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Docente sorda guía el Instituto de Audición

Silvana Moreno Yánez comparte sus actividades de docente con su hijo Josué de 7 años, quien es uno de los alumnos que tiene en el tercero de básica del Instituto Nacional de Audición y Lenguaje.
Silvana Moreno Yánez comparte sus actividades de docente con su hijo Josué de 7 años, quien es uno de los alumnos que tiene en el tercero de básica del Instituto Nacional de Audición y Lenguaje.
Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
18 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción Sociedad

Nació con sordera profunda, un diagnóstico que cambió la vida familiar de Silvana Moreno, la primera rectora sorda que hoy dirige el Instituto Nacional de Audición y Lenguaje (INAL), el mismo en el que se formó.

Gracias a la ayuda de la intérprete Lena Díaz, quien fue su profesora en esos años, diario EL TELÉGRAFO conversó con Silvana. Ella recuerda su vida desde los 3 años porque a esa edad debió viajar 3 veces a la semana desde Latacunga (Cotopaxi) hasta Quito para cumplir con las terapias de lenguaje que le ayudaron en su vocabulario y que no encontró en su ciudad natal.

Nelson, su padre, la acompañó siempre. Madrugaba a prepararle la avena o la colada que llevaba envuelta en tela para conservar la temperatura. La pequeña consumía el alimento durante el viaje y así cumplía con éxito sus 2 horas de terapia, en las que aprendió la pronunciación de algunos sonidos y sílabas.

Por un año esa fue su rutina; para cumplirla, su padre dejó el trabajo en Latacunga, pero ejerció como docente temporal en Quito. Él constató la evolución de la menor y acató los consejos del rector del INAL para que la jornada de educación especializada de Silvana fuera permanente, de lunes a viernes, y sin la premura de ir y regresar cada día de clases.

Lo pensaron mucho y al final la familia decidió que la infante viviera en Quito junto a su tía Nelly, en un departamento que arrendaron.

Crianza con su tía
La mujer la cuidó, alimentó, aconsejó y brindó todo el cariño que sus padres no podían darle por la distancia. Las conversaciones diarias, la rutina para peinarla y toda la preocupación de su tía  generaron confusión en la mente de Silvana, quien creyó que ella era su madre.

Pero con el tiempo entendió que no era así y que su progenitora era Gloria, a quien veía cada fin de semana junto a sus hermanos.
Eran los instantes más esperados por ella para disfrutar de la naturaleza y de los juegos infantiles.

Esos momentos eran únicos y los aprovechó al máximo con juegos y ocurrencias junto a sus hermanos; pero cuando era domingo la angustia le invadía.

Las maletas en la puerta anunciaban el retorno a la capital y nuevamente la separación de su familia. “No quería dejar mi casa, el campo; yo lloraba y me escondía debajo de la cama. Eran momentos muy duros que los viví por 2 años”.

Fue difícil para ella aceptar esa realidad y no desaprovechar los esfuerzos económicos de sus padres para darle la educación que requería.

Al concluir el segundo año, su padre tomó la decisión de una mudanza de toda la familia a Quito.

Vendieron tierras en Latacunga para poder juntar lo suficiente y adquirir un terreno en la capital. Su padre dejó su cargo de gerente de la fábrica láctea La Avelina, su madre, sus labores como contadora; y sus hermanos se despidieron de sus amigos.

Ese momento quedó impregnado en el corazón de Silvana. “Mi familia se sacrificó por mí. Todos comenzamos un proceso nuevo, que no fue fácil, pero al tenerlos cerca se hizo más llevadero”.

Así empezó la enseñanza formal en el INAL, que en esa época tenía bachillerato técnico en carpintería para hombres y las mujeres podían optar por el diseño de modas.

Para Silvana esa especialidad no era de su agrado, por lo que optó por seguir informática, por las tardes en otra institución educativa. Al concluir el bachillerato, alcanzó los 2 títulos y solo el de informática le permitió acceder a los estudios superiores.

Su sueño de docente
Su anhelo siempre fue ser profesora, y así lo manifestó cuando visitó la Universidad Central de Ecuador; sin embargo, la respuesta fue que  esa carrera no era para sordos porque había materias de lenguaje abstracto.

Le sugirieron intentar en restauración y su padre apoyó esa especialidad porque Silvana desarrolló habilidades para el dibujo; pero su decisión era firme, a pesar de que varias universidades le cerraron las puertas.

En 2000 la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE) abrió la carrera de educación para personas sordas e inició una de los períodos más difíciles para ella.

Ahí experimentó todo tipo de barreras de comunicación y la obligación de interrelacionarse oralmente. Algunos compañeros la ayudaron, otros carecieron de paciencia y varios se burlaron de su problema, a tal punto que quiso dejar de estudiar; pero sus padres no lo permitieron.

Su hermana fue su intérprete, pero no fue permanente porque debía cumplir su propia jornada académica.

Ahí Silvana decidió trabajar por primera vez como profesora en la escuela de audición y lenguaje Enriqueta Santillán. Con ese sueldo pagó a la intérprete de toda la jornada y así pudo entender mejor las clases y participar en ellas, con lo que logró visualizarse.

En el último semestre se quedó sin intérprete, pero ya los profesores cambiaron de actitud y tuvo más colaboración, así logró convertirse en maestra. Y ahora lidera la que fue su escuela. (I)

En lo personal
Su familia
Silvana está casada con Vinicio Baquero, quien padece el mismo problema y es el presidente de la Federación Nacional de Personas Sordas de Ecuador (Fenasec). Tiene un hijo de 7 años, Josué, quien también es sordo.

36 años tiene la rectora que es maestra del tercer año de básica, donde se encuentra su hijo.

Comunidad sorda
La actual rectora espera que su establecimiento tenga las adecuaciones necesarias, como sistema de luces, que les permitan reconocer el sonido del timbre y alertas de emergencia sísmica. (I)

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