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Cindy Suárez entregó su vida por salvar a otros

Cindy Cecibel Suárez Calle. Estudió la carrera de Psicología en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Tiene un doctorado como psicóloga en crisis en una universidad de Estados Unidos.
Cindy Cecibel Suárez Calle. Estudió la carrera de Psicología en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Tiene un doctorado como psicóloga en crisis en una universidad de Estados Unidos.
Fotos: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
08 de marzo de 2018 - 00:00 - Redacción Sociedad

Cindy Suárez Calle removió los escombros de una vivienda y cavó un hueco de seis metros, por el que deslizó su delgado cuerpo para rescatar a un niño, que estuvo atrapado dos días tras el terremoto que afectó a Manabí y Esmeraldas el 16 de abril de 2016.

Ella cargó al menor, de tres años, deshidratado y paralizado, y lo trasladó a un lugar seguro y con médicos.

Por 14 días entregó su vida para salvar a otros. Ella lideró un equipo de rescatistas y trabajó con los topos de México para auxiliar a 60 personas que quedaron debajo de edificios en Portoviejo, Bahía de Caráquez y Pedernales.

Su formación como rescatista. Cindy enseña a un integrante del curso de rescatistas a colocarse la soga para hacer descenso. Intervino en dos terremotos en los que ha liderado los equipos para ayudar a las víctimas. Su primera ayuda como socorrista fue en la carretera de Jujan y Tres Postes, en un accidente de tránsito con muertes y heridos. Cuando ocurre alguna situación, ella da los primeros auxilios y luego llama al ECU-911, Comisión de Tránsito y Bomberos para trasladar a heridos.

Ni por las réplicas ni las alertas de tsunami desistió  de su deseo de ayudar.

A su regreso a Guayaquil continuó sus actividades como instructora de nuevos  socorristas y auxiliar a personas accidentadas en las vías. 

Sin embargo, 10 meses después del terremoto y de desafiar a la muerte Cindy inició una de sus batallas más duras cuando enfermó.

La mujer, de 30 años, auxiliaba a los heridos del terremoto cuando contrajo la bacteria Mycobacterium tuberculosis, que comprometió la salud de sus pulmones.

En febrero de 2017 fue internada en un hospital de la ciudad por un aneurisma cerebral y en octubre del mismo año estuvo en coma por fibrosis pulmonar. Los médicos  por el primer daño le dieron  dos meses de vida y por la segunda dolencia, ocho días.

Familia y su constancia para vivir. Casada con Manuel Alcívar, presidente y comandante general del GEAH Boinas Azules y quien la invitó en 2008 a formar parte del equipo. Es madre de Scarlett, de 10 años, con quien comparte entrenamientos. Cindy usa un tanque de oxígeno por la fibrosis pulmonar que le diagnosticaron en 2017. Pero eso no la detiene a participar en el primer curso internacional de periodistas rescatistas en desastres naturales y alienta a las mujeres.

“Mi familia ya había comprado el ataúd porque me desahuciaron. Los doctores le explicaron que la respiración normal cuando está con oxígeno es de tres libras, pero yo usaba cinco por mi estado artificial (vegetativo)”.

En contra de todo pronóstico, Cindy mejoró. Una mañana, después de permanecer meses en una cama, aislada de todo, sin poder comer ni respirar por ella misma, despertó. Empezó su recuperación. Volvió al hospital, pero  esta vez para sorprender a los médicos de que estaba viva.

Su esposo Manuel Alcívar,  presidente ejecutivo internacional de la Coorporación Ecuatoriana de Derechos Humanos, Embajador para la Paz Mundial y presidente y comandante general del Grupo Especial de Ayuda Humanitaria GEAH-Boinas Azules, la describe como guerrera.

“Las ganas que tiene de vivir y servir hicieron que permanezca con nosotros. La fe de ella se mantuvo y nosotros hacíamos cadenas de oraciones. Ella realmente resucitó entre los muertos”.

Su hija Scarlett, de 10 años, ve a su madre como su ejemplo. “Es mi heroína, me apoya en todo y me ha enseñado a tener precauciones ante un desastre”.

Hace un mes Cindy volvió a ‘enfundarse’ el traje anaranjado de rescatista y acompañada de su tanque de oxígeno (lo carga con la mano derecha y luego alterna con la izquierda) da instrucciones a  los aspirantes a socorristas.

“Mi vida cambió por completo, pero valoro cada segundo. No tengo enojos porque no voy a gastar esas energías si quiero vivir al máximo. Si tuviera que volver a trabajar en una catástrofe, lo haría con mi tanque de oxígeno. Amo servir”.

La rescatista, que además es psicóloga, descubrió su vocación en 2007 tras una conferencia sobre los derechos humanos, la cual impartió Alcívar (en ese tiempo no era su esposo). “Él me hizo parte del GEAH Boinas Azules y despertó en mí el deseo de probar mi resistencia”.

Para ello aprendió a bucear  (desciende 12 metros hasta las profundidades del mar); e ingresó a un curso  de tres semanas con instructores israelitas en Quito (se destacó por ser la única mujer del grupo y quedó en segundo lugar en la competencia).

“Nosotras no necesitamos mucha fuerza para ayudar a una persona, sino estrategia. Por ejemplo, con halarle un brazo puedes salvar a una persona de 200 libras que se está ahogando. Un rescatista debe ser estratégico y prepararse psicológicamente”.

En el terremoto del 16 de abril manejó a un grupo de  20 hombres, a quienes animó cuando todos rompían en llanto. “Sacar un niño en pedazos fue impactante, pero debíamos continuar y recuperar el nivel psicológico. Es el deber al liderar una tarea”.

La primera vez que intervino en un desastre natural fue en el terremoto de Chile en 2010. Estuvo al mando del grupo de rescatistas de Ecuador, pero también compartió con otros 500 hombres y 40 mujeres profesionales.

De esa experiencia recuerda que ingresó por una ratonera que construyeron para sacar a un niño apresado entre los fierros y el concreto.

Actualmente Cindy aún tiene presente la imagen de una mujer, de 35 años, que permaneció arrodillada frente a su casa derrumbada. Ella tenía fe de que su hijo estaba vivo. Es la misma fe que esta comandante siente siete años después de enterarse de su enfermedad. (I)   

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