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Carlos y su moto cada día llegan más lejos en la vida

Carlos Sotomayor, de 51 años, recorre el centro de Guayaquil en una moto pequeña para abordar un taxi que lo lleva a Durán, donde vive hace 17 años. Las veredas sin rampas son el principal obstáculo.
Carlos Sotomayor, de 51 años, recorre el centro de Guayaquil en una moto pequeña para abordar un taxi que lo lleva a Durán, donde vive hace 17 años. Las veredas sin rampas son el principal obstáculo.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
21 de agosto de 2017 - 00:00 - María Fernanda Arreaga

Carlos Sotomayor, de 51 años, todos los días recorre el centro de Guayaquil en su moto, de un metro de largo, que está ‘confeccionada’ a su medida.

El vehículo, una pasola pequeña, carece de motor, pero lo hace rodar con el impulso de su pie derecho.

Este medio le sirve para circular por 18 cuadras, cruzar las intersecciones y subir a los alimentadores y articulados de la Metrovía.

Él cubre un trayecto largo: empieza en su casa, en Durán, y termina en su trabajo, en Guayaquil.

Durante la mañana una furgoneta de la Fundación Metrovía, para personas con discapacidad, lo recoge en Durán y lo lleva hasta la empresa donde labora; y en las tardes vigilantes de la Autoridad de Tránsito Municipal (ATM) lo movilizan desde el trabajo (Av. Carlos Julio Arosemena) hasta la parada Las Monjas (en el norte). 

Pero el servicio del último traslado lo recibe hace dos meses, por la falta de un paso peatonal para personas con movilidad reducida.

Carlos nació con acondroplasia múltiple por incompatibilidad genética, un trastorno que afecta el crecimiento. Por ello, su estatura es de 98 cm y la debilidad en su pierna izquierda le impide caminar bien.

Para acudir a la escuela en su niñez, en Quevedo (de donde es oriundo), requería de la ayuda de sus hermanos (tiene 12), quienes lo cargaban.

La forma de movilizarse cambió a los 14 años cuando aprendió a desplazarse sobre un triciclo para niños que usaba su sobrino de cinco. Pero Carlos lo utilizaba a escondidas mientras el menor dormía. Su hermana, quien lo había visto, habló con su mamá y decidió  regalárselo. “Para mí fue como si me dieran un par de piernas”.

Al principio -reconoce-  sentía vergüenza de que sus compañeros de colegio lo vieran sobre el juguete. “Pero una señora me dijo que no debía tenerla porque no era el único. Nunca te acomplejes, me aconsejó”.

No terminó la secundaria, solo estudió hasta tercer año de bachillerato, pero logró destacarse en la música y ser parte del grupo la Estudiantina (de un plantel de Quevedo). En su adultez  integró una orquesta de cumbia, en la que permaneció cuatro años. 

Conoció a los miembros cuando paseaba en triciclo. Ensayaban cerca de su casa. “Iba a verlos con frecuencia. Un día el director se me acercó y me dijo: ‘Tú vienes siempre. ¿Por qué no tocas el güiro? Él se quedó sorprendido y me dejó como ‘suplente’”.

En los articulados de la Metrovía se agarra fuertemente de los pasamanos. Él se coloca cerca de la puerta para salir sin problemas y no ser aplastado. Foto: William Orellana / El Telégrafo

22 años sobre ruedas

En 1995 Carlos recibió un nuevo regalo: una moto de lata (con timón y  dos ruedas de una bicicleta de niños). El dueño de una vulcanizadora que le dio su primer trabajo como parchador de llantas la fabricó a su medida.

El pequeño transporte, que pesa 40 libras, tiene 22 años con él. Y lo lleva a sus viajes por diferentes provincias del país, incluso, al exterior. “Me siento seguro cuando me subo. Nunca quise una silla de ruedas porque me hacía sentir mal”.

El primer viaje lo hizo desde Quevedo hasta Guayaquil, donde decidió quedarse a vivir a pesar de las complicaciones para movilizarse (subir las veredas con la moto).

En el puerto principal trabajó en un taller de motos y en otro de refrigeración. También fue contratado para manejar las bodegas de locales comerciales de artefactos, donde recibía la mercadería, y en una importadora de bicicletas. Allí ensamblaba, a diario, 12 de estos vehículos. Pero también sufrió el desempleo.

Su hermana Dolores Sotomayor, de 62 años, con quien vive Carlos en Durán, lo describe como una persona activa y colaboradora. “Cuando se quedó sin trabajo buscaba la forma para ganarse el sustento diario”.

Del circo a la oficina

En su época de desempleado volvió a Quevedo para animar campeonatos de fútbol, bailes públicos y quinceañeras. “Fue la primera vez que me propusieron ser maestro de ceremonia. Nunca he dicho no puedo. Mi discapacidad no me limita nada”.

Tuvo una participación en  un circo, pero de cantante. En sus dos presentaciones llenó las graderías. Previamente “me encargué de perifonear: ¡Mañana gran espectáculo! Por primera vez un hombre maneja una sola orquesta. ¡Troyita y su orquesta!”.

Carlos se ganó los aplausos del público por sus habilidades melódicas sin instrumentos. Él se ponía un peine en la boca, frotaba una botella plástica y esto sonada como el güiro (percusión), utilizaba su moto como tambor y también cantaba.

A su regreso a Guayaquil abrió su taller de bicicletas, pero lo cerró. En 2010 consiguió que una empresa de seguros de salud lo contratara. Allí, hasta hoy, se desempeña en recursos humanos, lleva la documentación de los empleados.

En la oficina Carlos se mueve con la moto, la que a diario deja cerca de su asiento y con la que cada vez llega más lejos. (I)

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