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Bélgica inmortaliza la cotidianidad y los mitos de su nacionalidad “Andwa”

Bélgica Dagua (i), de la nacionalidad Andoa, expuso sus esculturas y pinturas en Guayaquil. La acompañó la artista visual y escultora Mónica Ganchozo (d).
Bélgica Dagua (i), de la nacionalidad Andoa, expuso sus esculturas y pinturas en Guayaquil. La acompañó la artista visual y escultora Mónica Ganchozo (d).
Fotos: César Muñoz / EL TELÉGRAFO
23 de octubre de 2018 - 00:00 - Marcia Andrade

Manga Allpa, diosa de la cerámica, invitó a las mujeres de la nacionalidad Andoa a soñar con ella. En esa ilusión, introdujo la mano en su vientre y sacó arcilla para confeccionar objetos de cerámica que decoró con los rasgos de los animales que cuidaba.

Luego rasgó la corteza de un árbol al que llamó shillquilla y con la lágrima que emanó bañó su mocahua (una especie de pequeño plato utilitario). La barnizó y de un soplo mágico incandescente, fraguó su artesanía.

Desde ese día las andoas son muy hábiles con el trabajo de construcción y pintura de cerámicas. Esa es la versión del mito que destaca la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) sobre este pueblo asentado en la provincia de Pastaza, en la Amazonía.

Los pinceles que se utilizan son hechos con cabello humano, atados a un palito de palma. Con las piedras de río se pulen las esculturas.

Una de esas artesanas es Bélgica Dagua Toquetón (34 años), quien identifica su pertenencia a la nacionalidad Andwa (la Conaie los registra Andoa). Ella expuso y vendió sus artesanías, tintes para tatuajes temporales, pintura para cerámica (óxidos) y laca natural en el Mercado Cultural de las Artes (Universidad de las Artes) y en la feria de Emprendedores de Oro (Palacio de Cristal), en Guayaquil.

También impartió un taller en Olón (Santa Elena) sobre la técnica simbólica de pintura, quemado  y  aplicación del barniz en las piezas.

Las mocahuas de las andoas son muy “especiales” porque pintan líneas que representan su entorno: ríos, comunidades, montañas, viviendas, caminos y la cacería, indica la escultora Mónica Ganchozo, quien trajo a Bélgica desde su casa, en Canelos, parroquia de Puyo (Pastaza). Cada obra cuesta de $5 a $10. “Sus diseños responden a su cosmovisión”.

También trajo silbatos, hojas, ranas y máscaras que representan sus tradiciones orales porque a través de ellas cuenta  esas leyendas que se inmortalizan de generación en generación.

La artesana toma la mocahua y mientras señala con su dedo, por respeto a su pueblo,  empieza a explicar los trazos en kichwa, lengua que adoptó su nacionalidad, aunque su originaria es la kadsakati. Luego lo traduce: “Esto es la laguna y estas las lomas que hay en cada esquina. En la loma siempre hay tigres (...) cuando se van al monte (los cazadores) solamente quiebran la rama para que las personas no digan que estos van caminando (...)”.

Bélgica explica más de la técnica. “Después de tejer (fundir) dejamos endurecer y comenzamos a bañar con colores blanco y rojo. Cuando está bien seco pulimos con la piedra y pasamos el pincel grande. Luego prendemos la candela y ponemos cerca para que se caliente; colocamos en el fuego y sacamos. Probamos la shillquilla (laca natural del árbol). De ahí se utiliza para alimentos fríos o calientes y no pasa nada”. Elaborar cada mocahua le toma un par de minutos, pero más tiempo le toma pintarla.

Las máscaras “tienen su cuento”. Uno hace referencia a un adulto mayor que llega a casa de unos niños, con la idea de robarlos. “En realidad era el diablo que se fue huyendo cuando uno de los niños le puso un carbón caliente en la cabeza”, agrega.

Mónica expresa que todo lo que realizan los andoas está ligado con su cosmovisión, “desde sus cánticos hasta sus trabajos porque en sus pinturas utilizan una técnica diferente”. Sus pinceles son de cabello humano atados a un pequeño palito de palma, con cuya punta corrigen el trabajo. Usan colores negro, blanco y rojo que recogen en las diferentes minas y que los mezclan para conseguir otros tonos.

Bélgica vende sus productos en Canelos, pero su asentamiento de origen es la comunidad Killualpa. En 2014  la Conaie reportó una población aproximada de 800 andoas agrupados en cuatro comunidades de la parroquia Montalvo (Pastaza): Montalvo, Jatunyacu, Morete Playa y Pucayacu, a orillas del río Bobonaza, límite con Perú.  Bélgica y organizaciones locales señalan que actualmente son más de 2.400.

Hace más de 500 años, vivían ocultos en la selva. Su declive empezó con la evangelización y la obligación de aprender  kichwa, lengua que domina la región. La guerra de 1941 dividió su territorio y desintegró muchas familias. Hoy están en un proceso de reunificación y recuperación de esas tradiciones que Bélgica promueve. (I)  

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