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Con actitud, Oswaldo le ganó al cáncer de lengua

Oswaldo Piza es amante de las plantas. El jardín de su casa lo adornan una hermosa mata de hibiscus y un árbol de aguacate de mantequilla. Insiste en que la mejor defensa contra los males es la actitud positiva.
Oswaldo Piza es amante de las plantas. El jardín de su casa lo adornan una hermosa mata de hibiscus y un árbol de aguacate de mantequilla. Insiste en que la mejor defensa contra los males es la actitud positiva.
Fotos: José Morán / El Telégrafo
02 de diciembre de 2018 - 00:00 - Néstor Espinosa

Algunos barrios marginados de Guayaquil se esconden detrás de grandes autopistas, altos muros, correntosos canales de aguas servidas o simples brochazos de pintura. En el caso del Bloque 10 C de Bastión Popular, puede verse todo aquello y esas fronteras no son permeables. 

Por el sur está la avenida Isidro Ayora, una gran vía de concreto sin marcación de carriles; por el norte, la Perimetral; por el costado este, un gigante canal abierto de aguas residuales y por el oeste los bloques 7 A, 7 B y 8 de la misma zona.

“Para llegar a mi casa hay que atravesar un laberinto”, advierte Oswaldo Piza, quien desde la parte más alta de una desaliñada callejuela agita sus brazos para llamar la atención. Piza se encuentra en plena recuperación de una intervención quirúrgica en el colon, pero antes de eso le cortaron casi la mitad de la lengua para evitar que el cáncer de boca que lo aquejaba se propagara. Y así como su barrio se oculta detrás de tantas barreras, él esconde su dolor con una actitud positiva. Su alegría y don de servicio permanentes impresionan a quienes conocen su realidad. Han pasado dos años ya desde que Oswaldo Piza visitó el hospital Teodoro Maldonado Carbo, del IESS. Cruzó la ciudad en busca de atención médica porque no soportaba un rechinar en sus oídos. A simple vista, el médico no encontró nada extraño, por ello lo derivó a un otorrinolaringólogo. El especialista, en cambio, con solo examinar su boca detectó un absceso en el costado izquierdo de la lengua y sin pensarlo mucho le pidió todos los exámenes posibles, incluida la biopsia del absceso. Los resultados confirmaron la sospecha: principio de cáncer de lengua, el mismo que solo podía ser evitado con una incisión profunda.

La piel curtida de Oswaldo Piza delata que su lucha va más allá de las enfermedades que lo aquejan. Es originario de Pedro Carbo, pero por falta de oportunidades en ese cantón del norte de Guayas migró a Guayaquil.

De sus 58 años, 30 los ha vivido en el puerto principal donde ha tenido que hacer todo tipo de trabajo para sostener a su esposa y sus 5 hijos. Ha fungido de jardinero, guardia de seguridad, albañil, carpintero, gasfitero y hasta de mecánico. Y sigue haciendo todo aquello para ganarse un dólar extra.

Su esposa Eudocia (d) supera un derrame en su ojo derecho y su hija Sandy y su nieta María tienen discapacidad.

En la urbanización donde actualmente trabaja como conserje es apreciado por todos, hasta por aquellos vecinos con modales agrestes que profieren improperios incluso a sus sombras.

Oswaldo Piza es un aprendiz de todo, destaca una de las vecinas que lo ha apoyado en varias de sus batallas, especialmente en la recuperación de sus operaciones.

La señora ha llegado hasta su casa, en el bloque 10 C de Bastión Popular, con ayuda física y fuerza moral, pero prefiere que su nombre no se publique porque “lo que da una mano, no tiene por qué saberlo la otra”. Se emociona, sin embargo, al hablar del señor Piza, como lo conocen todos en el sector. Pondera que pese a todas las vicisitudes él jamás se queja. “Nunca ha mostrado tristeza o depresión. Es un hombre muy valiente”, insiste. Lo cierto es que desde la vulnerabilidad absoluta de su pobreza material, la fortaleza de Oswaldo Piza es admirable. A los pocos meses de que le cortaron la mitad de la lengua volvió a hablar con total claridad, sorprendiendo incluso a los médicos. Y ahora, a tres semanas de la operación de colon, volvió al trabajo erguido y fuerte como si nada hubiese pasado. Su lucha, no obstante, no se limita a ganarle a las enfermedades. Tiene una hija con discapacidad intelectual severa: Sandy, quien ha lidiado con batallas inenarrables que se niega a revivir.

Con 28 inviernos a cuestas, tiene una niña de 8 años con similares condiciones de discapacidad. Se llama María y es la niña de los ojos de Piza. A su corta edad ya salió triunfante de una operación de corazón abierto. Pero Piza se queja de que a ambas, nieta e hija, les hayan quitado el bono de la discapacidad, lo que complica su precaria situación, aunque insiste en que no se dará por vencido.

“Él pudo huir”, dice la señora cuyo anonimato debe ser guardado. E inmediatamente explica que si él fuera un hombre regular, de esos que vemos todos los días, al tener tanto problema en su casa se hubiera ido. “Pudo dejar a su familia y acomodarse en otro lado, pero no lo ha hecho, por eso es un ejemplo a seguir. Se sobrepone a todo”, manifiesta.

Oswaldo Piza sonríe ante la consulta sobre la posibilidad de huir. “Mi esposa es realmente mi pilar, en ella me sostengo”, sentencia y ve en sus hijos un regalo de Dios.

Sentado en la sala de su casa mira al vacío, respira fuerte, suelta un suspiro y aclara: “no crea que es fácil, no crea que no me he desmoronado, no crea que no he llorado. He llorado como un niño por el dolor de las enfermedades y por los momentos de impotencia”, dice con el rostro desencajado, felizmente enseguida asoma la flema que le caracteriza.

Entonces interviene su esposa Eudocia Ortiz, de 61 años, quien reconoce que muchos días y muchas noches lo ha visto caído, pero que ahí ha estado ella “para darle fuerza”.  Eudocia tiene claro que él es el sostén de la casa, el que provee. “Nunca he trabajado en la calle y a estas alturas nadie me daría una oportunidad, por eso no puedo permitir que las enfermedades le ganen, tengo que cuidarlo”, reconoce. Y aunque Eudocia no ha trabajado fuera, en casa hace malabares con el escaso dinero que ingresa, pero la carga de dificultades ya le ha pasado factura: hace tres semanas superó un derrame en su ojo derecho. Afortunadamente, recién viajó a Santa Elena, donde una organización de ayuda social la operará.

Oswaldo Piza vuelve a sonreír. Afirma que en medio de tanta pobreza se siente privilegiado: “A veces me pregunto qué sería de mi vida si con todos estos problemas no tuviese casa, si tuviese que alquilar”. Agradece por el trabajo que tiene y reflexiona sobre su flexibilidad porque si hubiese estado en otro lado “ya me hubiesen despedido”.

“Cómo se podría ser injusto con una persona como él”, se pregunta convencida Antonella Weison, otra de las vecinas de la urbanización donde Piza trabaja. (I)

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