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Para ellos rendirse no es una opción en el Bachillerato Internacional

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"Aprender para vivir y vivir para aprender nos hará libres"

Paola delgado, de la unidad educativa Santiago de Guayaquil

fotos: john guevara / El Telégrafo
Textos: Amanda Granda
[email protected]
Quito


Tiene 20 años y cursa el segundo año de Bachillerato Internacional (BI), en la Unidad Educativa Santiago de Guayaquil. Es decir, lo que décadas atrás se conocía como quinto curso. Es Paola Delgado, quien cuenta que cada vez que alguien se entera de su edad surge la misma pregunta: ¿Por qué aún no has salido del colegio? Paola responde que con el tiempo aprendió a lidiar con esa interrogante. Cuando ella tenía 3 años su papá falleció en un accidente, 8 años después su mamá murió por una enfermedad. Ella y Liliana, su hermana menor se quedaron al cuidado de Milagros, la mayor de las hermanas.

En ese entonces, la familia vivía en la Costa, pero tras la muerte de los progenitores optaron por trasladarse a Quito y recibir ayuda de unos familiares. Como Milagros tuvo que trabajar para mantenerlas, durante 2 años Paola no asistió a clases; ella se quedó al cuidado de Liliana. Cuando la pequeña logró ingresar al preescolar, Paola retomó sus estudios, terminó la primaria, inició la secundaria, y en 2015 rindió las pruebas internas para formar parte de la primera promoción de alumnos del BI de su colegio. Lo hizo con éxito asegura Sandra Calispa, coordinadora de ese programa educativo.

La joven que gusta del punk declara que encontró en los libros la forma de equilibrar sus sentimientos por la falta de sus padres. Su texto preferido es la saga Divergente de Verónica Roth. Se identifica con la protagonista, Beatrice Prior, una chica de 16 años, que agrupa a las personas en 5 conjuntos para erradicar los males que les llevaron a la guerra. Paola no está de acuerdo con la trama del libro, pues cree que buscar la paz y dividir es paradójico. Sin embargo, ha leído toda la saga, pues la colección no le aburre y le permite cuestionar lo que plantea la autora.

Son las 06:30 y después de un recorrido en bus de más de 40 minutos Paola llega a su colegio. Cruza el parque Itchimbía, el sol ilumina su cabello y resalta unas canas que adornan su melena castaña. Se mira en uno de los espejos del patio del colegio y se dirige a su curso, pues la hora de poner a prueba lo aprendido llegó. (I)

"La educación es el arma que me permitirá triunfar y ayudar a mi familia"

Ariel Saltos, alumno del colegio Luis Napoleón Dillon


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Redacción Sociedad
[email protected]
Quito

Aunque aún no decide la profesión que ejercerá en su vida adulta está seguro de que la educación será el arma que le permitirá ayudar a su familia. Por ello desde 2014 gestionó su cambio de institución educativa, pues hasta noveno de básica estudió en la Escuela Pedro Luis Calero la cual no cuenta con los últimos años de secundaria. Pero Ariel Saltos de 16 años no solo busca graduarse dentro del Bachillerato General Unificado (BGU) vigente en el país; desde el próximo año lectivo él integrará la segunda promoción de estudiantes del Bachillerato Internacional (BI) del Colegio Luis Napoleón Dillon.

De 300 estudiantes, solo 30 —los mejores puntuados— lograron acceder al programa académico, dice Diego Calderón, coordinador del BI de esa institución y profesor de inglés de Ariel. Son las 12:00, y los chicos terminan la jornada de exámenes de ese día, salen al patio, conversan, juegan básquet y se dirigen a sus casas. Ariel vive en Zámbiza, una parroquia en el nororiente de Quito. Siempre que llega del colegio, su mamá Diana Macías está en casa, ella se dedica a las labores del hogar, mientras que su papá Vicente es el encargado de sustentar económicamente a la familia: 4 menores de edad y su esposa.

Mientras camina por el patio del colegio cuenta que su progenitor es conserje de un condominio y gana el salario básico ($ 366). Lo que genera limitaciones económicas como no contar con una impresora e Internet para sus tareas y dificultades para cubrir sus pasajes, colaciones y los gastos que implica ocupar a diario un ciber.

Sin embargo, eso no ha sido problema para que el joven, que admite que su “talón de Aquiles” son los videojuegos, se destaque en los estudios. Es uno de los mejores alumnos de su curso y los números son su fuerte. Además, como una iniciativa para disminuir los gastos de su familia, Ariel ahorró dinero y compró dulces para luego ofrecerlos a sus compañeros. Con ese dinero cubrió su movilización y el uso del Internet de un local de su barrio. Ariel se despide, pues se debe preparar para el siguiente examen de fin de quimestre. (I)

"El camino a la meta es largo, pero al cruzarlo sentiré que valió la pena"

Martina Otalima, estudiante del colegio experimental “Quito”

Redacción Sociedad
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Quito

Ella es la mayor de 3 hermanos: Gabriel de 14 y Martín de 9 años, quien no tiene el desarrollo de un niño de su edad, sino el de un bebé. Cuando el hermano menor de Martina Otalima, estudiante del programa Bachillerato Internacional (BI) del Colegio Experimental Quito cumplió 2 meses de nacido, los médicos le diagnosticaron parálisis cerebral.

En ese entonces Martina tenía 7 años y cursaba con éxito la primaria. Las excelentes calificaciones duraron hasta diciembre de 2015, mientras asistía al segundo año del BI. Los ‘9’ y los ‘10’ que siempre sobresalieron en sus reportes académicos fueron remplazados por ‘8’ y ‘7’. Eso generó una crisis emocional que la incentivó a informar —a sus padres y docentes— que renunciaría al BI. Mónica Ramírez, coordinadora del programa educativo en su colegio, le pidió que no se rindiera y puso una fecha límite: si en un mes Martina no lograba acoplarse a las exigencias que demanda el BI aceptarían que abandone el programa.

Transcurrió el mes y la joven mejoró sus calificaciones y se familiarizó con los mecanismos y enseñanzas que rigen la operatividad del BI. Se organizó para cumplir con sus responsabilidades escolares y ayudar en el cuidado de su hermano menor. Hace algunos meses, la mamá de Martina asistió diariamente a unos talleres de capacitación enfocados en mejorar el desempeño de quienes cuidan a familiares con discapacidad.

Cuando su progenitora iba a los cursos, Martina cuidaba de Martín con la ayuda de Gabriel, hacía tareas, les servía la comida a sus hermanos y estudiaba para alguna evaluación planificada. Sonríe cuando habla de Martín y dice que él hace que su familia siempre esté unida. “Todos nos organizamos para estar pendientes de él. Al principio mi mami estaba muy triste, pero ahora tenemos una vida como la de cualquier familia: cocinamos juntos, vemos una peli...”.

A diferencia de Ariel, del colegio Dillon, Martina tiene claro qué estudiará en la universidad. Ha fijado su mirada en la medicina, dice que le apasiona la idea de tener el conocimiento adecuado para salvar vidas humanas. (I)

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