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“Día Internacional del Hombre” en Ecuador: ¿y eso qué es?

“Día Internacional del Hombre” en  Ecuador: ¿y eso qué es?
03 de diciembre de 2013 - 00:00

A raíz de la decisión del Gobierno Nacional, específicamente del Ministerio Coordinador de Desarrollo Social (MCDS), de realizar un acto para conmemorar el ‘Día Internacional del Hombre’ (DIH) muchas personas se preguntaron qué es esa celebración, de dónde surge y cómo se justifica. Si uno intenta buscar en internet casi no encontrará información. Hay una inconsistente entrada en Wikipedia y poca cosa más. En general puede decirse que nadie o casi nadie celebra esta fecha en el mundo. En la mencionada enciclopedia online aparecen los ‘6 pilares’ del DIH. Entre ellos llama la atención el siguiente: “Poner de relieve la discriminación contra los hombres, en las áreas de servicios sociales, las actitudes y expectativas sociales, y la ley”. También la, en su momento, directora del Women and Culture of Peace Programme (Unesco), Ingeborg Breines, indicaba: "esta es una excelente idea y dará un poco de balance entre géneros… sus objetivos son, como lo establece el comité organizador, abordar temas de salud de varones jóvenes y adultos, resaltar el rol positivo y las contribuciones que los varones hacen diariamente tanto a su comunidad como a la sociedad, promover la igualdad de género y celebrar la masculinidad”.

Continuando la búsqueda en la red empezamos a atar cabos. Parece que este día fue fungido para “restaurar” un lugar considerado “perdido”, el de una masculinidad determinada social e históricamente (¡y sabemos perfectamente cuál es esa masculinidad!). Se parte de la idea que los tiempos han cambiado y uno de sus efectos ha sido la falta de paridad de género en contra de los hombres. Sí, lo han leído bien, en contra de los hombres. Esto no puede dejar de ser catalogado como machismo de la vieja escuela que refuerza una idea de una masculinidad profundamente patriarcal a la vez. Una idea que niega la histórica y muy contemporánea desigualdad entre hombres, mujeres y otras identidades sexo-genéricas, y sobre todo, la descomunal asimetría entre las formas de violencia, discriminación, trato, etc., que sufren las no-hombres. No creemos que esta fuera la intención del MCDS, al contrario, pero encontramos peligrosa la contextualización de actividades en este marco.

El asunto de debate vuelve sobre una distinción clave y, al parecer, nada saldada en nuestras sociedades: entre la lucha por el reconocimiento de las diferencias y aquella por el fin de las desigualdades y la ampliación de los espacios de emancipación social. Nadie puede negar la existencia de diferencias entre personas y que muchas de estas deban ser reconocidas como corresponde a fin de respetar las individualidades, autonomías y los estilos de vida particular. Sin embargo, otra cuestión es confundir este hecho con el acceso desigual a recursos materiales y simbólicos en una sociedad determinada. La fractura de género es una construcción social de desigualdad que se produce a partir del sexo de cada uno/a. De este dato biológico se construyen dos mundos, el femenino y el masculino, al que se le adjudican roles diversos y, lo que es más importante, estatus desiguales en la estructura social. Justamente las luchas feministas (el feminismo de la igualdad, de la diferencia, las teorías queer o las propuestas sobre nuevas masculinidades) han batallado por politizar esta fractura, eso es, por construir un orden diverso que no suponga formas de jerarquía social.

No podemos continuar cerrando los ojos. Como en cualquier relación de desigualdad hay ganadores y perdedores. Y los datos hablan por sí solos. En 2011 en Ecuador 6 de cada 10 mujeres vivieron algún tipo de violencia machista durante su vida y 1 de cada 4 ha sufrido violencia sexual. El trabajo doméstico se sigue repartiendo de manera desigual: en 2012, 7 horas a la semana le dedican los hombres de media frente a las 24 de las mujeres. La mortalidad materna alcanza niveles muy altos en el país (70,4 muertes por cada 100.000 nacidos vivos en 2011) en comparación con otros países de la región; hecho que muchos expertos relacionan con el aborto clandestino. Y el embarazo adolescente adquiere dramáticas cifras: son madres el 16,9% de las adolescentes entre 15 y 19 años. En el mercado de trabajo, en 2011 una mujer gana en promedio $ 275 frente a los 320 del hombre; el subempleo afecta más a las mujeres (27,8 para hombres y 37,5 para mujeres); lo mismo el desempleo (3,4 frente a 6,2); y, similar ocurre en cuanto a la afiliación a la seguridad social (19,3 de los hombres frente a 13,2 de las mujeres, 2010). Así pues, y estableciendo una analogía con las luchas en el campo laboral, como el primero de mayo a nivel mundial se conmemora el día del trabajo, ¿tenemos también que instaurar el día del patrón?

Dicho esto, nuestra línea argumental no es contradictoria con reconocer el importante trabajo político que están llevando a cabo grupos de hombres (aunque aún muy minoritarios) por romper la fractura de género, sobre todo en la esfera personal repensando su identidad. Y eso es un dato muy positivo. La construcción de nuevas masculinidades debe acompañar la lucha histórica que han dado las mujeres y las identidades sexuales diversas por superar la construcción sociogenérica. No puede separarse de ella. Sin hombres que trabajen su identidad, y que vivan su masculinidad con más libertad y deseo, no podremos avanzar en la utopía de romper la cisura que nos divide en dos grupos humanos. Como apuntaba la Nobel recientemente fallecida, Doris Lessing, en su Cuaderno Dorado: “¿de qué sirve que nosotras seamos libres si ellos no lo son?”. Pero no puede construirse esta anhelada igualdad de derechos y acceso a recursos sin repensar a fondo la estructura y las instituciones sociales, las políticas públicas, las relaciones de amistad, afecto, sexuales y de amor. Y esto no pasa por crear falsos equilibrios “neutrales”, instaurando al lado del día de la mujer, un día del hombre.

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