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La modernidad dejó atrás a las carishinas

Algunas tradiciones cambiaron  para aquellas mujeres y hombres que salieron de la parroquia y llegaron a las grandes ciudades. Otra prueba para ellas era saber tejer.
Algunas tradiciones cambiaron para aquellas mujeres y hombres que salieron de la parroquia y llegaron a las grandes ciudades. Otra prueba para ellas era saber tejer.
Foto: Elizabeth Maggi / EL TELÉGRAFO
27 de abril de 2018 - 00:00 - Elizabeth Maggi

Al cumplir casi 50 años de matrimonio Manuela Sagñay, de 68 años, recuerda los tiempos en los que tanto hombres como mujeres debían demostrar que serían un buen “partido” para formar parte de una familia.

Con ojos brillantes y saltones, Manuela -oriunda de la comunidad Cauñag, de la parroquia Cacha, cantón Riobamba- cuenta su historia en la que una joven que iba a casarse debía confirmar ante la familia del novio su habilidad para asumir oficios propios de su sexo.

“Se colocaba una piedra de moler, allí debíamos arrodillarnos y de manera adecuada colocar la cebada; esta debía salir totalmente fina lo que le hacía ver a los futuros suegros que podíamos encargarnos de la casa”, manifestó Manuela.

Para ella, esto no fue problema debido a que su madre les asignaba esta tarea de forma diaria. Ella, junto con sus hermanas, madrugaban para dejar todo listo y servirse una máchica en el desayuno.

Era una práctica que, según su madre “Rosita”, les permitiría conseguir “buenos maridos” y “caerle bien a los suegros”. “Así fue como me gané a mi mamá suegra y a mi “Panchito” (esposo de Manuela)”, señaló la mujer.

Manuela, cuya vida la ha pasado rodeada de pasto, tradiciones, trabajo y costumbres, recuerda con nostalgia los consejos de su madre, quien una y otra vez le repetía que no debía ser carishina, un vocablo quichua que hace notar que una mujer tiene rasgos masculinos.

Cari significa varón, hombre, macho, y shina se traduce como semejante o parecido, es decir que la frase completa de carishina daba a notar que la mujer se parecía a un varón.

Manuela, entre risas, señala que esto era algo inapropiado en su tiempo y en su tierra Cacha cuya población actual es de 3.160 personas de las cuales el 99% es indígena.

Cuando los padres del “interesado” se fijaban en que la mujer no tomaba la piedra con la mano derecha y se encorvaba con su mirada fija en la piedra, era descartada como futura esposa.

“Nuestras abuelas nos contaban que si a la suegra no le gustaba, enseguida le decían a su hijo: esta mujer no vale, no va a cuidarte bien, ni a tus hijos, es una carishina”, acotó Clara Cando, nieta de Manuela.

Otra de las pruebas que debían afrontar era el tejido a mano de las fajas, esto lo realizaban en un telar rústico que consistía en dos varas horizontales en las que va formando con sus dedos las figuras deseadas. Cada una de ellas tenía un significado y era usada en fechas especiales, así como para los días cotidianos.

“Para sacar una buena faja, la mujer debía sentarse desde las 08:00 hasta la noche, un trabajo bastante agencioso y que demostraba lo diestro de quien la hacía, incluso se las felicitaba por ello”, dijo Luz León, oriunda de Cacha.

La prueba de ellos
En el caso de los varones su prueba ante los suegros consistía en sujetar el yugo que usualmente es colocado sobre dos bueyes para arar la tierra; este debía tomarlo con sus manos y ejecutar esta actividad sin salirse del territorio marcado.

“Los hombres también teníamos que demostrar que seríamos buenos proveedores y que podríamos cuidar a nuestras mujeres. Si alguien no podía sujetar el yugo como se debe, recto y sin salirse, era calificado como un inútil, que no servía para tener familia”, indicó Ángel Huilcarema, habitante de la comunidad.

Para él, algunas de estas tradiciones cambiaron para aquellas mujeres y hombres que salieron  de la parroquia y llegaron a las grandes ciudades; sin embargo los miembros de la comunidad han intentado que esta práctica indígena se mantenga, aunque ya no es indispensable para contraer matrimonio.

Varios de ellos trabajan en empresas y sus hijos han quedado a cargo de empleadas y hasta con los abuelos, por lo que sus perspectivas cambiaron, así como las costumbres de su pueblo.

“La modernidad dejó a un lado a las carishinas, la mujer ya no demuestra su destreza en la cocina ni el hombre su fuerza para mantener el hogar, pero hemos pasado estos conocimientos como muestra clara de nuestras prácticas”, acotó Huilcarema. (F)

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