Raúl, el barrendero que se convirtió en tallador
La nariz de Raúl Acero Fuerte aletea imperceptiblemente por el polvo de la viruta que desprende la pieza de madera que está lijando: un mendigo de metro y medio de alto que sacó a punta de formón de un tronco de pino. Los dedos de sus manos pequeñas pasan acariciando los surcos de la figura en la que ha trabajado casi 5 días, dándole al palo con las gubias y el martillo de golpear, hasta conseguir una imagen perfecta.
“Solo retiro la madera que está de más”, dice el hombre, quien a sus 54 años sigue rescatando de los maderos las más diversas figuras que le han valido fama de tallador internacional.
Su taller no tiene letrero, pero cualquiera que pase por la calle Ríos, en el corazón de La Tola, en el centro de Quito, podría intuir que en el lugar habita un ser privilegiado, a quien se le concedió el don del virtuosismo, que le vino de sopetón, como una especie de epifanía, a los 15 años, cuando llegó a trabajar en el local de un artesano amigo de su papá, en su natal San Antonio de Ibarra.
“El primer día me mandaron a barrer” -rememora-; fue cuando observó a Luis Fernando Potosí, dueño del obraje, cómo le daba forma a un tronco seco con el filo de un formón, y de pronto ante sus ojos maravillados un Cristo se materializó en madera.
Se acercó asustado ante la evidencia de la creación, y desde entonces Raúl, cuyos apellidos -Acero Fuerte- parecen más una metáfora que un nombre real, se dedicó a la madera y asimilar el oficio.
“Por eso no perdía de vista las enseñanzas de mi jefe y mentor, a quien hasta ahora lo considero el maestro; es un gran artista, yo lo admiro mucho”, asegura este hombre de rostro amable y ojos pequeños que le ayudan a transmitir una mirada cordial.
Conversa pausadamente, pero con pasión, asegurándose de que sus palabras sean bien escuchadas; habla con la misma paciencia con que talla sus figuras.
El hombre es conocido en el Centro Histórico como uno de los mejores artesanos a la hora de esculpir en madera animales, cristos, santos, vírgenes, mendigos o cualquier cosa que su imaginación o la de sus clientes puedan sugerirle.
Raúl recuerda que una vez lo visitó un torero que lo retó a que le tallara un caballo fino. “A la semana tenía listo el mandado”.
El comprador vio la obra y le sugirió una modificación. “Seguí el consejo y pude perfeccionar mi réplica”, dice el hombre, quien considera que todos los días se aprende algo.
Por eso desde que amanece se mete en su taller. “En ese tronco que se ve allí -expresa Raúl, indicando con el dedo a un madero grande de por lo menos un metro-, adentro está la pareja de este mendigo que ya casi termino”, afirma sin apuro, con los ojos fijos sobre el palo seco.
No estudió en ningún centro especializado y su técnica la aprendió al ritmo del cincel con los años, pero su fama se extendió como la brisa de verano a través de la gente, por lo que su clientela es estable y lo mantiene ocupado, lo que le permite sostener a su esposa y 3 hijos.
Se arriesgó a salir de su pueblo rumbo a la ciudad de la mano de un cliente que lo vio trabajar y, emocionado, le propuso radicarse en la capital y crear sus obras en madera para la fundación de economía solidaria Maquita Cushunchic, la que le ayudó a internacionalizar sus obras, ya que la ONG vendía las réplicas en otros países para obtener fondos.
Su habilidad, reconocida por casualidad por el representante de la fundación, le ayudó a que sus trabajos -en su mayoría- sean adquiridos por extranjeros, por lo que tiene muchos clientes de otras naciones.
“Vienen de España, Chile y hasta de África”, manifiesta Raúl, quien mantiene la humildad de un carpintero de barrio. Al poco tiempo de trabajar para dicha ONG, decidió independizarse y abrir su propio taller, en donde lleva más de 19 años.
Ahora ya se diversificó con la confección de muebles o cualquier tipo de escultura que le sugieran. Es un artesano versátil que le pone mucho corazón a lo que hace, pero sobre todo, amor. Sus creaciones religiosas son muy apreciadas también y ha tallado cristos de tamaño natural para varias iglesias y coleccionistas privados. “Los clientes que más vienen son dueños de estancias o fincas que quieren adornar sus propiedades”.
El precio de sus obras depende del tamaño y varía de acuerdo a la pieza; un Cristo de tamaño natural puede costar hasta $ 800.
La réplica de Jesús era lo que más le solicitaban, pero como últimamente la gente ya no compra imágenes religiosas, Raúl se dedicó a tallar animales de todos los tamaños.
Un cliente que llegó de África le pidió que le talle jirafas, leones y hasta un elefante, lo cual aprendió a hacer sobre la marcha. No está seguro respecto a cómo le llega la inspiración, pero siempre trata de que las réplicas sean perfectas.
“Amo mi trabajo, pero en realidad mi mejor obra son mis hijos”, expresa mirando a la más pequeña de ellas, de 6 años. “¿Has visto figuras de madera en otros lugares?”, preguntamos a la niña. “Sí, un montón... pero las de mi papi son las mejores”, responde con entusiasmo. (I)
DATOS
En 2002 decidió junto a su esposa mudarse a Quito por sugerencia de un cliente que lo vio trabajar y le compró su primera figura de madera.
La madera con la que más le gusta tallar es el pino, sobre todo por la facilidad de encontrarla.
Las imágenes religiosas eran su especialidad, pero como ya no se venden como antes, ha diversificado su negocio con la elaboración de cualquier tipo de muebles o esculturas, además de la restauración.