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El cambio climático amenaza el “bosque de los violines”

El cambio climático amenaza el “bosque de los violines”
17 de marzo de 2019 - 00:00 - Angelo van Schaik

En el siglo XVII, Antonio Stradivari viajó durante dos días desde su ciudad natal hasta el bosque de Paneveggio, al norte de Italia, para encontrar la madera perfecta para sus instrumentos musicales, que llegarían a ser mundialmente famosos.

Premiado por su calidad de sonido superior, un instrumento Stradivarius original, tal y como se conocen a los  fabricados por él y por los miembros de su familia, puede venderse hoy en día por millones de dólares.

300 años después de la muerte del lutier (alguien que construye o repara instrumentos musicales de cuerda) más famoso, los árboles de este vasto bosque de abetos rojos todavía se utilizan para fabricar violines, violonchelos, contrabajos y pianos de gran calidad.

Pero el “bosque de los violines”, tal y como se conoce popularmente a este espacio natural, está sintiendo los efectos del cambio climático  extremo, según el guardabosques local Paolo Kovacs, quien maniobra su jeep por un sendero montañoso en el idílico Valle de Fiemme.

 El pasado mes de octubre, tormentas inusualmente violentas arrancaron de raíz más de 14 millones de árboles de la cordillera montañosa de los Dolomitas, donde se encuentra el bosque.

“Casi todos son abetos rojos”, dice Kovacs, refiriéndose a la especie arbórea que más abunda, también conocidos como falsos abetos, ya que, estrictamente hablando, no pertenecen al género.

En esta zona, solo un abeto de 25 metros de altura sobrevivió a la tormenta. “Tiene 150 años”, dice Kovacs, señalando el árbol. “Es un pequeño milagro que siga ahí. Tal vez estaba protegido por otros árboles o tiene raíces inusualmente largas”, aclara.

El arte
A más de 250 kilómetros, en un taller de la pequeña ciudad de Cremona, donde vivía y trabajaba Stradivari, el maestro lutier Stefano Conia pasa la uña de su pulgar por encima de los anillos de un trozo de madera.

Los anillos están cerca el uno del otro, todos separados por medio centímetro de distancia y son casi idénticos.

“Escucha”, dice. “Así es como debe ser. Este va a ser un gran violín”, afirma.

Este hombre de 73 años conoce su oficio, lleva 45 años construyendo violines. Cuenta que es esta uniformidad la que hace que el abeto rojo sea tan adecuado para la fabricación de instrumentos musicales. Pero no todos los abetos rojos lo son. Por cada árbol utilizado, se talan de 20 a 30 árboles inadecuados.

Conia es uno de los 156 constructores de violines de esta ciudad, que se ha convertido en la capital de los instrumentos de alta calidad. Su larga tradición artesanal y su proximidad a los bosques atraen a personas de todo el mundo, deseosas de aprender el arte de la construcción. El mismo Conia es de Hungría.

Giorgio Grisales, otro lutier con su propio taller, se mudó aquí desde Medellín, Colombia, en la década del 70, para seguir los pasos de Stradivari. En un rincón del taller de Grisales, un joven japonés está transformando un largo trozo de madera en lo que será el mástil de un violonchelo.

Aunque algunos temen que esta tradición centenaria se vea amenazada por el cambio climático, Sandro Asinari, vicepresidente del gremio de constructores de violines de Cremona, no está preocupado. Al menos no sobre los daños causados por la tormenta de octubre.

 Pieza perfecta
“Los bosques son enormes”, dice. “Sé que muchos árboles han sido dañados, pero también los silvicultores locales están trabajando duro para salvar los árboles que se rompieron. El gremio ha contratado a una empresa maderera local para que recoja los árboles caídos ”, explica.

Sin embargo, según Kovacs plantar árboles no será una ayuda para los fabricantes de instrumentos a corto plazo. Un abeto debe tener al menos 150 años de edad para poder construir un violín con su madera. Para un violonchelo o contrabajo, el árbol debe de ser aún más viejo.

A Kovacs también le preocupa el cambio climático y las condiciones meteorológicas cambiantes. La tormenta que azotó a los Dolomitas en octubre fue tan extraordinaria porque el viento normalmente viene del noreste de los Alpes.

En este caso, “vino del sureste, del mar Adriático. Hacía más calor de lo normal, era más fuerte de lo normal y traía más lluvia de lo normal”, explica Kovacs, y aña- de que el sistema meteorológico se parecía a la forma en que se desarrollan los huracanes en el sur de Estados Unidos. (I) 

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