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América Latina no debe importar su inteligencia

Las universidades de Latinoamérica no figuran entre las 100 primeras de los rankings. Las de México , Argentina y Brasil aparecen después de ese número.
Las universidades de Latinoamérica no figuran entre las 100 primeras de los rankings. Las de México , Argentina y Brasil aparecen después de ese número.
Foto: Archivo / EL TELÉGRAFO
15 de agosto de 2018 - 00:00 - Fausto Segovia

“La educación es algo demasiado importante como para dejarla en manos de gobiernos”, dice el reconocido periodista Andrés Oppenheimer, quien se adjudica reconocimientos internacionales por sus publicaciones.

Tampoco debe estar solo en manos de profesores, porque la educación en el siglo XXI es una construcción global, interdisciplinaria, interprofesional. La nueva escuela –en términos metafóricos- es el mundo y no un aula.

Asignatura pendiente
Oppenheimer prueba con cifras y documentos que “la principal asignatura pendiente de nuestros países, y la única que nos podrá sacar de la mediocridad económica e intelectual en la que vivimos, es la educación”.

Oppenheimer resalta una idea central: mientras la mayoría de los países del mundo piensa y actúa en función del futuro, América Latina gasta millones de dólares, con mayor entusiasmo de lo habitual, en festejos. “La pasión por la historia es visible por donde uno mire”, dice. “Esta obsesión por el pasado, curiosamente, no la he observado en China, India y otros países asiáticos, a pesar de que muchos de ellos tienen historias milenarias”.

Para buscar ideas sobre cómo mejorar la calidad de la educación, Oppenheimer viajó por muchos países, de diferentes colores políticos, quienes, al mejorar los niveles educativos redujeron dramáticamente la pobreza.

Datos interesantes
Según Oppenheimer, “el siglo XXI es, y será, el de la economía del conocimiento. Contrariamente al discurso de la vieja izquierda y de la vieja derecha en la región, los recursos naturales ya no son los que producen más crecimiento: los países que más  avanzan son los que apostaron a la innovación y producen bienes y servicios de mayor valor agregado”.

El mundo cambia, “mientras en 1960 las materias primas constituían el 30% del producto bruto mundial, en la década del 2000 representaban apenas el 4% del mismo. Y esta tendencia se acelerará más”.

Oppenheimer afirma que América Latina (AL) “vive de la ilusión”. Una encuesta  –citada por el autor- demuestra que los latinoamericanos “están satisfechos con sus sistemas educativos públicos (Gallup/BID, en la que participaron 40 mil personas en 24 países). Este porcentaje llega hasta el 85% en AL, mientras en Alemania, llegó al 66%”.

Confiesa Oppenheimer que Eduardo Lora, economista del BID, al mirar estas cifras le dijo: “Es que están satisfechos sin fundamento”.

Por ello en las pruebas internacionales –PISA- “el promedio de los estudiantes latinoamericanos está entre los peores del mundo”. Sin embargo, algunos países, según el autor, tienen “agallas” para participar en estos test globales. Uno de los últimos países fue México, que optó por la estrategia: diálogo educativo informado, con PISA.

Además en América Latina se dan las vacaciones más largas del mundo. El año escolar en Japón tiene 243 días, 220 en Corea del Sur, 200 en Holanda, 200 en Tailandia, mientras en Uruguay es de 155 días, Argentina 180, Chile 190, Brasil, México y Ecuador 200 días, pero los días de clase efectivos son menores que las normas’’.

Universidad e investigación
En relación con las universidades del hemisferio la situación es peor. Las más prestigiosas a pesar de sus logros, “están en los últimos puestos de los rankings mundiales”.

En el conteo de la revista Times, de Londres, y en el de la universidad Jiao Tong, de Shanghai, “no aparecen los centros latinoamericanos entre los 100 mejores del mundo”. La Universidad Nacional Autónoma de México  está en el puesto 190; la de Sao Paulo, entre el puesto 100 y 151, y la de Buenos Aires, entre el puesto 152 y 200.

El resultado es obvio: las universidades latinoamericanas se hallan, según Oppenheimer, “divorciadas de la economía del conocimiento del siglo XXI”. ‘No es casual –advierte- que América Latina sea –junto con África- la región del mundo con menos inversión en investigación y desarrollo de nuevos productos, y con menos patentes registradas en el mundo”.

La cifra es escalofriante: “solo el 2% de la inversión mundial en investigación y desarrollo tiene lugar en los países latinoamericanos”.

Sin embargo, se da la paradoja que “nuestros científicos triunfan en el exterior”. Bill Gates, en el libro mencionado, lo ratifica: “En términos netos importamos más inteligencia que nadie”.

Bill Gates, fundador de Microsoft, tiene varias frases que resaltan esa realidad. “En primer lugar, se debería ofrecer una educación de mejor calidad en las escuelas secundarias. En segundo lugar hay que mejorar la calidad de educación en las universidades. Y eso requiere ser muy selectivo’”.

Afirma que “si se estimula la curiosidad intelectual por la ciencia y la ingeniería, los países pueden hacer maravillas”. A ello se suma “el apoyo gubernamental y privado, la protección de la propiedad intelectual, el capital de riesgo y otros factores son importantes para que los países puedan incentivar la innovación. Pero la clave de todo es la educación, la calidad de la educación. Ese es el secreto”.

El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, afirmó que “después de la crisis de 2008, la educación, la ciencia y la tecnología serán las claves del desarrollo económico de la región”.

Afirmó “para prosperar y ser competitivos, AL debe modernizar sus habilidades y mejorar su tecnología. Creo que esta estrategia es la más importante”.

Recalcó que “el mundo se ha vuelto más competitivo, porque la torta (de la economía mundial) se ha reducido, y los países se disputan ferozmente sus cuotas de mercado en el exterior”. (O) 

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