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La ciudad en pandemia, espacio de aprendizajes

La ciudad en pandemia, espacio de aprendizajes
Carlos Almeida / El Telégrafo
24 de enero de 2021 - 00:00 - Fausto Segovia Baus

Mucho se ha escrito sobre los conflictos de las ciudades; sin embargo, poco se ha utilizado el espacio citadino para aprender a vivir y convivir. Proyectos como la “ciudad educadora” intentan mejorar la convivencia, pero hace falta más. Una reflexión sobre la ciudad que llevamos dentro. Y ahora con pandemia incluida.

La ciudad es un escenario vivo. Dotada de un dinamismo propio donde convergen al mismo tiempo la geografía, la historia, la ecología, el urbanismo, la arquitectura, el paisajismo, la antropología, la educación, la sociología, la economía, la salud, las creencias, los juegos –y todas las ciencias y las instituciones sociales reunidas- la ciudad ofrece a las personas oportunidades para ejercer sus derechos y obligaciones consigo mismo y con los demás, y a los profesionales nuevas visiones para emprender proyectos con criterio multidisciplinar.

Espacios y relaciones

Desde que el ser humano dejó de ser nómada y decidió asentarse en una localidad, la ciudad ofreció no solo espacios sino relaciones donde el ayer, el hoy y el futuro –en tanto prospectiva- se instalan, y generan buenos pretextos para pensar, sentir y actuar junto a personas, asimismo contingentes, donde ganaron y perdieron, aprendieron y desaprendieron, jugaron y trabajaron, nacieron, crecieron y murieron…

La ciudad con sus sonidos, olores, colores y texturas está allí siempre disponible a ser recorrida, a ser descubierta, recordada y en ocasiones olvidada. Esa ciudad –mi ciudad- es motivo de esta reflexión que intenta encontrar un nuevo motivo para amarla –aún en tiempos de pandemia-, al dar varias vueltas por sus vericuetos y rincones.

Diferentes miradas

Los diarios ven a la ciudad como noticia, los poetas como reflejo de sus musas y recuerdos, los arquitectos como mezcla de arte y sustancia, raíz de un pasado prodigioso; los lustrabotas como medio de vida, los educadores como espacio de aprendizaje; los políticos como núcleo del poder, los religiosos como punto de encuentro y solidaridad; los estudiantes un motivo para observar, investigar y distraerse; los turistas como oportunidad para tomar fotos y descubrir; los comerciantes para vender, los ciudadanos para vivir el día a día y usted, amigo lector o lectora, que siente su ciudad por dentro: le admira y suspira como un ser humano.

Mi hipótesis es que todo ser humano tiene una ciudad interior. Es como su vientre, la madre que yace adentro, cómplice de todo y nada. De las noches noctámbulas, de los rasgados de guitarra y de las fogatas en las noches frías, junto a la infaltable “guayusa” de aquellos tiempos.

La ciudad no solo es un espacio de estética, es decir, de belleza, sino de lo más feo, ridículo y sucio. La ciudad reúne todo lo bueno y lo malo. Es como una persona colectiva que tiene razón y sinrazón, conciencia y conflictos, cruces de intereses, pitos estrafalarios y correteos de los amigos de lo ajeno, mientras los policías llegan casi siempre después de los robos y trafasías. Y no hablamos de Quito en particular, ciudad por mil títulos ilustre, cuna de literatos y sabios, de doctores y religiosos, de tradiciones y leyendas, de dulces y procesiones, de chullas y chagras.

La ciudad-espectáculo

Mi hipótesis es que todo ser humano tiene una ciudad interior. Es como su vientre, la madre que yace adentro, cómplice de todo y nada. De las noches noctámbulas, de los rasgados de guitarra y de las fogatas en las noches frías, junto a la infaltable “guayusa” de aquellos tiempos.

La ciudad-espectáculo es un juego eterno. Johan Huizinga se quedaría corto, porque todo, sin excepción, es lúdico en la ciudad, parte ritual, rutina pero también sobresaltos como cuando explota una camareta y el castillo ilumina la noche de centellas.

Aprendizajes

La ciudad tiene un ropaje singular: desde los cuatro costados se le ve verde contrastada de rojo. El verde de las arboledas; el rojo de sus techos. En ocasiones viste de gala, pero siempre de vida cotidiana. Se levanta temprano sembrada de nubes bajas, con olor a pan fresco y, en ocasiones, a palo santo, en las orillas de las iglesias.

Por fin las vacunas gratuitas cayeron del cielo pero por goteo, mientras los sanatorios están saturados de personas entubadas, los médicos y enfermeras estresadas y… los candidatos en plena campaña.

La ciudad es una escuela de sentimientos; un aula de razones y proporciones; un sombrero de ala ancha; un manojo de geranios que se exhiben en macetas coloradas, y un perico que en alguna plaza adivina la suerte. Así es la ciudad: llena de encantos y conflictos llevaderos, que nos enseña a vivir la vida con justeza y templanza; con sano orgullo y esperanza. Lo demás que pongan los poetas.

Reinventar la ciudad

Y en tiempos de pandemia las ciudades han comenzado a sufrir. El miedo a que la peste nos contagie no desaparece, y la desobediencia civil –léase indisciplina social- se expande. Las autoridades no se cansan de advertir a la población sobre la vida y la muerte, sobre los altos niveles de contagio y el colapso de los centros de salud, sobre la distancia social y el uso de mascarillas… Pero la mayoría –no es que prefiere el contagio sino sobrevivir-. ¡Qué paradoja, a través de las ventas informales en la calle, en las plazas y sitios de aglomeración! Y la gente continúa en las fiestas de cumpleaños, en los juegos de voleibol familiares, las peleas de gallos y los jóvenes en las denominadas “caídas”.

Y bueno. Por fin las vacunas gratuitas cayeron del cielo pero por goteo, mientras los sanatorios están saturados de personas entubadas, los médicos y enfermeras estresadas y… los candidatos en plena campaña.

Las ciudades vibran mientras las personas pueden salir de sus confinamientos. Y quedan vacías durante la noche, para oír generalmente malas noticias –las de siempre-, con la figura petrificada de Don Alfonso o las verificadas del otro canal…

Hoy aprendemos de las ciudades en pandemia. Y sus enseñanzas ya han cruzado, en algunos casos, los caminos del Jardín de los Valles, Monteolivo, San Diego o el Jardín de los Recuerdos… ¡Por eso estamos todavía vivos! (O)



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