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Una vez al año, el diablo reina en los poblados de Ecuador
Su imagen es parte de cinco fiestas populares del país. En Alangasí y en Riobamba está ligado a la religiosidad; en Píllaro simboliza rebeldía; en Jujan, Guayas y en Quito es parte de la creencia popular. Con diferentes facetas, el diablo, el antagonista de la fe católica, es el protagonista en cada uno de esos festejos.
Tomás Cuichán, el diablo más antiguo de Alangasí
"La fe católica es la que mueve al personaje"
Con las manos sostiene una máscara que pesa cerca de 10 libras. La tiene desde 1992, cuando por primera vez representó al personaje principal de la celebración de Semana Santa en su parroquia: el diablo. Es Tomás Cuichán, el demonio más antiguo de Alangasí, una parroquia rural de Quito.
En ese tiempo, la careta elaborada por él y por su esposa contaba con 2 cuernos de cartón, 25 años después, 7 cornamentas, algunas de borrego, resaltan sobre su máscara.
Cuichán es un católico ferviente. No conoce el rostro del diablo, pero imagina que es “terrorífico”, por eso su máscara es una de las más llamativas e impactantes que se ven por las calles de Alangasí los 4 últimos días de la Semana Mayor.
Por primera vez, el hombre de 58 años y su grupo se pasearon por Quito. Lo hicieron como parte de una campaña que busca resaltar el patrimonio intangible nacional.
Durante toda la jornada, Carmen Atahualpa, su esposa desde hace más de 30 años, lo acompañó. Ella le ayudó a elaborar su primer traje de diablo. Aún lo luce, aunque confiesa que cada 2 o 3 años debe realizar algunos ajustes.
Los esposos tardaron 3 meses en confeccionar la primera máscara con cuernos naturales. Estos tardan en secarse en el sol cerca de 2 meses.
Cuichán consiguió las cornamentas cuando trabajaba sacrificando borregos. Estos animales pertenecían a sus vecinos o a los hacendados del sector, quienes los criaban para venderlos o consumirlos en alguna fiesta.
¿Pero cómo fue que Cuichán llegó a ser diablo? Según las tradiciones de su parroquia, quien es elegido para el personaje debe cumplir con ciertos requisitos. Entre ellos está ser católico y llevar un estilo de vida acorde con lo que manda la religión.
Es obligación que cada hombre cumpla 12 años consecutivos personificando al mal. Cuando su período termina, hereda su puesto a un familiar o a un amigo cercano que cumpla los requerimientos establecidos. Cuichán obtuvo su puesto porque el capataz donde trabajaba culminó su etapa y lo eligió para sustituirlo.
A pesar de que él ya lleva 25 años como diablo. Aún no deja su puesto. La razón: sus compañeros lo ven como un referente. Luis Melo sostiene que Cuichán es un ejemplo de honestidad.
Cada Sábado de Gloria, él encabeza la toma de la iglesia central de Alangasí. (I)
Víctor Herrera, el yaruquí de Riobamba
"Representar al diablo aviva mis raíces y el recuerdo de mis padres"
Después de una larga jornada de desfile, Víctor Herrera, quien representa a un diablo de hojalata o yaruquí, un personaje original de las fiestas del Pase del Niño de Riobamba (Chimborazo) no se nota cansado.
El joven de 22 años encontró en la danza el refugio de lo que él considera un período de soledad. A sus 3 años, su papá dejó su tierra natal para viajar a Quito en busca de un mejor trabajo. Víctor se quedó con su mamá y su hermana. Cuatro años después, su progenitora también optó por migrar, no lo hizo hacia la capital, ella cruzó el océano Atlántico y se estableció en una ciudad española.
Desde entonces, ninguno de los 2 ha retornado a Riobamba. Actualmente, su papá vive en la Amazonía. Formó otra familia. Su mamá sigue en España. Desconoce si también tiene otro núcleo familiar.
A pesar de que cada vez son menos los recuerdos que tiene de ellos, hay algo que nunca olvidará: sus papás fueron bailarines. Ellos le heredaron esas habilidades. En su casa, antes de que su mamá deje el país, se escuchaba, todos los días, música nacional (banda de pueblo). Mientras ella realizaba algunos oficios domésticos se daba tiempo para bailar. Cuando tenía 5 años, Víctor aprendió a hacerlo. Esas improvisadas clases son el recuerdo más latente del estudiante de cuarto semestre de la carrera Electromecánica.
Víctor llegó, por primera vez, a Quito como parte del grupo de expresión cultural Los Puruháes. Todos los años, 42 de sus bailarines desfilan vestidos de diablos por las principales calles de la ‘Sultana de los Andes’, como se conoce a Riobamba. Su aparecimiento se da en el contexto del nacimiento de Jesús. Víctor cuenta que su rol como diablo es custodiar al Niño durante todo el recorrido.
Aunque Víctor optó por estudiar electromecánica, también le gustaría ser historiador o antropólogo. Le atrae conocer sobre las tradiciones y las culturas que alguna vez habitaron el territorio que hoy se conoce como Ecuador. Ese empeño le motivó a ser autodidacta.
Mientras se coloca su traje, una vestimenta confeccionada por su abuela materna, quien se quedó a cargo de su cuidado y el de su hermana cuando sus padres migraron, cuenta que ha investigado sobre la tradición que se realiza en su ciudad.
Explica que los diablos de hojalata representan la visión mestiza de la fiesta por el nacimiento del Niño Jesús. “Los curiquingues y los sacha runas son personajes sagrados para la cosmovisión andina, se incluyeron como una representación de las creencias de la cultura indígena en un sincretismo colorido”.
Antes de colocarse la máscara, el joven recuerda que ese accesorio también fue elaborado por su abuela. Cuando él cumplió 14 años ella falleció y, por tercera vez, las circunstancias le obligaron a trasladarse, con su hermana, a otro hogar: la casa de sus abuelos paternos.
Actualmente Víctor cuenta con 3 trajes. El primero de ellos es una herencia de su tío, Juan Sanaguano. Antes de salir al desfile nocturno que se realizó la semana pasada en Quito, el joven se asegura de que su vestimenta esté intacta.
Acomoda su corbata y con la mano izquierda sostiene un farol. Todos los diablos danzan con uno. Según la creencia popular, quienes danzan deben cumplir 7 años de penitencia. Al final de ese período el farol se rompe y una paloma blanca es liberada. Solo ahí esa persona paga por sus pecados. Hace 6 años, Víctor cumplió su penitencia, pero sigue representando al diablo. Lo hace porque bailar le recuerda a sus padres y reafirma su cultura. (F)
Paúl Marquínez, el diablo de Jujan
"Yo encarno la creencia popular"
Nació en Jujan, un cantón de la provincia del Guayas que cada agosto celebra las fiestas de su patrono, San Agustín, con el desfile de los mojigos.
Es Paúl Marquínuez, quien en 2015 vistió por primera vez el traje de un diablo para liderar los desfiles de su tierra.
El joven de 19 años creció con una leyenda que los antiguos pobladores de Jujan pasan de generación en generación. La tradición oral cuenta que todas las noches, a las 00:00, el diablo sale de su escondite, monta su caballo y se pasea por las calles de esta zona.
Paúl relata que en su cantón mucha gente, a partir de la medianoche, saca una silla y la coloca a la entrada de su casa. “Ahí descansan y esperan ver al diablo pasear a caballo”.
Aunque el joven de 19 años nunca ha presenciado el paso del demonio, cree fielmente en la leyenda. Esa fue una de las razones para que hace 7 años decidiera ser parte de la Danza de los Mojigos, un colorido grupo de danzantes que durante su recorrido reparte dulces entre los asistentes.
A diferencia de la Sierra, Jujan es la única comunidad de la Costa ecuatoriana en la que el diablo es el protagonista de la festividad.
Paúl es católico, pero subraya que la representación del diablo no está vinculada con la religión, sino con la creencia popular de la gente. Por esta razón, los mojigos no establecen un tiempo máximo de participación. El puesto de diablo tampoco se hereda.
El estudiante de Comunicación Social tuvo que ganarse el puesto de diablo. Lo hizo por su perseverancia al bailar y su carácter fuerte al pedirle a sus compañeros que realicen el mejor trabajo durante los desfiles.
Durante el encuentro de diablos realizado en Quito, Paúl fue el único que no recorrió las calles del Centro Histórico a pie. Un caballo de la Policía Nacional fue su transporte.
Antes de que inicie el último desfile por la capital, Paúl contó que cada año hay más gente que va a su cantón a disfrutar de estas fiestas. Ese es el pago de sus años de mojigo. (I)
Ánderson García, el diablo más joven de Píllaro
"Los diablos de Píllaro significan rebeldía"
La piel de su antebrazo fue el lienzo en el que inmortalizó el rostro de un diablo. Lo hizo como conmemoración de los 10 años que forma parte de la Diablada Pillareña, una celebración que se realiza desde el 1 hasta el 6 de enero. Es Ánderson García, de 19 años, el diablo más joven de Píllaro (Tungurahua).
A diferencia de Alangasí y Riobamba, en Píllaro, la representación del demonio no se relaciona con un acontecimiento católico. Andy, como lo llaman sus amigos, aprendió que cuando los españoles llegaron al territorio que hoy se conoce como Ecuador, los terratenientes de esa época otorgaron a los indígenas (trabajadores de sus haciendas) un día de descanso y fiesta.
En esa época, los antiguos pobladores cambiaron sus ponchos por capas negras y sus sombreros por máscaras rojas que incluían los cuernos de un toro o un borrego. “Ellos querían un día para divertirse y protestar —implícitamente— por la opresión y la explotación que vivían. Eso es lo que representamos cada vez que nos vestimos de diablo”.
El joven que hace poco terminó la secundaria recuerda que la primera vez que salió de diablo tenía 9 años y lo hizo para vencer el miedo que le provocaban estos personajes.
El traje y la careta que lució el día de su debut fueron confeccionadas por él. Arriesgándose a un regaño de su madre, ‘Andy’ rompió un pantalón y una camiseta negra que tenía. Durante el desfile, sus progenitores caminaron detrás de él para que la multitud no lo agrediera.
Conforme pasó el tiempo, su vestimenta mejoró al igual que su máscara. La última que utilizó cuenta con una especie de cabellera hecha con lana de llamingo. Ánderson tardó un mes en confeccionarla.
El hijo único cuenta que la Diablada cobija a un grupo de demonios jóvenes. Ellos tienen una misión: continuar con la tradición que sus abuelos y padres les enseñaron. Mientras se coloca su máscara asegura que la adrenalina que siente al desfilar no tiene comparación. (I)