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Muisneños se aferran a la isla aunque persiste el riesgo de ser engullidos por el mar

Muisneños se aferran  a la isla aunque persiste el riesgo de ser engullidos por el mar
Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
31 de julio de 2016 - 00:00 - Verónica Endara

Muisne significa abundancia, un término que proviene de la lengua chapalá o chapalachi, el idioma de la nacionalidad Chachi, asentada en el norte de la provincia verde.   
La cabecera de este cantón es una isla que lleva el mismo nombre y es habitada por afrodescendientes, montubios, mestizos y awá chachis.

La isla, que tiene 7,5 kilómetros de largo por 1,5 kilómetros de ancho en su parte más ancha, está ubicada al lado izquierdo del río Muisne y al occidente es bañada por el océano Pacífico.

Allí la gente que se transporta, sobre todo en tricimotos y canoas, usa ropa ligera, pues aunque pocas veces sale el sol, el calor es sofocante.  

Su superficie aproximada de 11,25 km2 es totalmente plana y la mayor parte de su suelo es arenoso. En invierno, el agua de la lluvia se empoza pero por poco tiempo, pues la permeabilidad del terreno permite su rápida filtración.

Sus pobladores se acostumbraron a estas continuas inundaciones, aunque no logran habituarse a las réplicas que se producen después del terremoto ocurrido el pasado 16 de abril.

Desde la sala de su casa, con la puerta abierta a la calle, Víctor Espinoza, de 73 años, recuerda que en una ocasión hubo una gran inundación que convirtió las calles en ríos y la gente se transportaba en canoas. Dice que las inundaciones no representan un riesgo porque el agua sube lentamente y de igual forma se va.  

Los moradores aseguran que el progreso de la isla se inició con la construcción de las carreteras en la parte continental.

“Era una alegría, un gusto, cuando vimos las primeras volquetas con el material para el relleno de la carretera”, dice Espinoza, un profesor jubilado habitante de la isla hace 52 años. Recuerda que años atrás era difícil salir de esta zona insular. A las embarcaciones les tomaba 7 horas llegar a Esmeraldas y 15 a Manta.   

Este pequeño puerto, situado en la orilla de la parte continental, en la zona conocida como Muisne Nuevo o El relleno, era un manglar, pero lo rellenaron para construir la carretera.

Aunque esta obra representó un avance para la isla, los pobladores siempre solicitaron un puente para que los conecte directamente con el continente, una obra que se tornó más urgente después del terremoto.

Precisamente, el Ministerio de Obras Públicas trabaja en la planificación y el diseño de un puente que tendrá un área exclusiva para los peatones y otra para las tricimotos.

Según Diego Olmedo, encargado de la obra, inicialmente el puente medirá 320 metros de longitud y será construido con pilotes de hormigón armado y una estructura mixta que va a tener un tablero de hormigón y vigas de acero altamente resistentes.

El presupuesto estimado es de $ 4 millones y medio e incluye sistema de iluminación, seguridad, señalización y rampas de acceso.

Necesidades insatisfechas

Los pedidos de los isleños no se reducen al puente. Esta siempre ha carecido de agua potable, energía eléctrica, alcantarillado y de un sistema de recolección de basura.

Según el concejal del cantón, Fernando Vilela, la isla se abastece de agua mediante 32 pozos someros, construidos hace 30 años y de estos solo 15 funcionan. El agua se almacena en un reservorio de hormigón armado de 600 m3. desde donde se distribuye a la población sin ningún tratamiento.

Adicionalmente el acuífero de los pozos someros se halla contaminado, pues el 50% de la población elimina las aguas negras mediante pozos sépticos sin ninguna precaución ni regulación.  El servicio de agua entubada no tiene costo.

Túpac Mayta, del Departamento de Planificación Municipal, explica que ninguna administración se ha preocupado  por dotar a la población de sistema de alcantarillado.
La isla tiene redes de alcantarillado sanitario de 1977, que ya cumplieron su vida útil.

Mayta asegura que hay redes instaladas en 2008 y en 2010. Se trata de tubería PVC que no fue revestida de forma adecuada  y que se dañó antes de funcionar. “Las pocas redes que operan tienen una planta de descarga en el barrio Bellavista. Eso ahí es una amenaza por la contaminación, por la captación de aguas residuales”.

Por la falta de estos servicios, muchos moradores aseguran que la isla siempre ha vivido en completo abandono. Según Eduardo Quintana, de 29 años, las autoridades no realizan obras ni controlan a los isleños.

“Aquí todo se maneja con sobornos, hay mucha corrupción. Los políticos ofrecen que van a hacer calles, alcantarillado, pero nunca dicen cómo ni cuándo”, comenta Quintana, quien es propietario de unas cabañas turísticas. En la isla se han levantado varias viviendas sin permiso y en zonas de riesgo.

Hay casas construidas sobre  arcilla blanda con un componente arenoso. Además, debido a la humedad se forman manglares y la saturación de agua hace que la tierra no sea apta para construcciones.

Según Elio Aguilar, técnico de Obras Públicas del Gobierno Autónomo Descentralizado de Muisne, la isla tiene un nivel freático alto, en menos de un metro de perforación ya se encuentra agua salada.  

Por las características propias del terreno, muchos pobladores han optado por efectuar rellenos en el manglar, pero pese a los trabajos aún hay agua debajo de las viviendas.

Según Elio Aguilar, un 40% de la isla es relleno, por eso la mayor parte de las viviendas se desplomó por el movimiento telúrico. Eli Torres, jefe de la Unidad de Gestión de Riesgos del Municipio del cantón Muisne, afirma que solo en la cabecera cantonal el terremoto dejó 280 casas destruidas, aunque con las constantes réplicas esta cifra aumentó. En todo el cantón esta cifra asciende a 782.

Cuando la tierra tembló

El terremoto no solo causó daños materiales, sino que generó una sensación de continua inseguridad entre muchos habitantes. Sus relatos están plagados de escenas de angustia y desesperación.

Leonardo España, un muisneño de 35 años, recuerda que, minutos antes del sismo, en la isla se vivía un ambiente festivo porque un equipo de fútbol ganó un campeonato en Esmeraldas.  

“La naturaleza nos avisó porque primero hubo un temblor leve. Después vino el terremoto, el piso parecía una licuadora, todo se movía mientras los cables se soltaban de los postes”.

La mayoría de la población se concentró en el muelle, unos se empujaban, otros gritaban y lloraban, relata. De acuerdo a España, en ese momento la gabarra no funcionaba porque el conductor la abandonó para ir a socorrer a su familia en la isla.

En ese momento, la mayoría no pudo dejar de pensar en un posible tsunami y el miedo se intensificó. Cada vez que hay una réplica la gente se concentra en el muelle.

“Es angustioso y desesperante porque la gente se acumula en el muelle y los dueños de las embarcaciones -obviamente- dan preferencia a su familia”, dice el adulto mayor Espinoza.

A unos cuantos metros del parque central, al cruzar el puente, se observan los efectos de la fuerza de la naturaleza.

A lo largo de la calle Vicente Rocafuerte, en los barrios Santa Rosa y Bellavista, varias casas permanecen bajo el agua; las que resistieron tienen fisuras en sus paredes.

La mayor amenaza que se cierne sobre esta isla es un tsunami. En una resolución de la Secretaría de Gestión de Riesgos se declaró a esta región como  zona de riesgo de inundación por tsunami. Por esta razón se prohíben los asentamientos humanos.

En el texto se detalla que la topografía con relieves de 30 metros de altura, donde se establecen los puntos de encuentro ante una emergencia, se halla a 2,5 km de la isla, una zona segura donde los habitantes no lograrían llegar a tiempo.

Ante este peligro latente, las autoridades dispusieron que todas las entidades públicas que funcionan en la isla fueran reubicadas en la zona continental.

Por ejemplo, el Municipio ya se trasladó a Nuevo Muisne. Mientras tanto, BanEcuador, la Empresa Eléctrica y el Registro Civil aún se encuentran en la isla, pero su reubicación se concretará pronto.

Gregorio Zambrano nació, creció y vive en la isla desde hace 48 años. Solo pensar en la posibilidad de abandonar la isla por el riesgo de un eventual tsunami lo entristece.

“Estamos aquí, vivimos aquí, estamos produciendo. La pregunta es a dónde nos vamos”.

Un gran número de familias se asentó en este territorio alrededor de los años 80, cautivadas por el auge del cultivo del camarón. Todas ellas tienen como denominador común: el fuerte apego a ese pequeño territorio, cuya belleza paisajística es inigualable.

Para movilizar a la gente que vive en Muisne, el Gobierno Nacional tiene un plan de reconstrucción en zonas seguras, en la cabecera cantonal. Se trata de un proyecto de vivienda que  contempla la construcción de alrededor de mil casas.

Según Mayra Solórzano, vicealcaldesa de Muisne, estas viviendas están destinadas, en primer lugar, a las personas que permanecen en albergues, después a las familias que deseen salir de la isla de manera voluntaria.

Según Eli Torres, antes de construir las viviendas se trabajará en la dotación de servicios básicos: alcantarillado, agua potable, servicios eléctricos, servicios de telefonía, servicios móviles, aceras y bordillos. Solo después se construirán las primeras mil viviendas.

Zambrano duda de que estas viviendas, en su caso, cubran las necesidades que él y su familia tienen. Agrega que estos proyectos deben estar destinados solo para los más afectados, aquellos que lo perdieron todo.

El manglar desapareció

“No nos vamos, aquí nos quedamos”, se ha escrito en una de las paredes situadas frente al parque central. “Aquí está nuestra historia, nuestras raíces, no podemos irnos”, comenta Líder Góngora, de 50 años, oriundo de la isla, quien comenta que la lucha más bien debe ser contra la industria camaronera.

Explica que los manglares son uno de los ecosistemas más productivos del planeta y ahí radica la soberanía alimentaria del 70% de muisneños. Asegura que desapareció el 80% del manglar a comienzos de los años ochenta, época en que ingresaron las camaroneras.

Góngora afirma que esta industria tala el manglar y construye piscinas. Al mismo tiempo, el balanceado utilizado para alimentar a los camarones sedimenta el suelo y cuando hacen la cosecha botan el agua al estuario, contaminándolo.

“Dicen que está subiendo el agua, claro que sube porque hay una sedimentación altísima, a dónde se va a ir el agua. Antes los barcos navegaban normalmente, ahora ya no pueden entrar porque no hay la profundidad necesaria”, dice Góngora.

Mientras algunos pobladores se quedaron, otros decidieron abandonar la isla. Por ejemplo Nancy Gracia, de 38 años, vive en uno de los campamentos. El segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Santa Rosa, se destruyó; la planta baja aún tiene paredes, aunque trizadas.   Dice que está de acuerdo con los proyectos del Gobierno pues prefiere vivir en una casa segura en el continente.  

En medio de las viviendas destruidas y el dilema de abandonar o no la isla, los muisneños intentan volver a su vida cotidiana. En la calle Isidro Ayora, avenida que atraviesa la isla, los locales comerciales atienden sin contratiempos. Cerca de la playa, son pocos los restaurantes y bares abiertos porque ya no reciben la visita de turistas ni nacionales  ni extranjeros.  

Las actividades económicas se han reactivado en el 40%, según Vilela. Además, el pescador artesanal Julio Vega, de 46 años y nativo de la isla, dice que la economía ha bajado de manera significativa. La libra de pescado rabudo la vende en $0,20, antes el costo era de $1,20. Asimismo, las 100 conchas que costaban $10, ahora se ofertan en $ 6. “Se están aprovechando de nuestra situación. Necesitamos que alguien haga una comercialización directa con nuestros productos para que estos no pierdan su valor y se mantengan los precios”, dice Vega.  

Las ventas han bajado en todos los ámbitos. Por ejemplo, Tobías Moreno vendía $80 diarios en su puesto de frutas ubicado en el muelle de El Relleno. Hoy vende $30.  

En una de las avenidas un grupo de jóvenes que aún permanece en la isla juega fútbol, los más adultos se reúnen en las esquinas para conversar, mientras que los más pequeños se divierten en los juegos infantiles. Por un momento parecería que todos olvidaran lo sucedido.

Este pueblo tiene creencias y supersticiones muy arraigadas. Por ejemplo, Gregorio Zambrano comenta que cuando los gallinazos sobrevuelan la isla es porque alguna persona enferma morirá. Dice que esta creencia siempre acierta.  

Además creen en la existencia de la tunda, el duende, la preñada, el mondongo, entre otros personajes que forman parte de sus cuentos y leyendas.   

Muisne tiene varios atractivos, como su playa de 8 km, las pocitas que son piscinas que se forman en la arena cuando la marea baja y su manglar. (I)

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