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Ushuaia: más allá de todos los asombros

Ushuaia: más allá de todos los asombros
Foto: Internet
13 de noviembre de 2016 - 00:00 - Ramiro Díez V. Colaborador

Hay experiencias que no se creen. Una de esas es cuando se mira por la ventanilla del avión a punto de aterrizar en Ushuaia, la ciudad más al sur del mundo, y uno piensa que está alucinando. Si llega en la noche, verá que la oscuridad queda derrotada por el resplandor de la luna y de la nieve en sus montañas.

El paisaje, inolvidable, parece una pintura de Van Gogh sacudido por un delirio. Y el viajero se preguntará si es verdad que aquello existe y que allí viven seres humanos, en medio de tanta belleza. Y la respuesta es sí.

Ushuaia, en Argentina, es la locura para pintores y fotógrafos. Una advertencia: lleve una cámara con memoria infinita, porque en las montañas que rodean la ciudad están todos los colores.

Desde los verdes de sus árboles tenaces, el blanco purísimo de la nieve, hasta el rosa más deslumbrante, contra un azul infinito, de acuerdo con los caprichos del sol, de las horas y las nubes.

¿Cómo se pronuncia Ushuaia?

“Se você quiser pronunciar bem, coloque seus lábios como se fosse beijá… Ushuaia”.

La primera vez Vanina Toro, nuestra bella guía argentina, lo dijo en portugués. Quería enseñarnos cómo se pronuncia Ushuaia, el nombre de la ciudad. Enseguida recordó que en el grupo había ecuatorianos y nos habló en nuestro castellano. “Si quiere pronunciar bien, ponga sus labios como si fuera a besar… Ushuaia.”

Es que en Ushuaia, pequeñita ciudad llena de historia, también se oye hablar inglés o alemán y otros idiomas sin importar que vivan allá, como dicen ellos en su escudo, “en el fin del mundo y en el principio de todo”. En sus callecitas hechas para caminar, algunos ojos rasgados: turistas orientales y también gente de todo el planeta que no quiere privarse de ningún encanto y conocer a Ushuaia, porque Ushuaia no se parece a nada.

¿Y cuáles encantos? Todos. Artesanías que son obras de arte, en piedras que solo existen allí, cerca del Polo Sur.

La gastronomía merece capítulo aparte: las aguas frías dan origen a refinadas recetas en crustáceos y peces. Es famoso El Festival Internacional Gastronómico Ushuaia a Fuego Lento con platos como la trucha, la merluza negra, los mejillones, la centolla y otras delicadezas. Las carnes argentinas, por supuesto, están presentes. Y, ¡salud!, los vinos de La Patagonia.

Y no hay cómo olvidar a su gente. Son los que han llegado en años recientes y entienden que el turista, motor de su economía, merece todas las atenciones. Otros son descendientes de bravíos colonos que llegaron hace más de un siglo cuando Ushuaia no existía como poblado, y los únicos humanos eran indígenas, cazadores nómadas, que sin saberse cómo, vivían desnudos a pesar del frío. “Los hombres miden 1,80 metros promedio, de cuerpo esbelto, piel cobriza, ojos grandes, nariz aguileña y pómulos sobresalientes. Las mujeres son más pequeñas pero igualmente altas para su sexo. Tienen dientes grandes, fuertes y blanquísimos”, dice un cronista de la época.

Caminar por Ushuaia, que conserva el aire de un viejo pueblo de pescadores, multicolor y pintoresco, es caminar por la historia. Allí, a mediados del siglo XIX llegaron predicadores religiosos que sometieron a trabajos forzados a los nativos ya desaparecidos. Después fueron los colonos, que miraban a los indígenas como amenaza porque cazaban sus ovejas. Más tarde el gobierno argentino quiso sentar presencia y lo hizo a través de un penal adonde llegaban, en principio, prisioneros reincidentes de todo el país. Y el lugar era tan inhóspito y alejado de todo, tan imposible para cualquier escape, que terminaron allí, también, los prisioneros políticos.

Uno de ellos, el anarquista Simón Radowitzky, judío ucraniano, el más respetado de todos por su bondad infinita con los otros compañeros, protagonizó la única fuga exitosa. Radowitzky se convirtió en leyenda viva, hasta el día en el que lo sorprendió la muerte en México, fabricando juguetes para niños.

El presidio, hoy convertido en museo, se recorre con algún estremecimiento. Allí se descubre que cada celda y cada pared serían fuente inagotable para las más intensas novelas que Kafka y Dostoievski no hubieran podido imaginar juntos.

Pero todo aquello es solo recuerdo. Hoy, el trencito a vapor, que hace un siglo llevaba a los prisioneros para cortar árboles a los bosques cubiertos de nieve, lleva a los turistas hasta los parques naturales. Allí se respira el aire más puro del mundo, hay lagos y arroyuelos, y la fauna es un regalo para los amantes de la naturaleza. Después, a una hora de avión, la ciudad de El Calafate con su glaciar Perito Moreno.

Un glaciar declarado Patrimonio de la Humanidad, y para el que no existen palabras. Solo cabe un silencio casi religioso por parte del viajero, que no puede creer lo que sus ojos ven: el diamante más grande del mundo, una mole azul y blanca, a ratos de color rosa, de 70 metros de altura, que se pierde kilómetros a lo lejos, en el horizonte.

Y que con sus crujidos que llenan todo el espacio del gigantesco valle, nos recuerda que es una masa de hielo, un río congelado de millones de años, que se desplaza en forma lenta. Pero esa es otra historia.

No se haga ilusiones: no hay cómo escapar de Ushuaia, principio y fin de todos los asombros. El prodigio quedará siempre en su memoria y en sus pupilas agradecidas. (I)

El viajero no puede creer lo que sus ojos ven: el diamante más grande del mundo, una mole azul y blanca, de  70 metros de altura que se pierde kilómetros a lo lejos.

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