En Cacha aún recuerdan la particular visita del expresidente Jaime Roldós Aguilera en 1981, tres meses antes de su muerte. El mandatario arribó en un helicóptero que estacionó frente a la iglesia de la pequeña localidad, en la provincia de Chimborazo, como invitado de honor por haber permitido que el 7 de noviembre de 1980 se convierta en la primera parroquia indígena del Ecuador.

20 años pasaron desde que las 23 comunidades obtuvieron su autonomía y se designara a su primer teniente político, como se denomina a su máxima autoridad. Segundo Morocho, un hombre analfabeto, fue el precursor del liderazgo independiente en su tierra.

Hoy, el nuevo teniente político es un joven comerciante de 30 años, que comparte el mismo apellido de Fernando Daquilema, el líder indígena más famoso de la historia republicana. Es por esto que Cacha es sinónimo de independencia, historia y cultura.

El tercer domingo de 2021 fue escogido por el Consejo Electoral de la parroquia para realizar la transmisión de mando dirigencial. Esta tradicional ceremonia se efectúa cada dos años y es considerada una fiesta local.

Los miembros de las comunidades elijen al teniente político y a los integrantes de la Federación de Cabildos de Cacha (Fecaipac) en un proceso autónomo, sin la participación de partidos políticos. La posesión de las nuevas autoridades es parte de una gran fiesta que también se convierte en un espacio para la reivindicación del pueblo Puruhá.

La ceremonia ancestral reúne a las autoridades electas y salientes en la explanada central de la cabecera parroquial, con el volcán Chimborazo a sus espaldas y circundada por el manto verde de los Andes. Todos visten elegantes ponchos rojos, confeccionados a mano y usados únicamente en ocasiones especiales. Esta prenda, de tela fina, no se puede lavar, de modo que su cuidado es extremo y su uso, generalmente, para una vez en la vida.

La jornada se  inicia muy temprano con la caminata de los cacheños desde sus comunidades hacia la cabecera parroquial. Algunos evitan el recorrido por la empinada geografía de la montaña abordando camionetas y vehículos de alta gama que se observan por el lugar. Otros mantienen la tradición y desfilan por la vía, obstaculizando por unos momentos el tránsito en la carretera.

Hombres, mujeres, niños, adultos mayores y hasta los perros de la comunidad se dirigen al punto de encuentro, acompañados con la melodía del chimbuzo (tambor) y la bocina.

Un hombre menudito, de 70 años y espalda encorvada, sopla con todas sus fuerzas el instrumento de viento. La bocina es la vuvuzela de las épocas antiguas, elaborada con un tubo de chilca, boquilla de capulí y un cacho de toro como corneta. Su sonido es como un silbido no muy melódico, pero estentóreo.  Durante todo el camino no hay ni una gota de licor, pues a diferencia de otros lugares, la población es abstemia por sus costumbres evangélicas.

La ceremonia

En la cabecera parroquial se juntan los moradores de las 23 comunidades. Comparten entre sí la ‘chola de Cacha’, un pan de dulce recién horneado; y la característica chicha, para recuperar las energías. La tradición dicta que desde el monumento del Siri (rey) Cacha deben descender los nuevos líderes hacia la cancha central. Los sigue un mar de ponchos, que se ubican en graderíos y sillas.  

El covid-19 no fue ajeno en la posesión dirigencial de este 2021. El aroma a alcohol de manos se olía en ciertos sitios y los rostros humanos se escondían entre mascarillas de diferentes colores y diseños.

El evento se realizó en un espacio que usualmente sirve como cancha de baloncesto o indor fútbol. En el centro armaron un círculo con alimentos, como frutas, legumbres, maíz y otros granos. En su interior se movía de lado a lado un aymara boliviano, invitado de honor para atraer buenas energías a los dirigentes electos.

Junto a él estaba un taita otavaleño, como se conoce a los sabios indígenas de ese pueblo imbabureño. Ambos se complementaban pese a sus diferencias, pues el uno no se quedaba quieto, ni dejaba de sonreír o mover los brazos; mientras que el otro, erguido, mantenía una expresión solemne.

La posesión es un evento que dura más de cinco horas. En ella se realiza la presentación de autoridades, la entrega de los bastones de mando, la inscripción en cintas de colores de los deseos para las nuevas autoridades, discursos y una bendición religiosa.

En medio de un acto con raíces indígenas, el pastor evangélico de la comunidad ofrece un sermón en español y kichwa. Todos los presentes cierran sus ojos y se arrodillan. Le rezan a Dios y le piden por dos años de gestión administrativa pulcra.

Basta con mirar a cualquier punto y los colores resaltaran. Del cielo baja un halo amarillo por el imponente Inti (sol) que decidió asomarse entre las nubes. El paraje es de un verde con retazos de distintas tonalidades. El blanco predomina en la iglesia y en las viviendas que rodean el área comunal, así como en los trajes típicos de las mujeres. El rojo, fucsia, azul y verde resalta en los ponchos del día a día de los asistentes.

Con un show musical indígena finaliza la posesión. Aún no es momento de despedidas. La cultura indígena es generosa por naturaleza, así que todos comparten sus alimentos en la denominada pambamesa. Nada es de nadie y todo es de todos.

Conclusiones hay bastantes. Esta transición de mando es única porque ejemplifica la autonomía de los pueblos y nacionalidades del Ecuador, legitimados en la Constitución. También es una muestra de la multiculturalidad del país y de la reivindicación del indigenismo. Migrantes que residen en otras provincias se olvidan de su ropa urbana y regresan a sus raíces, a sus orígenes, a ese Ecuador que promovía Jaime Roldós, por siempre y para siempre. (I)