Alicia, del ‘país de la basura’ al reino del lápiz y el saber

La Alicia de Durán nunca conoció el País de las Maravillas. Esta niña de trece años  trabajó durante una década rodeada de basura, perros muertos, papeles con excremento, sangre, jeringas usadas y todo lo que otras familias, que no eran la suya, consideraban  inservible.

En compañía de su madre recorría las calles de este cantón, abriendo fundas plásticas, buscando papel, cartón y botellas  que luego podrían vender en valores que ella no conoce. Así pagaban los gastos de su hogar. Se levantaban a las siete de la mañana para recolectar desechos hasta las nueve. “En la tarde sí iba a la escuela, a veces”, recuerda.

“Reciclar es recoger la basura y venderla”, dice muy segura Alicia. “No sé qué pasa después con ella, ni adónde se va, si igual nadie la quiere”. La niña está muy lejos de los lugares donde los desechos se convierten en materia prima para construir otros objetos que serán usados por las familias que los botarán nuevamente cuando ya no tengan valor.

En Durán 256 niños han salido de este duro trabajo y han cambiado las fundas de basura por cuadernos. Gisella Cruz  es la joven mujer que ha participado directamente en este programa  del Ministerio de Inclusión Social y Económica (MIES-INFA). Ella habló con sus padres, presencia su entrada a la escuela y hasta hoy los visita para vigilar que no deserten.

“Lo más importante es que hemos conseguido que el Concejo Cantonal expida ordenanzas prohibiendo la entrada de niños a los botaderos a cielo abierto”, cuenta con mucha satisfacción. Gisella los conoce a todos por sus nombres e intercambia abrazos y sonrisas con los pequeños.

La montaña de basura

Aunque se levantaba para encontrar cadáveres de perros envueltos en trozos de poliuretano, la vida laboral de Alicia no era tan complicada como la de otros niños. Sus padres no la llevaron nunca al botadero grande a cielo abierto.

Pero los hermanos Oliver y Armando, de 11 y 10 años, sí conocieron ese lugar. Cada mañana de su vida tenían que enfrentarse  a los cerros de fundas que reposaban en los basureros. “La primera vez que fui con mis papás tenía siete años”, recuerda Oliver, y empieza a reír nerviosamente. “Yo iba a la escuela en las tardes, pero me sacaron, no sé por qué”, cuenta Armando.

Mientras conversan deciden golpearse en la espalda. Medio en serio, medio en broma, reproducen los juegos que aprendieron en el botadero, donde nació  la amistad de este trío. Ahora se sientan juntos en las bancas de la “Primaria Acelerada”, un centro de estudios que forma parte del proyecto.

Las clases se imparten durante las tardes en las instalaciones de la escuela Hermano Gregorio, una construcción de cemento con un patio interior rodeado por aulas, que está ubicada en medio  de un paraje polvoso sembrado con pequeñas viviendas  de caña.

El programa de “Primaria Acelerada” ofrece tres opciones a los pequeños ex trabajadores. De los 256 que fueron rescatados de los basureros en Durán, 44 estudian en esta modalidad. Ellos perdieron años de instrucción porque fueron retirados de las escuelas. En el 2008 existían en total, según este registro, 643 niños en esta situación en quince cantones de la provincia del Guayas.

En total 182 niños de Durán, Balao, Naranjal, Naranjito, Milagro y Lomas de Sargentillo se educan en las modalidades de educación acelarada y refuerzo escolar.

Seis integrantes de este grupo nunca fueron a la escuela y en consecuencia no saben leer ni escribir. Los demás asisten a las que quedan en el sector. Gisella visita los establecimientos periódicamente para constatar que los menores no han sido retirados por sus padres. En el programa especial, los niños pueden realizar tres años de la escuela en uno solo, así estarán preparados para ingresar en un colegio.

Existe también una clase aparte a la que acuden aquellos que están educándose en otras instituciones, allí reciben la ayuda de una maestra que les brinda refuerzo escolar.  

Se respira cierta libertad en el espíritu educativo de la “Hermano Gregorio”. Los estudiantes se muestran llenos de curiosidad, alzando la mano para preguntar ¿dónde viven las ballenas?, ¿cómo vuelan los aviones? y otras realidades de la vida moderna y biológica que no existían antes en el mundo del botadero.

59% de la basura se desecha en campos a cielo abierto

Hace tres años el MIES realizó estudios para determinar el número de niños que trabajaban recogiendo la basura en cantones que no cuentan con relleno sanitario.

En estos lugares la basura se amontona en pilas y no recibe un tratamiento adecuado. La institución llegó a la conclusión de que el 59% de la basura producida en el país era desechada en campos a cielo abierto. “Lo más difícil ha sido convencerlos de que la educación es importante para tener un futuro mejor y una profesión, porque esos no eran valores en sus casas, donde familias enteras habían trabajado por generaciones en los botaderos”, reflexiona Gisella.

Para ella, el problema más grave que enfrentan estos niños es el deterioro de su autoestima. “En sus barrios y escuelas deben enfrentarse a que las personas les califiquen como chamberos, dándole a la palabra un sentido negativo”.

Recuerdos del botadero

Sabina  tiene trece años y estudia la primaria en el centro. “Iba al basurero con mi mamá, ahora ella va sola”, recuerda y empieza a reír nerviosamente. Para acompañar a sus hijos, Lidia Silva acude a la escuela. Lleva 41 años a cuestas y muchos dientes perdidos entre la pobreza. Viste una camiseta raída, con la imagen impresa de un partido político en ella.

Cuenta que en su hija ha nacido el deseo de ser doctora desde que asiste a la escuela. “Le digo que se esfuerce para que alcance las oportunidades que nosotros nunca tuvimos”. Mientras habla del basurero los ojos se le llenan de lágrimas. Confiesa que llevaba a sus hijos allá  porque le ayudaban a trabajar. “Yo sigo en esto, ahora recibimos ayuda con los uniformes y no tenemos que pagar ningún dinero para la escuela, por eso también los envío”, cuenta la mujer.

No quiere que sus hijos vuelvan al botadero para ver cadáveres de infantes coronando latas de cerveza. Mientras ella habla, en una banca cercana al estante de libros, Carlos, el amigo de Oliver y Armando, asegura que no le importa estudiar. “Yo quiero ser futbolista”, dice.

Carlos está convencido de  que basta con “patear la pelota” y cuenta ilusionado que forma parte de una liga barrial que se ha organizado en el sector donde vive, que puede ser 28 de Agosto, Gregorio I o Cerro Redondo, así se llaman las invasiones donde residen los niños que ahora lidian con la escuela.

En cambio Armando enfrenta las divisiones y problemas de Matemáticas, asignatura que recibe con  frecuencia.
“A mí no me gustaba estudiar cuando trabajaba en el basurero y no me importó que me sacaran de la escuela porque no tenía tiempo para nada, ahora sí puedo jugar en la mañana, después de hacer los deberes”, detalla.

Los niños reciben las materias de forma intensiva en aras de que puedan culminar su primaria  e integrarse pronto a un colegio. Las maestras de esta escuela dictan sus clases valiéndose de dinámicas y técnicas de aprendizaje que capten la atención de los niños.

En una de las habitaciones se reúne un grupo de quince menores. Ellos asisten a otros centros educativos del sector y durante la tarde reciben refuerzo escolar y ayuda con sus tareas. A las cuatro de la tarde ya se han puesto a jugar. Grandes y pequeños, todos van vestidos con sencillez.

Algunos guardan en su piel las señas de la tiña y otras enfermedades que adquirieron por el contacto con los desechos.

Otros experimentan problemas respiratorios, producto del contacto diario con el polvo. Los ex anticuarios de lo inservible regresan a su casa con libros. Ya no ponen las manos sobre los perros inertes y las fundas que contienen la basura de la sociedad.