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'Prohibido hacer zona aquí, hacheros', pedía la comunidad

Como parte de la intervención policial, una Unidad Móvil de Policía Comunitaria (UPC) permanece en la avenida principal, cerca de una tienda donde consumían droga.
Como parte de la intervención policial, una Unidad Móvil de Policía Comunitaria (UPC) permanece en la avenida principal, cerca de una tienda donde consumían droga.
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No hay ingreso sin vigilancia. Toda persona que entra o sale a pie, en moto, o en carro es revisada. Los policías permanecen parados desde las 06:00 hasta las 22:00 en cada una de las 22 entradas a la denominada ‘zona h’, en el bloque 3 de la cooperativa Flor de Bastión, en el noroeste de Guayaquil.

Hace unas 3 décadas el lugar era solo lomas donde habitaban animales silvestres. Así lo recuerda Arnulfo, quien se asentó ahí cuando recién empezaron las invasiones. La llegada de migrantes de todas partes del país pobló la zona con construcciones desordenadas en la parte plana y en las pendientes, lo que complica el acceso a los servicios básicos.

Arnulfo jocosamente acepta que alguna vez comió venado y revela que los animales que no se han ido y que aparecen, sobre todo en época de lluvias, son las arañas a las que describe como “grandes y negras, así como del tamaño de su mano”. Salen de entre la maleza, zanjas y de un canal de aguas lluvias que rodea el vecindario.

Los moradores reconocen a Arnulfo como uno de los más antiguos de sus vecinos. Él,  sentado y sin camisa, observa a jóvenes y adultos disputar un partido de ecuavoley en una cancha al costado de uno de los tantos agrietados callejones de la zona.

Las veredas y portales de las viviendas, unas de caña y otras de cemento, son las tribunas. El ambiente deportivo que se vive no permite visualizar cómo era el sitio antes de la llegada de la policía, pues -según comentan los habitantes- personas consumidoras de la droga ‘h’, cuyo componente principal es la heroína, deambulaban día y noche, mientras ellos preferían estar encerrados.

A unas 4 cuadras, atravesando tramos empinados y lodosos, está el sector llamado ‘El Río’ porque por ahí pasa un canal de agua de más de 2 metros de ancho. Sobre este hay un puente de cañas atadas unas con otras.

Debajo de ese paso, escondido entre la maleza -que crece abundante en invierno- se acostaban los consumidores. “Cuando alguna persona pasaba por ahí la asaltaban”, cuenta un vecino que no quiere decir su nombre. Ese camino, pese a ser complicado, es el preferido de los lugareños porque es paso directo a la vía principal por donde pasan los buses que llevan a la vía Perimetral.

Unos 200 metros más arriba, en una casa esquinera, hay un cartel escrito a mano que dice: “Prohibido hacer zona aquí, hacheros (seguido de un insulto). Atentamente: La comunidad”. -Qué iban a hacer caso, para ellos no hay ninguna norma-, refiere un morador que camina por el sitio y que aplaude la intervención.

Moradores cansados pegaron un letrero en un muro en el que piden a los drogadictos alejarse de la zona. Foto: Karly Torres / El Telégrafo

Luis, desde hace más de 10 años, vende refrescos en la zona. Compara a la calle que conduce a ‘El Río’ con la avenida 9 de Octubre, en el centro de Guayaquil. “Por aquí pasaban grupos de 15 a 20 muchachos. Caminaban de un lado a otro, pero como zombis”.

A Luis más de una vez le pidieron plata, a lo que él respondía que debían trabajar para conseguirla. “Algunos se ponían bravos, pero el hecho nunca pasó de malas miradas”.

El comerciante se alegra del cambio, pues desde el día en que inició la intervención policial sus ventas han aumentado. “Ahora los niños salen a jugar”.

“Daba miedo que las criaturas anduvieran solas. A una de mis hijas le ofrecieron pagarle $ 20 por consumir droga. Pero ella vino a contarme lo que pasó. A mi otro hijo lo asustaron y me lo tiraron al suelo porque también se negó. Es que antes había traficantes en la cancha”, cuenta una mujer que no dice su nombre y que sale de su casa para brindarles Coca Cola a 2 policías que custodian la entrada cerca de su vivienda.

En esa enorme cancha de cemento rodeada de rejas ahora juegan los jóvenes. “Por lo menos en estos días han huido los vendedores de droga”, le secunda una allegada. Había que aprovechar para salir hasta el mediodía, a partir de esa hora aparecían quién sabe de dónde, comenta otra vecina.

Pupiño y Bambino descansan un momento justo al lado del terreno de juego. El primero de ellos es blanco, parece un corcel de películas de cuentos de hadas, pero más aporreado por el paso de los años. Su acompañante es de color café y luce un poco más rudo: son los caballos de la Unidad de Equitación y Remonta (UER) de la Policía.

Juan Castillo, de ese grupo policial, cubre su cabeza con un casco fosforescente y detalla que el trabajo de los caballos es esencial en la zona caracterizada por su difícil acceso.

El oficial que monta a Pupiño, cuenta que este, al igual que los demás, tiene horarios estrictos en su alimentación. A las 06:00 ya deben estar comiendo granos y concentrados. “De noche no comen porque les puede dar cólico y ahí no pueden hacer nada. Ellos tienen el estómago muy pequeño”, sostiene.

Agrega que “son animales muy entrenados y que se han perfeccionado en los operativos de control del orden, como en los estadios. Pueden escuchar explosiones, silbidos de cohetes y no se asustan. Además si nos caemos no nos pisan ni nos abandonan”.

Los agentes están asignados a accesos y callejones enumerados del 1 al 22. Además están apoyados por otros gendarmes en patrulleros o motos que más aparecen en las madrugadas.

Un ciudadano comenta que “es muy positivo lo que están haciendo. Esto se estaba dañando demasiado. Sin embargo, según los lugareños, hay personas que aún comercializan droga desde sus casas, pero uno no puede decir nada porque te catalogan como ‘sapo’ y pueden meterse con tu familia”.

El mismo comentario se repite en varias esquinas. “Aquí son capaces de meterse en tu casa y hacerle daño a tu familia”, coincidía otro ciudadano que dice que por eso se hacía de la ‘vista gorda’.

“Mandan a muchachos como campaneros cada vez que alguien conversa con desconocidos o con policías, entonces uno debe pensar bien en lo que habla”, refiere alguien más. Todos solicitan que no se revele sus nombres.

Una mujer descansa con su nieto cerca de la entrada a su casa. Hace tiempo que no se sentía segura con la puerta abierta y lo disfruta. Para ella es necesaria la instalación de una Unidad de Policía Comunitaria (UPC), en alguna de las casas abandonadas, para que el cambio no sea temporal.

A unas 3 casas de distancia, 2 niños juegan en un patio; se los observa a través de las cañas que forman el cerramiento. Su padre les compró unos columpios y los asentó ahí para que sus hijos no salieran ni se expusieran a los peligros de rodearse de ‘hacheros’, como todos los llaman. “Hay que cuidarlos porque ni siquiera se esconden, sino que todo lo hacen sin vergüenza”.

Como parte de la intervención una Unidad Móvil  de Policía Comunitaria permanece estacionada afuera de una tienda donde el consumo era común, en la avenida que conecta a los bloques de Flor de Bastión.

César Rueda, a cargo de la intervención en la ‘zona h’, indica que hace pocos días se clausuró una gallera que funcionaba junto a una quebrada. “La intención no es detener personas, sino recuperar el espacio público para que la gente no proteste por estar invadido por consumidores”. (I)

Agentes de la Unidad de Equitación y Remonta recorren a caballo los complicados callejones. Foto: Karly Torres / El Telégrafo

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