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POS COVID: la resignificación del cuidado

Las mujeres cumplen  teletrabajo, ayudan a  los hijos en sus  tareas, cocinan y  limpian la casa.
Las mujeres cumplen teletrabajo, ayudan a los hijos en sus tareas, cocinan y limpian la casa.
Ilustración: ET
31 de mayo de 2020 - 00:00 - María Paz Jervis. Decana Universidad Uisek

Durante el primer trimestre de 2020, alrededor de 90 países en el mundo han adoptado medidas de confinamiento en los hogares para combatir la propagación de la pandemia covid-19.

Ecuador no es ajeno a esta realidad; y, aunque la medida nos tomó por sorpresa, al igual que a muchos otros países, terminamos de cumplir 60 días de aislamiento.

Es importante tomar en cuenta que no solo los Gobiernos han tenido que reaccionar “sobre la marcha”; sino también las personas, cambiando nuestra rutinas y costumbres, adaptándonos a hacer nuestra vida desde casa.

No obstante, es un hecho que esta “nueva realidad” afecta diferencialmente a las mujeres.

En esta reflexión resaltaré el trabajo duro que se ha vivido al interior de los hogares durante el encierro y cómo el peso del trabajo físico y emocional del cuidado de las familias ha recaído principalmente en las mujeres; lo que nos permitirá cuestionarnos sobre si la nueva normalidad supone, una vez más, situar a la mujer en un lugar de desventaja y mayor carga de trabajo en la estructura social pos covid, o si por el contrario es una oportunidad para redefinir los roles.

Evidentemente, el peso del trabajo en casa varía profundamente dependiendo de las situaciones socioeconómicas de cada familia y de cada mujer.

En Ecuador estamos muy lejos de poder hablar de una sola situación social porque conviven varias sociedades y varias realidades, muy diversas, dentro de una misma ciudad y de una misma comunidad.

El factor más determinante y sensible en las familias que deben vivir en confinamiento es la presencia de hijos en edad escolar y colegial que se quedaron, repentinamente, sin colegio donde asistir.

Más allá de que el proceso de aprendizaje se vio suspendido improvisadamente en el caso de la Sierra y se postergó el inicio en la Costa, el mayor impacto es de tipo emocional.

Nuestros hijos se despidieron, sin tener la posibilidad de decir adiós a su mundo, a su rutina, incluso a sus compañeros.

La educación en casa implica inmensos desafíos de conectividad y de asumir actividades con los más pequeños que son imposibles que se logren sin la supervisión de adultos; es decir, requieren del apoyo constante de alguien, que en la mayoría de los casos es la mamá.

Las mamás nos hemos convertido en profesoras de distintos grados; pero continuamos, en su mayoría, trabajando y realizando las actividades del hogar.

Incluso, en las familias en donde el padre realiza actividades del hogar, es común que los niños acudan a la mamá para encontrar apoyo y atención.

Las mujeres que estamos cumpliendo obligaciones mediante teletrabajo hemos tenido que compatibilizar este tiempo con el cuidado y el acompañamiento de las tareas escolares de los hijos.

En la actualidad, es común que muchos padres se involucran más que antes en estas actividades; empero, en nuestra realidad seguimos siendo las mamás las interlocutoras naturales en los colegios y en el cuidado primario de los niños.

En nuestro país, las madres gozamos de 84 días de permiso de maternidad una vez que nacen nuestros hijos; mientras que los padres gozan de un periodo entre tres a 15 días (dependiendo de las condiciones de nacimiento) para atender al recién nacido.

Desde el inicio de sus vidas se marca esa pauta hacia los cuidados maternos.

Las cifras publicadas por el INEC en marzo de 2019, revelan que nosotras invertimos muchas más horas a la semana en las tareas de hogar que los hombres.

Lo que implica que, durante el aislamiento, es probable que en muchos casos nuestras parejas hayan asumido responsabilidades en el cuidado del hogar, pero mayoritariamente han sido tareas que las mujeres las hacemos siempre y que los varones no están habituados a hacerlas.

El desarrollo profesional de las mujeres mantiene aún una desventaja frente a los hombres, lo que implica que dentro de los hogares exista un trabajo que deba sacrificarse para atender la familia durante la pandemia; situación que se profundizará mientras dure la suspensión de clases y los niños deben quedarse en la casa bajo el cuidado de un adulto.

Asimismo, este tiempo nos ha servido para compartir con los hijos espacios que antes no se compartían.

Me encantaría pensar que durante esta experiencia muchos hombres se han involucrado más con el cuidado de ellos y una vez concluida la cuarentena continúen ejerciendo de manera activa el cuidado de los hijos, no solo por alivianar la carga a las mujeres, sino por el aporte emocional que tiene para los padres y la consolidación de la familia como núcleo de la sociedad.

Finalmente, a pesar de la pérdida de empleo, sería positivo que para esta nueva normalidad se abone el debate de la productividad, valorando la tarea del cuidado en su real dimensión.

En esta crisis se ha podido sentir desde todos los espacios la importancia de que alguien cuide de nosotros y de poder cuidar a quienes amamos.

Y más aún, que el cuidado no puede recaer sobre la mujer, ni podemos darnos el lujo de perder esa fuerza laboral en su mayor capacidad; por eso el rol del hombre debería redefinirse para alcanzar una nueva normalidad. (O)

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