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La reinserción familiar es una muestra de amor para los pacientes psiquiátricos

Los bordados con motivos navideños inundan el área de taller, donde las mujeres bordan; mientras los hombres aprenden a dibujar letras, sumar, pintar y a confeccionar los tradicionales monigotes.
Los bordados con motivos navideños inundan el área de taller, donde las mujeres bordan; mientras los hombres aprenden a dibujar letras, sumar, pintar y a confeccionar los tradicionales monigotes.
Fotos: Miguel Castro / El Telégrafo
27 de noviembre de 2016 - 00:00 - Silvia Murillo

Antonio L. S. llegó cuando tenía 19 años al entonces Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce —denominado Instituto de Neurociencias a partir del 2010—. De eso ya han pasado 38 años y este paciente es uno de los residentes permanentes del lugar.

Es viernes 18 de noviembre y Antonio, quien se encuentra muy callado, empuña un carboncillo con la mano derecha con el cual da forma a una figura humana. Se trata de la actriz francesa Julie Gayet, que salió retratada en un periódico local.

Una gorra blanca cubre su cabello entrecano. No alza la mirada, pues está concentrado en su dibujo; sin embargo, revela que pinta desde los 13 años y que su primer retrato fue el de la vedette y actriz puertorriqueña Iris Chacón.

Arribó a este hospital por un cuadro de esquizofrenia, patología que padece el 80% de los pacientes que residen allí de forma permanente. De su niñez recuerda que estudió en la escuela Ciudad de Guaranda.

Sobre su estadía en esta casa de salud dice que fue porque “bebía mucho y soy mujeriego”, y a paso seguido se ríe por la declaración que hizo. Asimismo revela que hace años no sabe nada de su familia, situación que lo inquieta, pero busca consuelo pensando en que están muy ocupados.

En un retrato como el que hace en ese instante asegura que se demora 8 minutos, “como bueno”, y sonríe.

Sus gustos por la música permanecen intactos, afirma que siempre escuchó a Julio Jaramillo, Nelson Ned y Miguel Gallardo. Mientras que para bailar prefirió a John Travolta.

Otra de sus aficiones es pintar casas, preferiblemente las del cerro Santa Ana. Por un momento deja de dibujar y avanza unos metros hasta una especie de galería donde se exhiben cuadros pintados con acuarela: un riachuelo, la caída del sol sobre el mar, un barco, una Pitufina y otros, todos de su autoría. Trabaja sus obras con acuarela, lápiz y crayón.

Antes de que surja otra interrogante y por la premura de terminar su retrato de Julie Gayet, de forma determinante se despide con un: “Bueno, chao”.

Antonio es uno de los 347 residentes permanentes en el Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil, entidad que solventa los gastos de aquellos que fueron abandonados y de quienes no poseen los recursos necesarios para pagar su permanencia allí.

Un futbolín sirve de entretenimiento a los pacientes que forman parte del Centro de Rehabilitación Integral (CRI). Allí hacen un alto a sus actividades de aprendizaje diario y optan por un momento de juego.

Reinserción familiar

Susana Ordóñez García, jefa de Residencia del Instituto de Neurociencias, explica que desde 2006 trabajan en un programa de reinserción familiar que hasta 2010 logró que 800 pacientes vuelvan a ser acogidos por sus parientes.

Sin embargo, desde 2015, con la metodología in situ, 31 residentes regresaron a su hogar. Uno de los casos más recientes fue el de V. S., de 60 años, oriundo de Loja. Fue internado por esquizofrenia y tuvieron que pasar casi 3 décadas para que regresara a su hogar.

Ordóñez detalla que cuando llegó a su entorno la familia ni lo recordaba. Fue una hermana quien lo reconoció; había adelgazado mucho. Lo lindo de esta historia es que alcanzó con vida a su papá, que tiene 90 años, a quien dejó de 60. “Fue muy emocionante ver al padre llorar al recobrar a su hijo. Dejó a sus niños pequeños y ya los encontró hechos unos hombres. Este es uno de los casos más bonitos”.

Sobre la recuperación de V. S., la jefa de Residencia aclara que las enfermedades mentales nunca se curan, pero que se puede mantener al paciente estabilizado con medicina. “Puede vivir afuera con medicación, incluso bajando la dosis; si la persona realiza actividades, su cabeza estará ocupada trabajando y va a requerir de menos medicinas”.

Ella resalta que las familias generalmente se niegan a recoger a sus parientes por la falta de recursos económicos y por temor a su enfermedad. “Ahora tenemos el acompañamiento; los parientes no van a estar solos. Les damos los teléfonos para que llamen y nos digan si presenta algún síntoma; además se pueden acercar a un subcentro en busca de un psicólogo para que el usuario no regrese acá, porque muchos tienen temor de hacerlo. Ellos tienen el recuerdo de que aquí estaban encerrados y su familiar no los visitaba”.

La reinserción en la que trabaja un equipo de este instituto no solo es a nivel familiar, sino también social y laboral. Por ejemplo, en el Hospital de la Sociedad de Lucha Contra el Cáncer (Solca), trabaja hace 2 años lavando vajillas Jorge F., de 54 años, quien reside hace 10 en el Instituto de Neurociencias.

Él tiene seguro social y luego de su jornada laboral regresa a la que es su casa hace una década, pues no tiene familia.

En ese sentido, Ordóñez resalta que un problema que tienen casi todos los países del mundo es que no hay cupo de trabajo para pacientes con trastorno mental. “Cuando dicen personas con discapacidad prefieren a un cojo, un sordo, a un no vidente”.

Ella resalta que Brasil, Argentina y Bolivia están en la lucha contra este problema a través de la Ley de Salud Mental.

Pacientes más antiguos

En este recinto hospitalario hay 60 adultos mayores que residen allí hace 45 años. Con ellos el equipo médico especializado trabaja en un plan de reinserción social que consiste en derivarlos a un asilo en el caso de que no tengan familia o que esta los rechace.

En un año, 4 pacientes adultos mayores fueron trasladados al Hogar Corazón de Jesús, porque por su edad y cuadro clínico ya deben recibir cuidados específicos. En cambio, el caso de J. T., de 78 años, fue distinto. Él fue acogido por su familia, en Quito, de donde es oriundo.

Ordóñez cuenta que “se habló con sus 3 hijos, de estos a la mujer se le ablandó el corazón y lo mandó a ver en una ambulancia. Él tiene esquizofrenia y se sumaron los trastornos por la vejez. Lo que queremos es que ellos puedan ver a sus familiares y tengan una muerte digna”.

En el caso de los pacientes que son trasladados a un hospicio, estos son sometidos a una serie de pruebas y exámenes, los cuales se replican luego en el lugar donde vayan a vivir.

La psicóloga Pastora Castro, jefa del Centro de Rehabilitación Integral (CRI), del Instituto de Neurociencias, precisa que los usuarios presentan diferentes problemáticas a nivel de discapacidad mental.

“Algunos padecen de demencia y discapacidades psiquiátricas, de tal manera que después de una valoración: terapia ocupacional, rehabilitación cognitiva y psicología clínica, ellos (los pacientes) reciben un plan terapéutico con base en esas evaluaciones”.

La especialista indica que dicho plan va a determinar qué tipo de terapia requieren según las habilidades que hayan perdido o que por la misma enfermedad tengan ‘aplanadas’. “Aquí se trabaja sobre la base de esas funcionalidades que ellos podrían recuperar”.

Castro señala que cuando el paciente adquiere cierto nivel de independencia y desarrollo de habilidades se le hace un entrenamiento laboral. “Esas prácticas que aquí van ejecutando en el día a día se complementan con talleres: cocina, actividades productivas como reciclado, labor de terapia, según el nivel que ellos puedan desempeñar, pero siempre pasando por todo el proceso de la rehabilitación. De tal manera que ellos puedan manejar su propio dinero...”.

Aprendiendo desde cero

En el Área de Vida hay una especie de departamento donde los pacientes que requieren ser asistidos en el CRI aprenden a hacer cosas básicas como tender la cama cuando se levantan de dormir, asearse, comer...

La terapista ocupacional Vanessa Peralta es la encargada, desde hace 3 años, de enseñarles estos hábitos de la vida diaria como el acicalamiento personal. “A ellos se les designa una ocupación para mejorar sus rutinas, afinidades. Hay habilidades y destrezas que ya tienen, pero están dormidas y lo que hacemos en terapia ocupacional es despertarlas para que sigan con su vida cotidiana normal”.

Ella menciona que la interrelación con los usuarios es muy buena, pero que con ellos hay que trabajar con firmeza, sin olvidarse de que son seres humanos que requieren amor, cariño y comprensión.

Por eso, ese día viernes, Vanessa acariciaba el cabello de John L., quien padece de discapacidad intelectual y esquizofrenia, y según su hoja clínica es muy agresivo. A él le explicaba que su cabello ya necesitaba un corte y que debía peinarlo.

Este paciente tiene 40 años y hace 6 es residente del instituto. Mientras la terapista le hacía comprender a John su necesidad prioritaria a nivel personal, a escasos metros algunos de sus compañeros se deleitaban jugando futbolín.

En ese grupo también se encontraba N. M., una mujer de 47 años, proveniente de Babahoyo, Los Ríos, quien, como la mayoría, padece esquizofrenia. Ella es paciente ambulatoria; los fines de semana sus hijas la recogen y la llevan a su casa.

Muy sonriente, pero con un poco de dificultad para hablar, contaba que ese lugar le encantaba porque allí aprende bailoterapia, a cantar y también Tai Chi. Cuando regresa, según su relato, siempre lleva algo para compartir con sus amigos.

Las manualidades forman parte de la terapia. El bordado, la elaboración de adornos navideños incluso de monigotes son la fortaleza de estos pacientes, que con la destreza de sus manos y el despertar de sus habilidades mentales optan por un ingreso eventual para comprar algo que necesiten.

En el área de cocina también hay un grupo que coordina sus actividades diarias entre la preparación de alimentos, el mantenimiento de este espacio, así como la venta de alimentos.

Ese día, 2 de las pacientes, con sus gorros de chef, preparaban maduro frito. Lo hacían como cualquier ama de casa, pues fueron entrenadas para ello y es parte de la oferta que día a día tiene el CRI Delicatessen & Lunch.

Castro dice que “si hay la posibilidad de que en algún momento salgan a trabajar en otros lugares, ya tienen la habilidad. La idea es que la gente sepa que su enfermedad es como cualquier otra, y que hay que mantenerla controlada”.

El corte de cabello, el afeitado, en hombres, y pintado de uñas, en mujeres, son hábitos que los terapistas ocupacionales recuerdan a los pacientes a diario.

Divididos por niveles

Ordóñez detalla que los pacientes que allí residen son principalmente de la Sierra: Cuenca, Quito, Loja, pero que lógicamente también hay de la Costa, y obviamente Guayaquil.

Están divididos en 3 niveles: A, B y C. En el primero están los pacientes que tienen una mejor autonomía; en el B, aquellos que tienen una autonomía supervisada, direccionada, y en el C, los que son totalmente asistidos.

“Una vez que están divididos por niveles se aplica la rehabilitación. Con los del nivel C se trabaja en actividades de la vida diaria; si la persona mejora y ya se puede bañar sola, se lo pasa al nivel B, pero hay que estar supervisándolo todos los días, en cada turno...”.

Esa labor se cumple hasta que lleguen al nivel A. “En esta fase ellos ya saben que tienen que bañarse, ya se alimentan en el comedor con nosotros y utilizan cubiertos”.

Otras patologías por las cuales también hay pacientes residentes y aquellos que se atienden por consulta externa es el retardo mental y la bipolaridad, pero las especialistas reiteran que la mayoría de casos son de esquizofrenia.

Incluso se refirieron a 2 jóvenes con discapacidad auditiva que fueron dejados allí por su familia ante la falta de recursos. Con el paso de los años y el convivir con los demás pacientes, ellos que tenían una discapacidad no de tipo mental, terminaron como pacientes psiquiátricos. (I)

DATOS

En el área de terapia física los pacientes son tratados con un electrosimulador, un electroso-nido, compresas calientes, un balón para trabajar en el equilibrio y el gimnasio terapéutico.

La rehabilitación física con las máquinas, según la terapista física Jacqueline Ordinola, sirve para la reactivación muscular de los pacientes, cuando estos no tienen coordinación muy desarrollada.

Los usuarios realizan las actividades de la vida diaria con el acompañamiento terapéutico.

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