las Tres Marías
05 de marzo de 2013 - 00:00

Para llegar al barrio 13 de Diciembre de la comunidad de Chalguayacu, hay que recorrer al menos cuatro cuadras de un camino de tierra y piedras. En esa localidad del cantón Pimampiro, provincia de Imbabura, viven Rosa, Gloria y Magdalena Pavón desde su nacimiento.

Aunque dos de ellas no fueron bautizadas con el nombre María, a estas tres hermanas afrodescendientes se las conoce a escala nacional como Las Tres Marías. “Limber Valencia, promotor musical, nos comenzó a presentar así ante el público en los recitales y conciertos a los cuales nos invitaban.  Y por eso adoptamos ese nombre artístico desde hace más de 5 años”, expresa doña Gloria Pavón, de 68 años.

Sentada sobre un tronco de madera, con una olla en sus manos para tomar agua y aplacar la sed que provoca el intenso calor que se siente en el extremo norte del Valle del Chota, doña Gloria, quien también es la voz principal de la agrupación, comienza  a narrar las alegres vivencias y también los sinsabores, que tanto a ella como a sus dos hermanas les ha dejado la “vida bohemia”, como calificó a su rutina musical. “Nuestra afición por la música la heredamos de nuestro padre, Luis Pavón Lara, que era integrante de la Banda Mocha de Chalguayacu. Mi viejito tocaba la guitarra, la rasqueta, la hoja de naranjo, el tambor y hasta la trompeta”, manifiesta  doña Gloria con una sonrisa.

En ese momento, y de manera apresurada, doña Rosa, la mayor de las hermanas Pavón, sale de su casa hecha de adobe y tejas de ladrillo para asegurar que, además del talento que heredaron de su padre, las visitas continuas al pueblo de la Banda Mocha de Cotacachi les cambiaron la vida.

“Mis dos hermanas y yo terminábamos de ayudar a sembrar guayaba y aguacate a nuestros padres y lavábamos nuestra ropa, para poder ver y escuchar a los músicos. En esa época –hace 65 años-, donde no había radio ni televisión, ellos eran nuestros ídolos. Por eso comenzamos a remedar con nuestras bocas los sonidos de las trompetas, las melodías que salían de la hoja de naranjo y hasta los ritmos de bombos y tambores”, comenta doña Rosa.

Lo que comenzó como un juego de la infancia, con el pasar de los años se convirtió en su pasión y en una fuente de ingresos. Sus ensambles vocales, acompañados del ritmo de una rasqueta y de la bomba, propia de la cultura afroecuatoriana, les han permitido conocer gran parte del Ecuador y del sur de Colombia.

María Magdalena Pavón, de 71 años, quien simula la percusión en el ensamble, dijo que el mejor recuerdo que hasta el momento le ha dejado la música fue la ovación que recibieron en un festival intercultural desarrollado en Cali, Colombia, hace 4 años. “Había miles de personas que se pusieron de pie y nos aplaudieron por más de 5 minutos”.

Sin embargo, no todo es color de rosa en el mundo musical, asegura doña Gloria. “En muchas ocasiones nuestro trabajo y talento no es bien remunerado en nuestro país. A pesar de los esfuerzos que hacemos al alejarnos por algún tiempo de nuestros esposos, hijos y nietos, para cumplir con compromisos artísticos, muchas veces nos pagan con un simple gracias. Por eso digo que la música llena de colores mi vida, pero de ella no se puede vivir”, lamenta la líder de la agrupación.

Por las necesidades insatisfechas, la música pasa a segundo plano. Gloria, por ejemplo, es madre de 9 hijos y tiene 21 nietos. Es el sostén de la familia y diariamente debe trabajar. Heredó un terreno de su madre, donde siembra guayaba y tomate. Los sábados viaja con la cosecha de la semana hasta Otavalo, para comercializarlos.

Por su parte María Magdalena tiene 11 hijos, 17 nietos y 9 bisnietos. Cuando no está cantando es la curandera de la localidad. “Yo curo el mal aire, el mal viento, el espanto, el mal de ojo, entre otras cosas más. Además, soy catequista. Preparo a los niños para la primera comunión y confirmación”.

En cambio doña Rosa es la partera de la comunidad. Gana 50 dólares en cada alumbramiento al que asiste. La mayor de la dinastía Pavón asegura que aprendió el oficio dando a luz a sus 11 hijos. También ayudó en las labores de parto de sus 20 nietos y 3 bisnietos.

Las Tres Marías son un ejemplo de tenacidad y talento, según los moradores de Chalguayacu. “Aquí, quién no las conoce. Son nuestro orgullo y muchas veces por su música y folclore el mundo se entera de que en Ecuador hay un rinconcito que se llama Chalguayacu”, comenta Arturo Congo, dirigente de la comunidad.

En marzo de 2012 las tres imbabureñas recibieron un reconocimiento al mérito cultural, otorgado por el Ministerio de Cultura, insignia que guardan celosamente entre sus bienes más preciados.

Las tres hermanas manifiestan que la actividad cultural ha tenido mucha más apertura durante los últimos años. “Nosotras hacíamos música de forma profesional hace 45 años, pero nunca recibimos apoyo. En esa época nos hacíamos llamar Las Tres Milencas, por una novela que daban en la televisión. Pero fue solo hasta hace cinco años que los programas y espectáculos culturales comenzaron a aparecer. Fue en ese momento que encontramos nuestra oportunidad de dar a conocer nuestro folclore y cambiamos de nombre a algo más nuestro”, concluyó Rosa Pavón.

Antes de continuar con sus labores cotidianas, ensayan una de las canciones que interpretarán en la celebración del pueblo afro por el Día de la Mujer.

Como si se tratase de una orquesta, los sonidos y melodías de instrumentos musicales comenzaron a salir de sus bocas. “Vamos a la playa, hasta la playa blanca, donde gozaremos cantando la marimba.

Dame cocaleca, dame cocaleca, que la mora está seca”, es una de las estrofas con las cuales Las Tres Marías se despiden a ritmo de bomba. “Ya basta de tanta farándula. Hay que cocinar”, bromea doña Gloria, y se marcha junto a sus hermanas.

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Esta política, que arrancó en 2015 en el Valle del Chota, Imbabura, como un plan piloto, pretende integrar la historia, los valores y la preparación de la comunidad afroecuatoriana al sistema de enseñanza nacional.

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